Название: Su alma gemela - Mi novio y otros enemigos
Автор: Nikki Logan
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Omnibus Jazmin
isbn: 9788413489414
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–No estoy borracha.
–No, no lo estás. Pero lo estarás si sigues así.
–Quizá la nueva yo bebe más a menudo.
Él recogió los papeles y la tableta con la que habían hecho consultas en Internet y los guardó en su maletín.
–¿En serio? ¿Es así como quieres iniciar el Año de Georgia? ¿Recibiendo críticas feroces?
Ella reflexionó en sus palabras.
–¿Hemos empezado?
–Es el primer día.
–Entonces, deberíamos irnos –porque no quería empezarlo de esa manera.
–Deja que te invite a cenar. Conozco un buen sitio. Podemos ir paseando. Te despejará.
–¿Por qué tu mente no está embotada? Has bebido lo mismo que yo.
–¿Masa corporal? –Zander se encogió de hombros.
Ella volvió a reclinarse en el asiento y sonrió feliz.
–Eso es tan injusto… –entonces se irguió con brusquedad y buscó su teléfono–. Debería llamar a Dan. Explicárselo.
Zander le frenó la mano antes de que los dedos pudieran cerrarse en torno al móvil.
–No. No lo hagas con el estómago vacío. Vayamos a comer algo.
Tenía razón. Necesitaba hablar con Dan cara a cara. Se puso de pie.
–De acuerdo. ¿Qué vamos a cenar?
–Podríamos empezar tus clases de cocina esta noche. Algo informal.
–Yo vivo a kilómetros de aquí.
–Yo no –él sonrió.
Y como con un chasquido mágico de los dedos, Georgia recobró la sobriedad. Zander Rush la iba a llevar a su casa. Para darle de comer. Para enseñarle a cocinar. Algo en todo eso parecía tan… íntimo.
–¿Sabes? Tengo que hacer algunas cosas esta noche antes de ir a trabajar mañana –mintió–. Creo que lo mejor será que regrese a casa.
–¿Y qué me dices de la cena?
Si tenía la mente lo bastante despejada como para mentir, la tenía para ir en metro.
–Estamos a una manzana de la estación.
La sonrisa de él fue indulgente.
–Lo sé. Tú nos trajiste aquí.
–Es la misma línea de Kew Gardens. Solía tomarla todo el tiempo para ir a casa –la conocía bien.
–Al menos deja que te acompañe hasta la estación.
Se puso de pie.
–Será estupendo, gracias.
–Sigues siendo tan cortés… –Zander movió la cabeza.
–Recibí una educación a la antigua –Georgia se encogió de hombros.
–¿Padres tradicionales?
–Bajo ningún concepto. Prácticamente me crió mi abuela. Para darme estabilidad. En realidad, mi madre… no estaba bien adaptada… al papel.
La miró de reojo.
–Yo soy el menor de seis hermanos de padres mayores, así que es posible que nos criara una generación similar.
Tardaron unos pocos minutos en llegar a la estación, y algo en su andar y en su incesante charla sobre la infancia le indicó que realmente quería estar sola, porque no volvió a intentar convencerla.
Se detuvo ante la entrada.
–Bueno…
–¿Estarás en contacto?
–Lo hará Casey. Mi secretaria.
Claro. Sus acólitos.
–Ella organizará un programa para los próximos meses.
–Entonces… supongo que nos veremos en la primera actividad.
–Recuerda que para los demás seremos desconocidos. Yo solo seré tu sombra. Ni siquiera te saludaré cuando llegues.
Extraño. Pero mejor. Como hicieran esas cosas juntos, se sentiría demasiado cómoda, lo cual no era una buena idea a juzgar por lo a gusto que se había sentido en las últimas horas.
–Lo recordaré. Hasta la vista –cuando iba a entrar, se detuvo–. Gracias por dejarme conducir el Jaguar.
–Cuando quieras.
Zander cruzó la calle y enfiló por la acera que llevaba al jardín trasero de su casa, donde habían aparcado el coche.
Se dijo que le faltaba práctica. ¿Quién llevaba a una mujer a un bar y luego bebía hasta no poder acompañarla a casa? ¿Quién dejaba que una mujer fuera en el metro sola por la noche?
Un hombre que se esforzaba en no sentir que tenía una cita.
Había estado a punto de sabotear esa reunión de negocios invitándola a cenar a su casa. El viejo Zander no habría dejado pasar tantas horas sin encargarse de que ambos comieran. Hacía tiempo que el nuevo Zander había aparecido. Ese Zander tenía unos músculos comerciales perfectamente definidos, aunque a costa de su cortesía social.
Cualquier músculo se atrofiaba si no se usaba.
Y al final la guinda. «Cuando quieras». Podría haber dicho «De nada» o «ni lo menciones», pero había soltado un «cuando quieras». Como si aquello fuera a repetirse.
Empujó la cancela de su propiedad y observó el sendero largo y sinuoso entre los amplios jardines que llevaba al invernadero.
Era evidente que aún existía algo de su antiguo yo. Algo que respondía a la compañía relajada de Georgia y el modo diferente en que se relacionaba con él. Simplemente, a ella no le importaba quién era o que fuera la única persona que se interpusiera entre ella y una demanda judicial. O quizá no lo reconocía.
Lo miraba con esos ojazos castaños y lo trataba exactamente como a cualquier otra persona.
Algo que ya nadie hacía. Ni Casey, la persona más parecida a una amiga que tenía en el trabajo, quien siempre tenía cuidado de no cruzar la línea de la familiaridad. Incluso ella era consciente de que su futuro estaba en manos de él.
Porque de forma habitual se lo recordaba a todos.
Sus acólitos.
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