La nación de las bestias. Leyenda de fuego y plomo. Mariana Palova
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СКАЧАТЬ forma en la que su tierno corazón latía contra mi oído.

      Miro con pesadez los libros viejos sobre la mesa, con unas ganas demenciales de echar a dormir sobre alguno de ellos, porque pasar la noche fregando los rastros de carne y sangre de la bañera —con la sosa que encontré en uno de los tantos anaqueles de la sala— no ha sido la actividad más placentera para antes de ir a la cama.

      Y el hecho de saber que en esta casa hay un cuarto repleto de quimeras tampoco ha ayudado mucho, que digamos.

      Me balanceo sobre el banquillo, incapaz de olvidar ese montón de animales bicéfalos, deformados hasta la atrocidad. ¿De dónde carajos habrán sacado los Blake esas cosas tan horrendas, y cómo diablos puede la señora Jocelyn tenerlas en su casa? Pero, aun cuando la colección familiar de los Blake ha resultado ser más retorcida de lo que pensé, lo contenido en esa habitación no es lo más horrible que vi anoche.

      La figura de aquella chica parpadea en mi cabeza de nuevo, y el sólo pensar en su carne quemada hace que se me erice la piel.

      —Rebis…

      Ese mensaje en la pared es un auténtico enigma para mí porque, desde que tengo la lengua del señor del Sabbath, es la primera vez que no comprendo el significado de una palabra. ¿Qué diablos quiere decir? ¿Será una palabra compuesta? ¿Unas iniciales?

      Adam dijo que esta casa se había incendiado en el pasado, y lo más lógico sería deducir que esa chica tuvo algo que ver con aquello, pero no quiero sacar conclusiones apresuradas. Debido a las quemaduras en el rostro no pude adivinar su edad, y la falta de ropa tampoco me ayudó a hacerme una idea de la época a la que perteneció en vida, así que no sé qué tan antiguo es su fantasma o de dónde proviene.

      Sé que no es mi problema, que no debería meterme en lo que no me corresponde, pero ¡diablos! Parece ser que esta casa sí escondía algo raro, después de todo.

      —Qué sorpresivo encontrarte aquí tan temprano.

      Casi me caigo del banquillo al escuchar aquello a mis espaldas.

      Miro hacia atrás y me encuentro a la señora Jocelyn apenas a unos pasos de mí, con una colcha blanca doblada bajo un brazo y una caja de madera en el otro.

      Dioses, ¡ni siquiera pude sentirla cuando se acercó!

      —B-buenos días, señora —saludo con torpeza.

      La señora Blake va hacia una de las mesas y deja la colcha a un lado. Despeja el lugar para colocar la caja y, con toda la tranquilidad del mundo, enciende un mechero, el cual usa tanto para poner un recipiente de cristal sobre él como para encender un cigarrillo.

      Absorta, saca tres frascos medianos de la caja y dos huevos de… ¿gallina? Después, va hacia una de sus tantas vitrinas, de la cual saca una botella llena de líquido transparente.

      Vierte el líquido en el recipiente, mete los dos huevos y luego, procede a destapar los frascos y verter sus contenidos. Uno es rojo y espeso, el otro es blanco y semitransparente, y el último… dioses. Es de color marrón, y el olor que desprende es tan asqueroso que, a pesar de estar a un par de metros lejos de ella, puedo percibirlo con claridad.

      Con una larga varilla de cristal, comienza a revolver las sustancias, y la peste empeora hasta el punto de que tengo que cubrirme la nariz con la mayor discreción posible. Transcurren unos cuantos minutos hasta que, de forma casi milagrosa, el olor desaparece por completo, como si nunca hubiese estado allí.

      Jocelyn Blake permanece en silencio y sus movimientos son precisos, casi mecánicos. Parece tan ajena a mi presencia, tan concentrada, que es como si estuviese sola en la habitación. Y a pesar del extravagante experimento, lo que más me desconcierta es que tengo que parpadear un par de veces para asegurarme de que ella esté realmente allí.

      Diablos, nunca había conocido a una humana con una esencia tan insípida, tan poco relevante. Jocelyn Blake se parece tanto a esta casa, tan inusual y a la vez tan… vacía.

      De pronto, la tela de la colcha se desdobla bajo su propio peso, y un olor ácido y desagradable acude de inmediato hasta mi nariz. Distingo, entre el blanco inmaculado de la tela, una enorme mancha amarilla que me hace arrugar el entrecejo.

      ¿Orina?

      —¿Te sirvo el desayuno, Ezra? —la voz de la madre de Adam hace que me yerga en el banquillo. Ella me mira ahora con esos fríos ojos negros sin intentar siquiera ocultar la cuestionable mancha.

      —Eh, gracias —carraspeo—, pero esperaré a que Adam baje.

      —Para entonces será la hora del almuerzo —dice tajante—. Adam duerme mucho y no suele levantarse temprano, ni siquiera para limpiar sus propios orines.

      Sus ojos señalan hacia la colcha. Una abrumadora incomodidad me invade, no por enterarme de que Adam, a su edad, moje la cama, sino por escuchar a esta mujer avergonzar así a su hijo.

      —Esperaré —insisto de forma cortante—. Quiero despedirme.

      De pronto ella entrecierra los ojos, tan despacio que podría jurar que sus párpados rechinan.

      —¿Te marchas? ¿Tan pronto? —el cigarro se dobla entre sus dedos—. Vaya, Adam tenía la ilusión de que te quedaras un poco más. ¿Te ha parecido desagradable mi hijo?

      —¡No, no, para nada! Lo que pasa es que…

      —Tener más gente por aquí suele ayudarle con su condición, ¿sabes?

       ¿Su condición?

      Miro de nuevo la colcha, y mi cabeza empieza a unir el rompecabezas.

      Esa chica de anoche, ese fantasma tan perturbador… no hace falta tener magia para poder ver espíritus, muchos humanos pueden hacerlo cuando se manifiestan con el suficiente poder, así que tal vez Adam también haya visto a ese fantasma. Quizá desde que era un niño, y si a eso le sumas una casa tan aterradora como ésta…

      —Adam necesita un psicólogo, señora Blake, no compañía —concluyo, muy a pesar de que tal vez eso no sea del todo cierto. Ningún doctor puede curarte de ver espíritus, eso lo sé bastante bien.

      —No requiero que resuelvas sus problemas, Ezra —insiste—. Sólo digo que he observado cuánto le agradas, y eso hace que se sienta menos solo en esta casa.

      Un repentino silencio se instala en medio de nosotros, porque Jocelyn Blake ha logrado decir las palabras mágicas.

      Bajo la barbilla y miro mi mano enguantada. Mi ansiedad desaparece cuando algo más peligroso palpita dentro de mí, algo que me hace apretar ambos puños bajo la mesa.

      No es el monstruo de hueso, no son sus voces terribles… es empatía, porque parece ser que esta casa, esta familia, ha afectado a Adam de una forma que su madre no parece ser capaz de comprender. Y si una cosa he aprendido, es que para mí no existe algo más peligroso en este mundo que el hecho de empezar a sentir empatía por alguien.

      De pronto, Jocelyn se levanta y se acerca hacia mí con ese semblante inescrutable.

      —Si СКАЧАТЬ