El libro expandido. Amaranth Borsuk
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Название: El libro expandido

Автор: Amaranth Borsuk

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Comunicación & Lenguajes

isbn: 9789874161475

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СКАЧАТЬ puede escribir mensajes secretos con un estilete plástico o con la punta retraída de un bolígrafo y luego “borrarlos” fácilmente después de leerlos levantando la superficie de celofán. Las primeras tablillas de cera también se utilizaban para enviar mensajes secretos. Según Heródoto, cuando el rey exiliado Demarato quiso avisar a Esparta de un ataque persa (ca. 480 a. e. c.) talló el mensaje en una tablilla de madera y lo cubrió con cera para que no pudiera ser interceptado. El aviso llegó a sus lectores, quienes al principio quedaron perplejos ante la pizarra en blanco. Según Heródoto, fue la reina Gorgo quien tuvo la idea de raspar la cera, lo cual develó el mensaje a tiempo para dar aviso al pueblo. (63)

      Las tablillas de cera se inscribían con un estilete que tenía un extremo afilado y el otro chato, de modo que uno podía borrar los errores. Tal como sugieren algunas piezas de arte antiguas, quienes escribían calentaban el estilete con los labios para facilitar la escritura. Las tablillas se podían utilizar en forma individual, pero a menudo se las entrelazaba con cordeles de cuero de a dos o en polípticos que agrupaban hasta diez tablillas. En los casos en que se unían más de dos tablillas, ya fuera de un extremo al otro o a lo largo de un mismo borde, las tabillas del medio podían ser inscriptas en ambas caras. (64) El agrupamiento de tablillas, conocido por los romanos como códice, hace referencia al soporte de madera, si bien el término también se empleaba para referirse a tablillas de otros materiales, como marfil y hueso. (65) Las representaciones de aquellas tablillas en las vasijas griegas sugieren que no se las aferraba como a nuestro códice de hoy, con la bisagra en el medio, sino más bien como una laptop, con una bisagra horizontal entre dos superficies de escritura (véase figura 2).

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      Los griegos utilizaban inicialmente las tablillas de cera para documentos importantes, como testamentos y anuncios de nacimientos, (66) pero con la introducción del papiro y el rollo de pergamino comenzaron a usarlas en educación y para documentos más efímeros, como notas y contabilidad doméstica. Los romanos hicieron un uso extendido de los pugillares y los códices, especialmente para documentos legales (lo cual nos legó el término codicilo). La mayoría de los estudiosos les atribuye el traspaso de la madera al cuero durante el primer siglo de la era común, un proceso que muy probablemente haya comenzado con el uso de pequeñas libretas de pergamino o membranae. (67) Horacio (ca. 65-8 a. e. c.) menciona que se utilizaban para escribir borradores tanto en Sátiras como en Arte poética, lo cual sugiere que el conjunto de páginas plegadas proporcionaba una alternativa más liviana a la tablilla de cera para componer textos más largos antes de llevarlos a los rollos de papiro. (68)

      Aquel agrupamiento de hojas plegadas ofrece el concepto esencial a partir del cual se desarrolló el códice en la era común, aunque se desconoce quién fue el inventor de la forma. Algunos de nuestros códices más antiguos fueron elaborados entre los siglos I y IV. Se trataba de hojas de papiro o pergamino plegadas, envueltas en cuero y cosidas con una vuelta de hilo sobre el pliegue (una técnica que hoy conocemos como costura a caballete). Cada uno usaba un método ligeramente diferente para producir un cuadernillo [quire] o agrupamiento de páginas plegadas (véase figura 2). (69) Una hoja puede plegarse en diversos tamaños y su denominación se basa en la cantidad de hojas más pequeñas que resultan de ese plegado: folio (dos hojas, cuatro páginas), cuarto (cuatro hojas, ocho páginas), octavo (ocho hojas, dieciséis páginas), dieciseisavo (dieciséis hojas, treinta y dos páginas), etcétera (véase figura 3). Dicha denominación es utilizada por los bibliólogos para describir el tamaño de un libro. La agrupación de papiros consistía en folios anidados, es decir, hojas plegadas al medio siguiendo la dirección del grano que, por ende, tenían la misma altura que el rollo de papiro. Las agrupaciones de pergaminos, no obstante, se hacían a partir de cueros de distintos tamaños y, dada la maleabilidad del material, podían plegarse y cortarse varias veces antes de la encuadernación. El más común de los formatos era el octavo, que se lograba agrupando cuatro folios anidados. De allí proviene la denominación “cuaderno”. (70)

