Julio Camba: Obras 1916-1923. Julio Camba
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Название: Julio Camba: Obras 1916-1923

Автор: Julio Camba

Издательство: Ingram

Жанр: Зарубежная классика

Серия: biblioteca iberica

isbn: 9789176377505

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СКАЧАТЬ ideas y el cosmético.

      Desde que he llegado a Londres, Inglaterra no deja de hacer esfuerzos para conquistarme. Por lo pronto, ya ha conseguido que yo me acueste y me levante temprano; que no coma pan y que me meta toda la cabeza hasta el pescuezo dentro de un sombrero hongo; pero esto no basta. Es preciso que yo sea un inglés. En Francia, en España, en todas partes, uno es una persona cuando tiene personalidad. Aquí no se es persona mientras no se pierde la personalidad por entero. Inglaterra no consiente que haya en ella un hombre diferente de los otros, y en cuanto llega a Londres un extranjero, todo el mundo cae sobré él hasta reducirlo a la más mínima expresión, los peluqueros le pegan los pelos a la cabeza con un engrudo; los sastres lo visten según el único figurín inglés; las patronas le apagan la luz a las once en punto de la noche; la humedad le deshace las guías de los bigotes; los restaurateurs le dan a comer roast-beefs y patatas cocidas. Poco a poco este extranjero va conformándose al molde inglés y al cabo de algunos meses, ni trasnocha, ni ríe, ni se entusiasma, ni se indigna. Yo me indigno todavía. Yo comprendo que esta gente me haga respetar sus creencias y sus costumbres. Si yo bajara un día al salón de mi casa para comunicarles a los huéspedes la noticia de que el rey Jorge es un charrán, yo cometería una grosería imperdonable. Que me exijan, pues, el que yo me conduzca como un hombre bien educado, y ya es bastante para un español; pero que no quieran hacer de mí una cosa igual a un inglés. —No. De ninguna manera.

      —Mister Camba —me dice miss Robers—, es preciso que se dé usted mucho cosmético en la cabeza. Los gentleman ingleses llevan los cabellos adheridos al cráneo.

      —Señorita —la contesto—: usted olvida que yo no soy un gentleman inglés. Yo soy un gentleman español.

      Miss Robers no cree en la existencia de los gentleman españoles. Un gentleman tiene que ser como un gentleman inglés, y si no, no es gentleman.

      —¿Los gentleman españoles —me pregunta, por preguntarme algo— llevan los cabellos revueltos?

      —En España, señorita, cada gentleman es autónomo y lleva los cabellos a su gusto. Allí no hay ley para los gentleman.

      —Pues entonces, allí no hay gentleman.

      «Mister Camba, tiene usted que recortarse los bigotes». «Mister Camba, no se ponga usted nunca el sombrero flexible». «Mister Camba, ¿es que no va usted como van los gentleman ingleses?».

      Toda la gente que yo conozco colabora en esta tarea de mi anglonización. ¡Hasta que yo sea una cosa completamente insignificante!

      —¡Ah, no! —le digo a mister Rousse—. Esto es demasiado fuerte. Yo no transijo.

      ¿Es que cuando llega un inglés a París ustedes le obligan a que se deje la perilla?

      Un inglés va por el mundo y en ninguna parte se le impide que sea todo lo inglés que le dé la gana. Cuando hace alguna cosa muy ridícula la gente se dice: «Es un inglés. ¡Allá él!». Nadie le trata con desconsideración porque esté todo afeitado o porque lleve un traje a cuadros. Los ingleses que han visitado España pueden decir si en algún sitio se les ha obligado a dejarse persianas, a ponerse pantalones de odalisca o a usar andares toreros. Yo creo que no.

