La niña halcón. Josep Elliott
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La niña halcón - Josep Elliott страница 15

Название: La niña halcón

Автор: Josep Elliott

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Sombras sobre Skye

isbn: 9786075572239

isbn:

СКАЧАТЬ

      Se sienta en una de las bancas de madera, en el lado opuesto al que se encuentra Lileas, y empieza a peinarse con los dedos. Lileas se aleja de ella. Rebusco entre las cosas que hay en el bote y doy con un amasijo de cobijas, que transformo en tres camas. Cuando están listas, los tres nos acostamos. En cuanto me tiendo de espaldas, parte de la tensión desaparece; es más fácil olvidarme de que estamos en el mar si no lo veo a mi alrededor. Agatha se acuesta a un lado y Lileas al otro, y cierra los ojos, fingiendo dormir. No tengo idea de qué estará pensando de todo esto. Debí haber hablado más con ella, para tranquilizarla. Todavía podría hacerlo. En la mañana lo haré. Todo se verá de mejor color cuando amanezca.

      Agatha está contemplando las estrellas. Ya no brillan. Me tapo hasta las orejas con el borde de las cobijas y me cubro bien. Me pesan tanto los párpados que casi duelen. Por esta vez, el movimiento en vaivén del bote me resulta tranquilizador, y al poco rato me quedo profundamente dormido.

      ***

      Una cacofonía de campanas me despierta. Me enderezo y lamo el regusto a sal de mis labios resecos. Aún no amanece y se ve una delgada capa de neblina sobre el mar, como una tenue manta. Me toma unos momentos acordarme de dónde estoy y por qué me encuentro allí. Las campanadas provienen del enclave, que ahora está más alejado que antes. Durante la noche, las olas nos arrastraron. ¡Maldita sea! Se me olvidó echar el ancla. ¿Cómo pude ser tan idiota? Miro hacia el mar y me arrepiento de inmediato. Es tan profundo. Mi respiración se vuelve entrecortada.

      Está bien. Estoy bien. Soy de Clann-a-Tuath, y nadie en ese clan conoce el miedo.

      Mi oído vuelve a concentrarse en las campanas, que me recuerdan que la profundidad del mar no es mi único problema en este momento.

      —Agatha, despierta. Algo pasa.

      Sus ojos se abren de pronto.

      —Es la Cuarta —dice—. Algo… anda m-mal.

      Tiene razón, es la Cuarta campana. Es la única que aprendemos a distinguir entre las demás. Todas las Cuartas de los puestos alrededor de la muralla suenan y resuenan. Jamás las había oído sonar a todas al mismo tiempo.

      —Tenemos que volver. Ayúdame a remar —le digo.

      Tomo un par de remos y se los paso, pero ella no los recibe. Está parada, boquiabierta, mirando algo detrás de mí.

      —Oh, no… —murmura.

      Me vuelvo y las veo al instante. Son ocho naves, cada una dominada por una fea serpiente en el mascarón de proa, y se dirigen a la Puerta Norte. El enemigo alza sus armas, que relumbran hostiles.

      —¿Qué sucede? —pregunta Lileas, parada a mi lado.

      Las palabras salen de la boca y a duras penas puedo creer que sean ciertas:

      —Tengo la impresión de que nos atacan.

      -T-tenemos que ir m-más rápido —le digo otra vez a Jaime. Remamos con prisa. Estoy cansada, pero no vamos tan rápido como debiéramos. Debemos regresar, y tenemos que ayudar.

      —Voy tan rápido como puedo —dice Jaime—. Tú no estás remando como debe ser. Ya te lo dije: debes hacerlo a la par conmigo.

      —Eso hago. Eres tú… tú el que no rem-ma a la p-par conmigo —me defiendo—. ¿Y por qué no ayuda ella?

      La niña está en la parte de atrás de la barca, sin hacer nada.

      —Puedo ayudar —dice. Habla en voz baja, como siempre.

      —No te molestes. Sólo tenemos cuatro remos —explica Jaime.

      —Quiero agua —digo, y no lo hago con amabilidad porque ella no me cae bien. Primero obligó a Jaime a casarse, aunque él no quería, y ahora no mueve un dedo por ayudarnos. Me mira, como si no entendiera—: Agua —digo de nuevo.

      Me alcanza un poco y la tomo sin respirar, para poder seguir remando. No le doy las gracias porque no tengo motivos para hacerlo. Milkwort corre dando vueltas en mi bolsillo. Quiere que lo saque, pero no puedo. La niña vuelve a la parte de atrás de la barca, y rebusca entre todas las cosas, aunque no debería hacerlo porque nada de lo que hay allí es suyo. La vigilo, para enterarme si se le ocurre robar algo.

      Estamos cerca de la Puerta Oeste, pero está cerrada. Jaime deja de remar y empieza a agitar las manos.

      —¡Abran la puerta! —grita a voz en cuello—. ¡Abran la puerta!

      Pero permanece cerrada. No hay nadie en la muralla. ¿Dónde se habrán metido los Halcones? Deberían estar ahí, y no se ven por ninguna parte.

      —¿Qué sucede, Jaime? —le pregunto.

      —No lo sé —contesta—. No sé.

      Adentro, se oyen gritos. Tenemos que entrar. Debemos ayudar.

      —Vamos a la siguiente puerta —propongo, y señalo. Hay una forma secreta de entrar, y lo sé porque soy Halcón.

      Jaime mueve la barca hasta que está cerca. Trato de dar con la piedra. Es una especial que se puede sacar y tengo que encontrarla. Lenox me la mostró una vez. Todos los Halcones debemos saber dónde está, en caso de emergencia. Y ahora tenemos un caso de emergencia.

      Encuentro la piedra. Al sacarla, queda a la vista una palanca y tiro de ella. No cede, así que uso ambas manos y tiro, tiro más y más fuerte. Al fin la palanca se mueve hacia abajo, y de la muralla salen unas barras de metal. Éste es el camino secreto para subir.

      —Podemos trepar… p-por aquí —le digo a Jaime.

      —Buen trabajo, Agatha —dice, y eso significa que fui muy inteligente al encontrar la palanca y tirar de ella.

      Me trepo primero por las barras metálicas. Se sienten frías, pero no me cuesta trabajo porque soy muy buena para trepar. Jaime sube tras de mí.

      —Quédate aquí —le dice a la niña—. Vamos a abrir la puerta desde el otro lado.

      Llego hasta arriba y miro alrededor. No hay nadie en la muralla. En el enclave, la gente corre para todos lados y algunos siguen dormidos. ¿Cómo pueden dormir cuando las campanas suenan de esa manera en mis oídos? Deben despertar. ¿Qué está pasando? ¿Qué…? La Puerta Norte está abierta, y no debería estarlo, y por ella entra el enemigo. ¿Por qué está abierta la puerta? ¿Dónde están todos los Halcones? Los enemigos son como cien hormigas que hubieran salido de pronto de la tierra. Son deamhain, lo sé. Está mal, muy mal. Es lo peor. Nunca antes he visto un deamhan, pero sé que son ellos por los tatuajes rojos y azules que cubren sus rostros. Son los peores. De sus bocas color azul medianoche salen gritos y haciendo sonidos horribles, muy horribles, y tienen hachas y espadas que empuñan y gritan, y mi clan, nuestro hogar, mi…

      Me impulso hacia la muralla. Jaime me atrapa y tira de mí para bajarme.

      —¡Suéltame! —digo—. ¡Tenem-mos que… ayudar!

      —Es demasiado peligroso —contesta.

      —¡Tenemos que… que hacer algo! СКАЧАТЬ