Sangre eterna. Natalia Hatt
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Название: Sangre eterna

Автор: Natalia Hatt

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Sangre enamorada

isbn: 9789878332246

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СКАЧАТЬ no lo soy.

      —¿De dónde, entonces?

      —De todas partes y de ninguna.

      Meredinn cambió al inglés para probar qué tan bien lo manejaba.

      —¿Cómo se entiende aquello?

      —Es difícil de explicar —dijo él en un inglés tan perfecto como su francés.

      —Inténtalo —insistió ella.

      —Lo haré en nuestra próxima cita —prometió con una sonrisa pícara.

      —¿Próxima cita, eh? —cambió al español—. No pensé que esto fuera una cita.

      —Pues resulta que sí lo es —dijo él en un español, también perfecto. Ella no dejaba de asombrarse.

      —¿Qué haces en Francia? —preguntó, luego de pedir un capuchino grande.

      —Vine a entregar un mensaje importante.

      —¿Y qué te ha hecho detenerte a coquetear con una desconocida? —Él se mantuvo en silencio, con una gran sonrisa en el rostro.

      —Eso lo tendrás que descubrir más tarde, preciosa.

      Tanta intriga comenzaba a molestarla. Necesitaba más respuestas de parte del chico.

      —No sé si habrá un más tarde —contestó ella—. Esta noche me voy de aquí.

      —¿A dónde vas?

      —A casa.

      —¿Dónde es tu casa?

      —En un lugar cercano, pero muy lejano a la vez —le dijo, contenta de ser ahora la que causaría intriga.

      —Hmm..., suena a algo que deberé descubrir la próxima vez, ¿no? —comentó él, bebiendo el café negro y sin azúcar que el mesero le había entregado. Ella comenzó a degustar su capuchino. Ambos se quedaron en silencio por unos instantes, tan solo mirándose. Algo dentro de Meredinn gritaba que quería tirarse encima de ese chico y besarlo, como nunca había besado a nadie.

      Aunque sí había esquivado varios besos indeseados por parte de algunos pretendientes que pensaban que, porque era amable con ellos, también les correspondía. Estaban equivocados. Más de uno se había encontrado con una barrera invisible a centímetros de su boca.

      Tener un escudo era una muy buena herramienta.

      —No sé si habrá próxima vez —dijo, sabiendo que posiblemente nunca volvería a verlo, lo que le causaba pena. Se estaba encariñando sin habérselo propuesto.

      —Yo creo que sí la habrá —dijo él, terminando su café.

      Meredinn suspiró.

      —Debo irme, Louis.

      —Está bien —aceptó él—. Pronto volveremos a encontrarnos.

      —¿Cómo puedes estar tan seguro? Ni siquiera te he dado un número de teléfono, ni te he pedido el tuyo.

      —Porque yo puedo encontrar a quien sea, donde sea. —Se levantó de su silla, igual que ella lo hacía.

      —Más intriga —contestó, dispuesta a no aceptar su número de teléfono, por más que deseara hacerlo.

      —Hay algo que no te he dicho —habló él, cuando estaba a punto de darle la espalda.

      —¿Qué, de entre todas las cosas, no me has dicho? — preguntó, con una mirada un tanto severa.

      —Vine a París porque tengo un mensaje especial para ti.

      El corazón de Meredinn dio un salto. ¿Cómo podía alguien saber que estaba ahí? Nadie lo sabía, ni siquiera las hadas. Además, ocultaba su apariencia, luciendo como una humana normal.

      —¿Un mensaje para mí? ¿De quién?

      —Eso lo sabrás cuando lo leas —respondió él, mostrando un sobre de color verde claro de dentro de su saco, para luego entregárselo sin demoras. Ella lo tomó, curiosa por saber qué había allí.

      —Gracias, supongo —dijo; después lo guardó en el bolsillo de su pantalón blanco—. Ahora debo irme. Fue un gusto haberte conocido, Louis.

      —El gusto ha sido mío —respondió él.

      Y sin que se lo esperase, la tomó de sus manos, trayéndola contra su pecho, para luego unir sus labios en un suave beso. Para sorpresa de Meredinn, su escudo no se activó, como lo hacía de forma automática, y ella respondió al gesto, sintiendo cómo todo su ser se derretía ante el contacto con esos suaves labios.

      «¡Dios!», pensó, consciente de que solo había estado media hora con ese extraño y que estaba mal comenzar a sentirse de esa forma. Sabía que no podría volver a verlo. Pronto cumpliría los dieciocho años y su misión comenzaría. No debía tener interés romántico alguno; no en esos momentos.

      —Nos vemos pronto, princesa —dijo él, guiñándole el ojo antes de irse caminando por el lado contrario.

      Ella se apuró a caminar hasta el baño de mujeres más cercano, se metió allí para desaparecer sin ser vista y despertó en su enorme habitación en el palacio real. Como lo había esperado, el sobre verde estaba en su falda, porque Meredinn tenía puesto un simple vestido color violeta. No llevaba bolsillo alguno.

      Abrió la carta, encontrando una tarjetita:

      «Señorita Meredinn.

      Está cordialmente invitada a un baile de gala en tres días, en el palacio del dios Zeus. Vaya en cuerpo físico y lleve el vestido que pronto se le proveerá.

      Atentamente,

      Los Dioses del Olimpo».

      Sintió que estaba a punto de desvanecerse. Había estado en presencia de un mensajero de los dioses, quizá un dios en persona..., y se había encaprichado con él. Lo bueno era que ahora sabía con certeza que sí lo volvería a ver.

      ***

      Estaba segura de tres cosas. Primero, que los dioses ya estaban al tanto de ella, seguramente curiosos por la cantidad de poderes que poseía, y deseaban conocerla. Segundo, que no necesitaría escabullirse dentro de su casi impenetrable mundo para cumplir su misión, que iba a comenzar el mismo día en el que fue invitada al baile de gala. Y tercero, que entonces sentía mucha más curiosidad por Louis, si es que ese era su nombre. Le resultaba irresistible, encantador y enigmático, aunque era un tanto engreído. Anhelaba conocerlo más, aun si entendía que su misión estaba primero que cualquier interés amoroso. A pesar de ese hecho indiscutible, sabía que no podría sacárselo de su mente por más que lo intentara.

      Los dioses del Olimpo la habían invitado a un baile... Ellos no representaban a todos los dioses, sino solo a una sección de aquellos, cuya entrada principal por el mundo de los humanos se encontraba en Grecia, en la cumbre del monte Olimpo. Su mundo estaba dividido СКАЧАТЬ