      Éste es el país de la libertad de ideas. Yo puedo irme mañana a Hyde-Park y en plena faz de los guardias pronunciar un discurso incendiario diciendo que hay que arrasar todo Londres. No sólo tengo el derecho de decirlo, sino que, si alguien me interrumpe, los guardias lo llevarán a la cárcel. Pero en cuanto acabe de hablar, yo no podré ir despacio por la calle, porque los guardias me obligarán a ir de prisa; ni soltar una carcajada, porque la gente se escandalizará; ni comer medio panecillo con el almuerzo, porque pasaré por un hombre mal educado. Yo puedo emitir aquí todas las ideas que guste; pero a condición de que me alise el pelo con engrudo y de que no me ponga nunca el sombrero un poco ladeado. ¿No vale cien veces más la libertad de España? Ahí no existirá tal vez la libertad de hablar; pero existe la libertad de ser. Ahí le dejan a uno ser lo que quiera y como quiera; ser ruso, australiano o chino; ser triste o jovial, ingenioso o estúpido, elegante o descuidado, rubio o moreno.

      Yo le he explicado todas estas ideas minuciosamente a miss Robers, y le he dicho:

      ¡Viva España!

      —¡Ah! Usted ama a su patria? —me ha dicho ella.

      —No, señorita. Le aseguro a usted que muchas veces yo creo que España me tiene absolutamente sin cuidado.

      Psicología de la blasfemia.

      Es indudable que un hombre que jura mucho probablemente no tiene dos reales. Por eso juramos tanto los españoles. Los italianos juran de un modo bastante pintoresco; pero no tienen nuestra energía ni nuestra convicción. En cuanto a los franceses, yo recuerdo haber hecho ya un artículo acerca de su modo de jurar.

       —¡Cre nom de nom! ¡Bon Dieu de bon Dieu…! ¡Sacrée tonnerre…!

      Y al decir esto, los franceses ruedan las erres procurando darles una onomatopeya terrible. El inútil. Todas esas frases carecen de sentido y son como una falsificación de la blasfemia. El francés, aun en el momento de mayor indignación, no se atreve a decir concretamente nada ofensivo para las instituciones divinas, y se conforma con hacer un vago ruido para manifestarles su enojo: ¡Cre nom de nom! Es lo mismo que esos hombres que cuando están indignados se pasean a grandes zancadas, tosen y soplan.

      Los ingleses, por su parte, no blasfeman nunca. No hacen ni siquiera un ruido irrespetuoso. ¿Cómo ha de blasfemar un pueblo tan disciplinado? Además, los ingleses son unos hombres prácticos; confían en su trabajo para vivir y no en la Providencia; de modo que si un negocio les sale mal, nunca se les ocurre hacer a la Providencia responsable del fracaso. En España es todo lo contrario. Ahí todos entregamos nuestros asuntos en manos de la Providencia. El buen Dios es para nosotros como un agente de negocios o como un pariente acaudalado que debe darnos de cuando en cuando para un café y para una cajetilla. ¿Contra quién va a descargar su indignación el español que se encuentra sin dinero? ¿Contra su cliente? ¡Si no lo tiene! ¿Contra su jefe? ¡Si tampoco tiene jefe! ¿Contra su socio? Pero si no tiene socio ninguno, porque no trabaja. Y el español comienza a vociferar contra la Providencia, que no se preocupa de él.

      ¡Qué bien blasfema el español! Y, sobre todo, ¡qué convicción más admirable la suya al inculpar al cielo de su carencia de numerario! Analizando el espíritu de nuestras blasfemias, se puede llegar a deducir que hasta ahora nuestra única fuente de ingresos es la Providencia.

      Los ingleses nunca hablan mal de la Providencia ni del Gobierno. Sus insultos más terribles son éstos: Son of a gun (hijo de un fusil), son of a bitch (hijo de un perro), bloody man (hombre ensangrentado) y dirty pig (cerdo sucio). Estos son los insultos concretos que se dirigen unos hombres a otros. También son muy insultantes en labios de un inglés las palabras «extranjero», «haragán» y «hombre sin dinero». En cuanto a los insultos abstractos, esto es, a las exclamaciones que se profieren cuando nadie tiene la culpa de nuestras desgracias, los ingleses no saben decir más que damned (condenado). Generalmente, en vez de dirigir sus odios contra el Destino, contra el Gobierno o contra la Providencia, ellos los dirigen contra sus botones, y dicen: —Condenados mis botones.

      Blasfemar, lo que se llama blasfemar, no se hace en Inglaterra. Ante todo el respeto y la disciplina. Un español blasfema contra todo СКАЧАТЬ