      Las páginas resultantes de una hoja grande plegada se denominan intonsas, porque todavía están unidas. Una vez que las intonsas se cortan por los pliegues, las páginas se denominan hojas, cada una con dos lados: recto (lado frontal) y verso (lado posterior). Dicha denominación proviene de los nombres que los romanos les asignaban a los lados de un rollo de papiro: el recto para el interior con reglones horizontales, que era el lugar correcto para escribir, y el verso folium para la “página curvada” del reverso del rollo. (71) Al ver un códice abierto, la página de la izquierda es siempre el verso y la página derecha, el recto.

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      Fig. 3. Plegado de una hoja y tamaños de libro resultantes. Ilustración de Mike Force para Lightboard basada en A. W. Lewis (1957) Basic Bookbinding, Nueva York, Dover, p. 9.

      Aquel sencillo formato en el cual una hoja se plegaba para formar un cuaderno tuvo un rol importante en el mundo editorial europeo entre los siglos XVI y XIX, una época en la cual los libros eran bienes de lujo y vendedores ambulantes, conocidos en inglés como chapmen, pregonaban esos folletos económicos a las masas. (72) Esos libritos [chapbooks], que podían tener entre cuatro y veinticuatro páginas, aún hoy cumplen un importante rol en las pequeñas editoriales, ya que permiten la posibilidad de publicar colecciones de poesía compactas y poco costosas.

      Vale la pena repetir que el advenimiento del códice no significó la desaparición del rollo: el rollo y el códice de pergamino y de papiro coexistieron durante varios siglos en la cultura romana. La evidencia arqueológica indica una declinación paulatina en la cantidad de rollos a partir del tercer siglo, con un incremento en la cantidad de códices hasta que ambos alcanzaron una paridad entre los siglos III y IV. (73) Entre los libros sobrevivientes de aquel período se encuentran algunas obras de Homero y de Platón, así como tratados de medicina y de gramática, lo cual sugiere que se empleaban en educación. Cada uno tiene por lo general una extensión de solo uno o dos rollos, lo cual evidencia que el formato predominante había establecido en el imaginario de los lectores algún concepto sobre la duración promedio de un libro. Para dar el salto de la libreta estilo folleto al códice tal como lo conocemos, era necesario desarrollar un tipo de encuadernación que pudiera sostener varios cuadernos juntos de manera firme. El ejemplo más antiguo que ha llegado a nuestros días en forma completa, el códice Mudil, un salterio del siglo cuarto descubierto en una tumba egipcia en 1984, revela las raíces romanas del libro cosido: los treinta y dos cuadernillos están sostenidos por tapas de madera cosidas con cuero. (74)

      La tradición del manuscrito

      El libro encuadernado por el lomo tal como lo conocemos hoy sirve a las necesidades que hemos visto hasta ahora. Es portátil y durable, es de fácil referencia y las páginas de bajo costo permiten que se pueda escribir a ambos lados. A diferencia del rollo, no se necesitan las dos manos para mantenerlo abierto y, al igual que la tablilla, se puede dejar abierto sobre una superficie para consultar con facilidad. Pero quizás su difusión se deba fundamentalmente no a lo que es, sino a lo que no es: un rollo como el que se utilizaba para las escrituras hebreas (la Torá) y textos religiosos paganos. El ensayista e historiador del libro Alberto Manguel sostiene que los primeros cristianos recurrían al códice para transportar clandestinamente los textos prohibidos por los romanos. (75) Aquella diferenciación cumpliría un importante rol en el auge del cristianismo en la era común, dado que cristianos y judíos seleccionaban el tipo de encuadernación para sus tratados religiosos de modo de reforzar su distinción (los monjes incluso encuadernaron la Septuaginta en un códice para poder incorporarla a las bibliotecas monásticas, lo cual sugiere hasta qué punto estaba internalizada esa distinción). (76)

      Fue a través del auge del cristianismo que la producción del códice se expandió en Occidente, en la forma de manuscritos monásticos. En el siglo VI, cuando los primeros monasterios establecieron el catolicismo en Italia, San Benito de Nursia dictaminó una regla que establecía que los monjes benedictinos debían leer a diario, completar un libro durante la cuaresma y llevar СКАЧАТЬ