Besos de mariposa. Lorraine Cocó
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Название: Besos de mariposa

Автор: Lorraine Cocó

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: HQÑ

isbn: 9788413487038

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СКАЧАТЬ que haber dicho antes. La semana pasada no lo querías de otra cosa.

      —Eso era la semana pasada, entonces necesitaba depurar mi intestino. Esta quiero actuar contra los radicales libres. ¡Necesito antioxidantes! —le dijo la niña levantando la nariz.

      Cuando depositó el vaso de zumo de apio frente a ella, se limitó a apartarlo a un lado.

      Justice miró al techo con desesperación y comenzó a contar mentalmente hasta diez mientras se juraba por enésima vez que, al regresar de su turno aquella noche, lo primero que haría sería desconectar Internet del ordenador de su sobrina. Hacía algunas semanas que Nicole empleaba gran parte de su tiempo en leer artículos en la red sobre alimentación, salud y la conveniencia o inconveniencia de algunos alimentos, lo que a él le estaba acarreando bastantes trastornos a la hora de las comidas.

      Sabiendo que estaba a punto de comenzar con el segundo asalto del desayuno, colocó junto al zumo de apio el plato con salchichas. Nicole arrugó inmediatamente la nariz como si estas apestasen.

      —Yo ya no como carn…

      Justice levantó una mano para detenerla antes de que continuase. Puso el plato con la tortilla, acompañada de algunas rodajas de tomate, frente a ella.

      —No son para ti. Me he cansado ya de la cantinela esa de que la carne mata. No las comas si no quieres. Ya me las comeré yo todas por ti.

      Nicole vio a su tío sentarse frente a ella con una gran sonrisa. Se cortó un buen trozo de humeante salchicha y lo introdujo en la boca, paladeándola. Lo vio incluso cerrar los ojos y degustarla con descaro. Después tomó un trozo de pan caliente, lo metió en su boca y lo engulló con la salchicha, con los carrillos llenos. Cuando terminó de tragar pinchó otro trozo y la miró, antes de meterlo en su boca, para decirle:

      —¡Mmm… deliciosa, absolutamente deliciosa! Pero ¡vamos! Tómate la tortilla, se nos hace tarde —la instó.

      Nicole le observó volver a degustar la salchicha y tragó saliva; después resopló frustrada mientras veía su tortilla en el plato y comenzó a comerla sin muchas ganas. No pensaba protestar. Había leído que la carne producía cáncer y no iba a volver a probarla, aunque aquella oliese tan bien. Así que se centró en terminar la insípida tortilla lo antes posible, aunque se dejó el zumo de apio a propósito, para reivindicar su protesta. Cuando terminó, se levantó de la silla y tomó su plato para dejarlo en el fregadero.

      —Pásate un cepillo por el pelo, parece que tienes un nido de pájaros por cabeza. ¡Y lávate la cara y los dientes!

      —Sí, tío Justice —fue la respuesta de la niña mientras salía de la cocina.

      Él dejó inmediatamente de desayunar y miró en la dirección en la que su sobrina se había marchado. Entornó su mirada gris hasta que convirtió sus ojos en dos líneas suspicaces. «Complacencia», le había contestado con complacencia. ¡Mierda! Nicole no tramaba nada bueno. Iba a tener que estar ojo avizor hasta descubrir lo que pasaba por su mente. Miró su plato y descartó seguir devorándolo con gusto. Ya había perdido el apetito. Lo único en lo que podía pensar era en averiguar los planes de su pequeña guerrillera.

      Pero se había equivocado. Tras dejar a Nicole en la escuela se dirigió, como cada mañana, al Sugarland, un establecimiento que regentaba Tori, la mejor repostera del estado. Iba allí cada mañana para obtener su ansiado y perfecto café. Bien negro, fuerte y aromático. Era una variedad que Tori pedía para él, salvándole la vida cada mañana. Y como era lunes también llevaría una bandeja de deliciosos dónuts rellenos a la comisaría, que seguro sus chicos estaban aguardando ya con impaciencia.

