Años de mentiras. Mayte Esteban
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Название: Años de mentiras

Автор: Mayte Esteban

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Top Novel

isbn: 9788413486550

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СКАЧАТЬ que emana el Poeta no fue capaz de dársela a ningún personaje más. Lo intentó con todas sus fuerzas, cada noche se encerraba en su cuarto y escribía cientos de palabras que no salvaba porque no estaban a la altura. Las rompía furioso y volvía al día siguiente para acumular una nueva decepción. Un día, sencillamente, dejó de hacerlo y se dedicó a vivir de otra manera.

      »Pero un escritor, uno de verdad, no puede dejar de serlo aunque se empeñe. Alejo es de esos, de los que se nutren de palabras escritas, de los que necesitan el consuelo de poner su alma en cada página que escribe y, aunque no utilizase una pluma o una máquina de escribir, seguía haciéndolo. En cada silencio, mientras parecía que estaba simplemente viendo un paisaje, construía un texto. Interiorizaba a cada persona con la que se cruzaba por la calle, imaginando para ella una vida que quizá no se pareciera a la real, y en su mente la convertía en un personaje. Encontraba argumentos en cualquier lugar. Donde los demás no veían nada, Alejo descubría la semilla de una historia que contar.

      —¿Y por qué no las escribió?

      —Nunca germinaron por lo que te digo. No le parecía que estuvieran a la altura de lo que se esperaba de él.

      —Eso puedo entenderlo, lo que no entiendo es por qué ahora sí.

      —Daniel, querido. La vida es efímera. El tiempo de Alejo se acaba. Esta es la única historia en la que cree desde El hombre inconstante. Es algo que necesita contar. Pero se está haciendo tarde para él y entre tus insistentes preguntas y Beatriz, con su idea, se lo habéis hecho ver. Si no se escriben estas páginas ahora, se perderán.

      —Alejo se está muriendo —afirmó él, convenciéndose de que era la única razón por la que se arriesgaba a dejar su encierro. Podría no darle tiempo a ver qué pasaba con la novela, a no sufrir si la crítica la destrozaba.

      —Alejo está vivo aún, pero nadie vive eternamente, Daniel.

      Elsa se levantó y dejó el café sin terminar en el fregadero. La taza se le escurrió, estrellándose contra el plato y rompiéndolo. Daniel se ofreció a ayudarla a recoger los restos, pero ella se negó. Con cuidado los depositó en la basura.

      —¿Por qué tengo que ser yo? —volvió a preguntar.

      —Ya te lo he dicho, le gustas.

      —Pero esa es una razón endeble —argumentó.

      —¿Recuerdas que hace unos meses extraviaste un pen drive?

      Elsa se metió la mano en el bolsillo. Al abrirla frente a él, lo reconoció. Se había vuelto loco buscándolo durante semanas, hasta que lo dio por perdido.

      —Te lo dejaste en la redacción, puesto en tu ordenador. Beatriz se quedó ese día hasta tarde y lo recogió. Se lo metió en un bolsillo para devolvértelo y se olvidó que lo tenía hasta que fue a lavar el pantalón. Sé que no estuvo bien por su parte, que lo que tenía que haber hecho era dártelo enseguida, pero es curiosa.

      —¿Estuvo husmeando en mis archivos? —preguntó Daniel, bastante enfadado. Beatriz no solo era una jefa sin escrúpulos para gritarle delante de todo el mundo, sino que además resultaba que era una chismosa.

      —No solo eso. Leyó tu novela. O eso que pretendes que sea una novela, pero a la que le falta mucho para brillar. Alejo y yo la hemos leído. Tienes talento, ideas, una buena capacidad para expresarte, pero no sabes manejarlo junto. ¿Has seguido trabajando en ella?

      —No. Solo la tenía ahí y la di por perdida, pero tampoco importa, no es buena.

      —No, querido, yo no he dicho eso. De hecho, creo que es mejor de lo que tú mismo crees. Este objeto es la razón por la que estás ahí sentado. Es la razón que le faltaba a Alejo para dar el paso.

