La nación de las bestias. Leyenda de fuego y plomo. Mariana Palova
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СКАЧАТЬ contrario de lo que la gente suele pensar, los fantasmas también sienten dolor, tal vez no del mismo tipo o de la misma manera que nosotros, pero sí experimentan algo similar cuando son inducidos a estímulos sensoriales.

      —¿Estás mejor? —susurro, mientras le retiro de la cara los escasos cabellos chamuscados que le han quedado en la cabeza. Ella no parece reconocer lo que le digo, ya que tan sólo mira, ausente, hacia la nada.

      Cierro el grifo de la bañera y veo restos de piel y costras flotar en el agua, ahora roja.

      —Por los dioses, ¿qué fue lo que te pasó? —murmuro sin preguntárselo en realidad, mientras la sujeto con suavidad del brazo para que no se deslice de nuevo dentro de la bañera.

       Demonios, Elisse, no puede ahogarse, ya está muerta.

      Miro a mis espaldas en busca de una toalla cuando escucho un chapoteo y súbitamente siento mi puño cerrarse en el agua. Extrañado, vuelvo los ojos hacia la bañera y me sobresalto ligeramente.

      La mujer ha desaparecido.

      La busco por el cuarto de baño, pero sólo me encuentro con rastros sanguinolentos embadurnados por toda la porcelana. Sacudo la cabeza de un lado al otro y me abrazo a la esperanza de que, de alguna forma, ella haya logrado alcanzar el plano medio.

      Pero ella ha dejado escrito algo en las baldosas de la pared, con sangre y restos:

      CAPÍTULO 13

      UNA RESPONSABILIDAD CONVENIENTE

       —Ay, flaco, si papá Trueno te ve con esa cara de asco, te va a poner a destapar los baños también.

       La burla despreocupada de Julien me hizo levantar la mirada del lavabo de la cocina. Traía yo un desatascador, un par de guantes de látex rosa y la frente perlada de sudor, a pesar del notable frío que hacía en el pantano.

       Llevaba una hora intentando que el agua dejase de estancarse, pero la tubería, en cambio, tenía ya dos días emanando una terrible peste. Alguno de nosotros había metido allí sus sobras de la fiesta de Año Nuevo y, como resultado, la cañería del lavabo había terminado estropeándose. Padre Trueno estaba tan furioso que al final nos amenazó con que, si nadie confesaba el desastre, como castigo YO destaparía el lavabo.

       Nadie dio un maldito paso por mí, así que, con todo y mis quejas sobre lo injusto que era aquello, me enviaron a hacer el maldito trabajo.

       Al ver mi cara de profundo odio, se echó a reír.

       —Ay, cómo lloras —exclamó—. Ya, ya, te voy a enseñar cómo se hace, pero no le vayas a decir a nadie, ¿de acuerdo?

       Julien salió un momento de la cocina, volvió con la caja de herramientas de Tared y con el mandil floreado de mamá Tallulah puesto.

       Me apartó con gentileza y, en vez de utilizar el desatascador, abrió las puertitas de la parte inferior del lavabo y procedió a desarmar la tubería. Luego, metió un alambre de metal por el tubo superior y comenzó a rascar.

       —Ah… —murmuré, por lo que Julien sonrió.

       —Oh, sí. Por suerte aprendí a destapar estas cosas gracias a mis hermanas.

       —¿Hermanas? —hasta ese momento, yo me había hecho a la idea de que todos los errantes éramos una especie de huérfanos o hijos únicos, y descubrir que Julien tenía familia, además de nosotros, me tomó desprevenido.

       —Sí. Tres menores que yo y todas con el cabello hasta la cintura, así que destapar caños, porque siempre estaban llenos de pelos, era una tarea muy común en casa.

       —¿Y ellas son…?

       —¿Errantes? No. Tengo entendido que antes, y te hablo de hace más de cien o doscientos años, era muy común que los errantes naciéramos en “camadas”. Mellizos, trillizos, cuatrillizos… algo heredado de los animales, si quieres verlo así. No es ninguna sorpresa que a las mujeres humanas les costase mucho parirnos, por lo que tanto ellas como nosotros teníamos una mortalidad muy elevada al nacer. Con el tiempo, el rasgo genético se fue diluyendo, y empezamos a nacer en menor número y con hermanos no errantes. Hemos disminuido, pero al menos no morimos con tanta frecuencia al nacer, una mejora generosa por parte de la madre naturaleza, si me lo preguntas.

      Recuerdo haber puesto cara de alucinación al escuchar lo que me decía. Todo lo relacionado con nuestro mundo me era de lo más fascinante, y tenía un hambre inhumana por saber más de nosotros, de nuestro pasado, de nuestra vida.

       Inclusive moría por saber si algún día podría conocer a más de los nuestros.

       —Vaya —dijo de pronto—. Está demasiado atascada. Tendremos que probar con otra cosa.

       Volvió a armar la tubería y después sacó de la caja de herramientas un frasco que decía “sosa cáustica”. Vertió su contenido dentro de la cañería y un olor repugnante se elevó de inmediato.

       —Listo, con eso bastará —Julien sonrió, satisfecho—. Y, por cierto, ese desatascador es sólo para los retretes. Vierte cloro al lavabo cuando me haya ido, por favor.

       Enrojecí de vergüenza.

       —Perdón… —dije con la cabeza gacha—, es que en el campo de refugiados teníamos letrinas o hacíamos agujeros en el suelo, así que nunca tuve que destapar caños y…

       Enmudecía al ver que Julien ya no sonreía. Instantes después siguió contándome sobre su vida en su ciudad de origen, Nueva York; me dijo que provenía de una familia trabajadora que siempre se esforzó por que nada les faltase a sus hijos, tanto en comodidades como en afecto, así que los extrañaba bastante e iba a visitarlos cada vez que le era posible.

       Julien adoraba a sus padres y a sus hermanas tanto como a nosotros, y en vez de sentir celos o envidia, me sentí muy tranquilo al saber que él jamás tuvo que pasar por mayor sufrimiento.

       Ver lo mucho que me alegraba saber que mi hermano había tenido una vida feliz me hizo comprender lo mucho que yo lo adoraba. Pero, de pronto, hizo algo que me desconcertó: me rodeó con los brazos y me apretó contra su pecho. Me prometió en voz baja que no le diría a nadie que él mismo me había visto echar la comida en el lavabo en la cena de Año Nuevo. Y que no me preocupase, que ya nunca tendría que volver a lamentarme por un techo, un baño o algo que llevar a la boca.

       Que mientras él y Comus Bayou viviesen, nunca СКАЧАТЬ