Julio Camba: Obras 1916-1923. Julio Camba
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Название: Julio Camba: Obras 1916-1923

Автор: Julio Camba

Издательство: Ingram

Жанр: Зарубежная классика

Серия: biblioteca iberica

isbn: 9789176377505

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СКАЧАТЬ barrios bajos vendría a ser una cosa así:

      —Eso no. Andóval, o te endiño.

      El empleado se queda atónito ante la extraordinaria revelación. Al cabo de un rato, su asombro se manifiesta en estas frases, que yo no me atrevo a traducir, porque no encuentro para ellas en español una equivalencia bastante gráfica:

      —¡Oh! Sacré blagueur…, sacré blagueur… j’aurais du m’en douter… ¡On n’est pas si anglais que ça!…

      Yo les he dicho a ustedes lo que es un inglés, pero no les dije todavía lo que es lo inglés. Conocen ustedes el sustantivo, pero no el adjetivo. Saben ustedes lo que es ser inglés, pero ignoran lo que es ser más o menos inglés. ¡Ah! Es preciso que yo me apresure a llenar estas lagunas importantísimas de mi información cerca de Inglaterra. Desde luego, por el episodio de Les Rois en Exil, se darán ustedes cuenta de que, si para ser inglés se hace indispensable haber nacido en las islas británicas, para ser un poco inglés o para ser tan inglés como mister J. Tom Lévis, esa condición pasa a segundo término. Es más. Yo creo que en el faubourg Antoine se puede fabricar un inglés con mucho más carácter que todos los del Reino Unido. Aquí no se preocupan de darle carácter a los ingleses, de igual modo que en España no se preocupan de dárselo a las españolas. En cambio, cuando una francesa quiere hacerse española, no omite ni un detalle de españolismo: el pelo negro, la tez obscura, los ojos ardientes y la navaja en la liga. Una española de España puede tener el pelo rubio o castaño, los ojos pardos o azules, la tez blanca… Y esta española será siempre española; pero nunca será muy española. La francesa, por el contrario, resultará españolísima. On est espagnóle que ça? No. No se es jamás tan española como las españolas de Montmartre, ni se es tan inglés como mister J. Tom Lévis.

      En honor de la verdad, debo añadir, sin embargo, que los ingleses suelen ser bastante ingleses. Por lo común, entran muy bien dentro del adjetivo, que es lo que tiene importancia. ¿Qué importa el sustantivo? ¿Qué más da haber nacido en España o haber nacido en Inglaterra? Lo que no da lo mimo es ser muy inglés o ser muy español. El adjetivo representa el espíritu.

      Con las ideas que yo tengo acerca del asunto, podría hacer un artículo verdaderamente trascendental si no temiera que me saliese demasiado conceptuoso. Diría, por de pronto, que la fuerza de las razas está en el adjetivo. En cuanto un pueblo pierde el adjetivo, está en vísperas de perder la sustantividad. Por fortuna para ellos, los ingleses no la han perdido. Han sabido civilizarse y hacerse europeos sin dejar de ser completamente ingleses. Claro que ningún inglés es tan inglés como mister J. Tom Lévis. Mister Lévis es un personaje de novela. En la vida se hubiera descubierto muy pronto su burda falsificación. Era un inglés sin medida, y «nadie es inglés hasta ése punto».

      Los ingleses son lo suficientemente ingleses, y nada más. Éste es un pueblo que ha conservado todo su carácter, y así ha logrado imponerle su adjetivo al mundo. En París se dice:

      —Monsieur Fulano. Muy smart. Muy sportsman. Muy inglés. Es un señor muy parisién.

      Lo inglés lo invade todo. Hay gabanes muy ingleses, sillas muy inglesas, hombres de negocios muy ingleses.

      Ahora en España se discute si nuestro porvenir de españoles está en hacernos ingleses o en convertirnos en alemanes. Yo creo que nuestro porvenir de españoles está en hacernos españoles. ¿Qué es lo español? Unamuno dice que debemos africanizarnos. ¿No será esto hacernos demasiado españoles?

