Название: Años de mentiras
Автор: Mayte Esteban
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Top Novel
isbn: 9788413486550
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—¿Y por qué va a aceptar su petición si no lo ha hecho en todos estos años que llevan reclamándole una novela?
—Eso, si me lo permites, no te incumbe.
Daniel se sorprendió. Beatriz era una mujer de carácter, capaz de poner en un aprieto a alguien como él, que la sobrepasaba en altura al menos veinte centímetros, pero de ahí a lograr convencer a alguien como Novoa, que llevaba toda la vida escondiéndose, iba un mundo. No se imaginaba qué clase de deuda podían tener entre ambos para que él aceptase volver a escribir.
—Está bien, no necesito saber nada —dijo, pensando que, cuanto antes empezase, antes acabaría—. Le daré las preguntas y mi teléfono, y esperaré a que haya hablado con él para venir a por las respuestas.
—No hemos terminado de hablar de la novela de Alejo. Tú mismo has llegado a la conclusión de que la entrevista es solo una excusa para convencerlo.
—Pero me ha dicho que tiene la base. Supongo que si acepta se pondrá a escribir.
—No has hecho nada para convencerme de que le convenza —dijo Elsa.
—Es que no sé qué puedo hacer yo —contestó confundido.
—Si estás aquí es porque Beatriz cree que tú eres el único capaz de hacer esto, de llegar a Alejo. Y en eso, querido, empiezo a estar de acuerdo con ella. Hay algo en ti que me recuerda mucho a él. Déjame esas preguntas que has traído para él y vuelve mañana a la misma hora.
—Pero, ¿cuál es mi papel?
—Todo a su tiempo, Daniel. Todo a su tiempo.
Elsa se levantó de la silla y él hizo lo propio, siguiéndola de vuelta por el pasillo hasta la salida. Volvió a fijarse en las habitaciones y dedujo que aquella de la puerta cerrada no podía ser más que un dormitorio. Quizá era allí donde se escondía Novoa del mundo.
En el autobús de vuelta a Madrid, a Daniel empezó a dolerle la cabeza. ¿Qué demonios tenía él de particular? ¡Nada! Él era un cualquiera. Menos que un cualquiera, era el último de la redacción, el hombre que nunca firmaba nada, un ser invisible sin apenas contacto con el resto. Un hombre asocial que hacía años que solo se relacionaba de manera superficial con el resto del mundo.
Todo aquello era una puñetera locura, pero quedarse sin trabajo lo era aún más. Sus padres no se merecían que les fallase de nuevo, no ahora que había logrado que volvieran a confiar en él. Nunca había sentido que alguien le tuviera más cogido por los huevos que Beatriz Álvarez.
La odió.
Capítulo 1
«El nombre exacto de las cosas».
Juan Ramón Jiménez
Una fina lluvia recibió a Daniel al bajar del autobús. Se subió el cuello del abrigo, agachó la cabeza y enfiló a buen paso el camino a la casa de Elsa. No estaba lejos, pero aun así no pudo evitar llegar empapado. Esta vez no dudó al apretar el timbre, animado por lo desapacible del día, que no invitaba a quedarse ni un minuto en la calle. Dos minutos después seguía a Elsa por el pasillo hasta la cocina. A medida que iban superando las puertas, Daniel fijaba en su memoria algunos detalles de la casa. No quería mirar con descaro, solo se permitió un rápido vistazo. En el salón pudo distinguir una librería que ocupaba por completo una de las paredes. El baño tenía una ducha. Uno de los dormitorios contaba con una gran cama cubierta con una colcha blanca y varios cojines. El otro, una cama individual y algunos juguetes de niña pasados de moda. La última puerta, como en su visita anterior, seguía cerrada.
Elsa le invitó a sentarse en cuanto llegaron a la cocina. Tenía preparada la mesa y sin preguntar le sirvió un café con dos cucharadas de azúcar mientras él colgaba el abrigo en la silla y se sentaba. Después, se quedó mirándolo, tal vez esperando que empezase a hablar. Si había algo que a Daniel se le daba mal era iniciar un contacto con otro ser humano. Tuvo que ser ella quien deshiciera el silencio.
—Bien, supongo que estás decidido a hacer esto, ya que has venido a buscar tus respuestas. ¿Te parece bien que empecemos?
—Sí, claro.
Sacó el teléfono móvil del bolsillo y se preparó para buscar la función de grabar. Elsa, con suavidad, posó su mano encima de la de Daniel.
—Nada de eso. Escucha simplemente.
—Pero puede que si solo escucho pierda parte de la información. Grabar esta entrevista me facilitará el trabajo —protestó él.
—Estoy segura de que recordarás lo que te tengo que decir.
Él no estaba tan convencido, pero tampoco era un hombre que discutiera las cosas, así que volvió a guardar el teléfono en el bolsillo. Ni siquiera se molestó en silenciarlo. Eran tan pocas las veces que sonaba que le parecía imposible que fuera a ser, precisamente en ese momento, cuando decidiera mutar su costumbre.
—Vamos a empezar por tu primera pregunta —dijo Elsa.
Daniel la recordaba. El hecho de que Novoa fuera tan esquivo con todo el mundo, que hubiera sido capaz de permanecer escondido tantos años, le condujo a ella cuando empezó a redactar el cuestionario.
—¿Alejo Novoa es un seudónimo?
Elsa aplazó su respuesta y a cambio le regaló una sonrisa. Durante un instante, Daniel tuvo la sensación de que le iba a dar un sí.
—¿Sabes la importancia que tiene un nombre? —le preguntó Elsa.
—No entiendo.
—Te voy a contar una historia, la misma que Alejo me contó cuando le transmití tu pregunta.
Revolvió el café con la cuchara y tomó un pequeño sorbo antes de volver a depositar la taza en el plato. Durante unos momentos, el choque de la loza con la cucharilla fue el único sonido que se escuchó. Parecía que a su alrededor el mundo se había detenido, esperando las palabras de Elsa.
—Cuando era un niño, Alejo conoció a dos hermanas gemelas. Eran idénticas, tanto que a sus propios padres les costaba distinguirlas. Incluso tenían un carácter tan parecido que se hacía imposible acertar con quién era quién a simple vista, sobre todo porque en esa época se tenía la costumbre de vestir a los gemelos igual.
»Alejo se enamoró de una de ellas, Elena. Le gustaba todo, pero lo que más le atraía, lo que la hacía única, era su nombre. Elena. Para Alejo sonaba a música, una melodía que hacía latir su corazón cada vez que la evocaba en su mente. Sus sentidos se llenaron de su nombre y se pasó la infancia soñando con ella. Un día, cuando ya eran adolescentes, se miraron. Los sueños infantiles de Alejo renacieron con la posibilidad de conseguir contarle lo que sentía. Sin embargo, él era tímido. No hizo nada, salvo atrapar todas las miradas que Elena le dedicaba y que engrosaban ese primer amor en su mente. En ella, en su cabeza, siempre era Elena.
»Llegó un momento en el que no le fue difícil distinguirlas. El tiempo modela el carácter y las gemelas СКАЧАТЬ