      Estaba degustando su preciado café cuando le formularon por primera vez la pregunta que lo perseguiría el resto del día:

      —Oye, Justice, ¿sabes si vendrá Gina al entierro de su abuela?

      La sorpresa al escuchar el nombre de Gina y la posibilidad de que esta apareciese por el pueblo, tras dieciséis años, dos meses, y… contó mentalmente… nueve días desde su marcha, hizo que se le atragantase el café. Consiguió terminar de tragar, dolorosamente, justo para ver al cartero del pueblo a su lado. Le había posado una mano en la espalda mientras aguardaba una respuesta.

      —No tengo la menor idea, señor Jenkins. Y no sé, la verdad, por qué imagina que podría estar yo en disposición de esa información —le contestó, esforzándose por ofrecerle una escueta sonrisa.

      —Bueno, chico. Gina Walters siempre fue tu mejor amiga. Ibais juntos a todas partes. Me atrevería a decir incluso que erais inseparables.

      —Cuando éramos niños…

      —Algunas cosas nunca cambian —apuntó el hombre con una gran y bonachona sonrisa.

      —Bien, pues esto sí. No he vuelto a saber nada de ella desde que se marchó con quince años. Y teniendo en cuenta que no ha vuelto desde entonces, dudo que vaya a hacerlo ahora. Imagino que su madre enviará a un abogado a solucionar los temas de la abuela Jo.

      —¿Tú crees que Shannon haría tal cosa? —Fue el turno de Tori para sumarse a la conversación, desde el otro lado de la barra.

      Y un par más de presentes lo terminaron de rodear.

      Justice resopló. Odiaba los cotilleos y acababa de convertirse en el centro de uno.

      —No lo sé, Tori. Todo hace pensar que sí, la señora Walters no se llevaba bien con su madre y por eso se fueron del pueblo. Si no han vuelto a mantener contacto durante estos años no veo por qué tendría que venir ahora.

      —¡Pero era su madre…! —añadió Tori.

      —¡Y ella su única hija! —se sumó el señor Jenkins.

      —Lo sé. Pero estoy seguro de que mañana no faltará gente de este pueblo que la recuerde con cariño durante el entierro. Era muy querida y apreciada. Estaremos los que tenemos que estar. Los demás, sobran.

      Apuró el resto de su café de un trago.

      —Y ahora, si me disculpáis, me voy a la comisaría. Me llevo los dónuts, Tori —añadió tomando la caja del mostrador—. Que pasen buen día, señores —se despidió ya en la puerta, antes de marcharse con celeridad.

      Una vez en el coche volvió a respirar, llenando los pulmones por completo antes de arrancar el motor. Apenas había una docena de calles desde la pastelería hasta la comisaria, pero cada una de ellas se le hizo interminable. No quería pensar en Gina. De hecho, era el último pensamiento en el que quería que se detuviese su mente. Ya lo había hecho durante demasiados años, cada vez que estaba en algún sitio que le recordaba a ella, a su mirada, a su risa, a las cosas que vivieron juntos… Y había sido muy difícil dejar de hacerlo, pues cada rincón de aquel pueblo guardaba un recuerdo para ellos. No en vano, como bien había dicho el señor Jenkins, habían sido inseparables durante su infancia. Pero de eso hacía muchos años. Se había acabado y no pensaba volver a abrir aquel capítulo de su vida. Y mucho menos por las absurdas suposiciones de los vecinos del pueblo.

      Con la resolución de olvidar aquel tema llegó hasta la comisaría, aunque decidirlo había sido mucho más sencillo que hacerlo: durante toda la mañana, cada vez que tuvo que salir de la comisaría, e incluso en la seguridad de su despacho, tuvo que escuchar, al menos una docena de veces, la misma pregunta de los labios de sus conciudadanos. Una y otra vez, de manera incansable, se empeñaban en preguntarle СКАЧАТЬ