      ¿Y la europeización? ¿Saben ustedes algo de eso? Supónganse ustedes que yo me voy a Alemania a europeizarme; al cabo de dos o tres años me he germanizado; soy ya un europeo. De pronto los ingleses majan a los alemanes e inundan a Europa, y ya no soy un europeo. Pues en vez de irme a Alemania, me vengo a Inglaterra; me britanizo; soy una especie de Tom Lévis. Pasan algunos años, y vienen los alemanes. Les ganan a los ingleses. Europa se hace teutónica. Yo soy un bárbaro.

      En fin. Es cosa de acabar, para que no nos hagamos todos un lío: los lectores y yo.

      La carambola y la gramática.

      Poco después que yo, ha venido a la misma casa un joven alemán. Hizo una introducción con un pantalón a rayas negras y blancas, una americana azul, orlada de cinta, y una corbata verde. Nos dio la mano uno por uno a todos los huéspedes y nos dijo:

      —Mi nombre es Fulano de Tal.

      Luego nos ofreció pitillos y nos los encendió en la llama de un mechero automático.

      Este alemán y yo somos los dos extranjeros del boarding-house. Él sabe algo de inglés. Yo no sé nada. Él, estudia diez horas al día. Yo, no estudio ninguna. Sin embargo, llegamos al salón y yo le quito la cabeza, que decíamos en Madrid. Yo miro, acciono, sonrío. Yo digo una cosa, y si no me la entienden, la digo de otra manera y luego de otra, hasta que me hago entender. El caso es que yo converso horas y horas con esta gente. No sé cómo, pero converso. Pasamos el rato de un modo muy entretenido, y las señoras de la casa dicen que yo soy un hombre muy interesante. ¡Thank you, very much!

      En cambio, el alemán no da una. Quiere decir algo, y si no lo sabe decir, se calla.

      —Usted —me dicen todos— hablará inglés mucho antes que el señor.

      Pero esto es inexacto. Yo no tengo más que la fantasía. ¡Ah! Si se tratara de inventar el inglés, yo lo inventaría antes que el alemán; pero se trata de estudiarlo, y yo no tengo capacidad de estudiar. Dentro de seis meses el alemán hablará inglés y yo seguiré siendo muy expresivo.

      El alemán tiene tres libros muy grandes, ¡muy grandes! Yo tengo un manualito de bolsillo —El inglés en ocho días— que me ha costado un chelín. El alemán lo ha mirado con desprecio y me ha dicho:

      —Ese libro es muy pequeño.

      El alemán coge sus tres libros y se pone a estudiar. De cuando en cuando mira al techo con un aire muy estúpido. Luego cierra sus puños, unos puños enormes, y comienza a darse golpes en la cabeza. El alemán lucha con el inglés a puñetazos. Pues bien; lo vencerá. Sus puños son fuertes, su voluntad es recia. Al cabo de seis meses, el alemán habrá conseguido meter los tres volúmenes de inglés dentro de su cabeza de teutón, cuadrada y brutal.

      Yo le admiro a este alemán y él me admira a mí.

      —¡Si yo tuviera la capacidad de estudio que tiene usted! —le digo.

      —¡Si yo tuviera su imaginación española!

      Muchas veces nos ponemos a jugar al billar. Yo lo majo indefectiblemente. El alemán juega también a puñetazos: da unas tacadas terribles, que con gran frecuencia hacen saltar las bolas al suelo. Las carambolas que sabe no las falla nunca; pero en cuanto se encuentra ante una carambola inédita, no se le ocurre nada más que darse de puñetazos en la cabeza. Su juego es seguro, pero grosero e inelegante. Le faltan estas dos condiciones de los buenos billaristas: la imaginación y la soltura: la souplesse, que dicen los franceses. Yo, muchas veces, pierdo una carambola que él no hubiera perdido jamás. Luego hago una carambola de fantasía, inesperada, original, elegante, y el alemán se queda loco.

      —Juega usted muy bien —me dice.

      —No. Dentro de seis meses, usted me ganará.

      El alemán me ganará a todo dentro de seis meses, porque СКАЧАТЬ