      —¿Mi novela?

      —Tú.

      —No entiendo nada.

      Y era verdad, Daniel llevaba una hora intentando entender qué pretendían de él Alejo, Beatriz y Elsa.

      —El trato es este. Harás esa entrevista que necesita Beatriz, escribirás la novela de Novoa, imitando su estilo, y yo te devolveré tu vida.

      Cerró la mano antes de que a Daniel se le ocurriera intentar quitarle la memoria. De todos modos fue inútil, porque estaba tan desconcertado que ni siquiera fue capaz de reaccionar.

      —Y no solo te devolveré la novela —siguió Elsa—, Novoa la revisará y te dirá dónde falla. Solo nosotras dos y él sabremos que lo ha hecho, y tú a cambio guardarás el secreto de la que vas a escribir por él. Nunca le dirás a nadie que has sido tú y no él quien le ha dado forma a sus ideas y que él ha transformado las tuyas. Quid pro quo.

      Otra vez la frasecita en latín, aquellas mujeres le desesperaban.

      —Esto es de locos —dijo Daniel, levantándose de la silla y tocándose el pelo y la barba de dos días que lucía en un gesto nervioso—. Nunca seré capaz de hacer eso. Novoa es inimitable.

      —Nunca hay que rendirse antes de empezar, tienes edad para saber eso. Beatriz conseguirá que publiques una novela con tu nombre si quieres, tiene poder para ello. Lo hará con las mejores condiciones, te lo garantizo. Piénsalo. No tendrás otra oportunidad así en tu vida. Pero hay algo antes que tienes que hacer, porque, aunque pareces el mejor candidato, tenemos que estar seguros de que lo eres de verdad.

      —No le he dicho que vaya a aceptar esto…

      —Daniel, vuelves a olvidarte de tutearme… —Elsa le miró, mucho más seria de lo que había estado hasta ese momento—. Lo harás, estoy segura. En nuestra próxima entrevista me traerás un texto, una página, no me hace falta más. No hay tema, elige tú, pero no lo escribas como lo harías, sino como si fueras Alejo. Te doy hasta el lunes. Te esperaré a las nueve con un café preparado.

      En su casa, Daniel estuvo dándole vueltas a la conversación. Hizo dos listas sencillas, «sí» y «no», lo que podía empujarle a aceptar esa locura o lo contrario, los frenos que su mente establecía para no lanzarse a una piscina vacía. La lista del «no» era mucho más escueta, tres simples palabras que martilleaban su conciencia. Tres sustantivos abstractos que se dibujaban en unas mayúsculas que oscurecían las razones mucho más tangibles que pesaban en el sí. Si se decidía, conservaría el trabajo, podría pagar la hipoteca y no condenaría a sus padres a perder la casa. Tendría una oportunidad única de recuperar su novela, que daba por perdida, algo que también engrosaba esa lista afirmativa. Y estaba el reto, ese que empezaba a latir furioso en su interior, el ponerse a prueba y demostrar, más a sí mismo que a nadie, que podía escribir algo bueno. Que lo que sentía cuando tecleaba delante del ordenador no era un simple pasatiempo, sino una parte de su interior que estaba en lucha constante con sus miedos.

      Pero también estaba el «no». El miedo al fracaso, a resultar una estafa, a ser cómplice de un engaño literario que quizá no le importase al mundo, pero a él sí. Y la imposibilidad, esa que era la primera palabra que le venía a la mente cuando se planteaba la idea de imitar a Novoa. ¿Cómo iba a ser capaz de transmitir el latido del alma de otro sin que nadie se diera cuenta?

      Era casi la hora de comer, pero no tenía hambre. Una simple manzana le sirvió para aplacar la ira de sus tripas, que no parecían estar de acuerdo con su cerebro ese día. Mientras la mordía, pensó en nombres. En Elena y Emiliana. En Alejo Novoa. En Daniel Durán. Y también pensó en el título de las novelas, las СКАЧАТЬ