Cómo aprende (y recuerda) el cerebro. Mara Dierssen Sotos
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СКАЧАТЬ rel="nofollow" href="#ulink_316735f9-d9bd-5bc5-a571-2af4b33280cf">La potenciación a largo plazo

       ¡Qué coincidencia!

       La memoria y la volatilidad sináptica

       El engrama: una pieza clave de la arquitectura del aprendizaje

       Colofón

       Bibliografia recomendada

       Sobre la autora

      A Luis, Trini y Pablo, verdaderos coautores de este libro.

      A Guille, Miguel y Luis, que siempre aportan su visión crítica.

      Con vosotros nunca dejo de aprender…

      Introducción

      Desde el punto de vista científico, resulta un misterio fascinante que, del fabuloso entramado de redes de neuronas de diferentes subtipos, y otras especies celulares, como los astrocitos, emerjan el pensamiento, la memoria, los sueños, las emociones y la consciencia. La comprensión de los procesos cerebrales del manejo de la información está determinando avances revolucionarios en las ciencias de la computación y la robótica. Los sistemas bioinspirados, como la ingeniería neuromórfica,1 son claros ejemplos de cómo el conocimiento sobre la propia biología puede repercutir en la tecnología.

      Pero no es necesario recurrir a las últimas investigaciones biotecnológicas para experimentar esa fascinación. Una de las propiedades más interesantes, complejas y útiles de nuestro cerebro es la capacidad de aprender, entendiendo el aprendizaje con las connotaciones propias de la neurobiología, que como veremos en este libro son diferentes de las que se le atribuyen habitualmente.

      Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE), aprendizaje es la «adquisición por la práctica de una conducta duradera», mientras que aprender se define como «adquirir el conocimiento de algo por medio del estudio o de la experiencia» o como «fijar algo en la memoria». De hecho, cuando hablamos de «aprender» solemos referirnos al proceso de adquirir y retener información (aprender los ríos de Europa, por ejemplo), o a ganar habilidades específicas (aprender a montar en bici, o aprender un oficio). Y aunque intuitivamente ya nos damos cuenta de que se trata de procedimientos diferentes, no llegamos a imaginar la complejidad de los mecanismos que el cerebro ha de poner en funcionamiento para que se produzca cada uno de estos aprendizajes. En Wikipedia, la enciclopedia libre, la definición adopta un cariz más biológico: «El aprendizaje es el proceso a través del cual se modifican y adquieren habilidades, destrezas, conocimientos, conductas o valores como resultado del estudio, la experiencia, la instrucción, el razonamiento y la observación». Si intentamos unir ambas perspectivas, podemos obtener una definición de aprendizaje similar a esta: «la capacidad del sistema nervioso de retener experiencias de forma que se condicionan las respuestas conductuales futuras a través de modificaciones moleculares o celulares más o menos perdurables».

      Como vemos, el aprendizaje está estrechamente ligado a la memoria, puesto que esta no puede existir sin aquel. Ambas funciones mentales nos permiten adaptar la conducta según nuestra experiencia. Y esa experiencia y el conocimiento adquirido, almacenados de algún modo en el cerebro, perfilan los rasgos, la conducta, la actitud e incluso la manera de pensar de cada persona.

      La suma de los procesos de aprendizaje y memoria da lugar a la función cerebral que permite registrar, codificar, consolidar, retener, almacenar y recuperar la información previamente acumulada. Si el aprendizaje se encarga de la fase de registro y codificación, la memoria, además, nos permite realizar los siguientes pasos sin olvidarnos de ser conscientes de quiénes somos, y recordar hacia dónde nos dirigimos. Llama especialmente la atención el ingente número de «recuerdos» de diferentes clases que somos capaces de adquirir, cada uno de ellos con sus propios «metadatos» o informaciones asociadas (desde cómo olía, qué emoción sentíamos, quién estaba con nosotros, hasta quizá incluso la ropa que llevábamos el día en que aprendimos algo).

      Contrariamente a lo que solemos pensar, no solo es aprendizaje el proceso de adquisición cognitiva que nos cuesta esfuerzo. Se trata más bien de una práctica constante y cotidiana de nuestro cerebro, pues estamos continuamente aprendiendo: nuestras experiencias son también un aprendizaje que nos permite utilizar con posterioridad la información y reaccionar de la manera más eficaz posible al entorno. ¿Cómo codifica el cerebro la información de modo que sea «almacenable»? ¿Cómo se aprenden las cosas cotidianas de forma que luego se recuerden también los atributos, sensoriales o de otras categorías, asociados? ¿Es que también se «aprenden»? ¿Y cómo escogemos qué información aprender?

      La memoria y el aprendizaje tienen algunas propiedades interesantes: una de ellas es su relación con la emoción. Fundamentalmente dotamos a lo que aprendemos de un tinte emocional, en especial a lo que tiene que ver con nuestras experiencias vitales (que veremos que se traducen en lo que se llama «memoria episódica»). Así, la misma fiesta puede producir un recuerdo muy agradable para quien conoció en ella a alguien interesante o sumamente desagradable para quien tuvo que lidiar con un «plasta». Lo mismo sucedería si alguno de los asistentes a la fiesta se encontrase mal aquella noche: su recuerdo se vería empañado por ese malestar. De la misma manera, las personas que sufren estrés postraumático «sobreaprenden» una experiencia traumática, que queda tan grabada que no pueden olvidarla. Los científicos buscan también la forma de «desaprender», de eliminar recuerdos debidos al sobreaprendizaje traumático. Algunos investigadores, mediante técnicas de optogenética —la combinación de métodos genéticos y ópticos para controlar eventos específicos en ciertas células de tejidos vivos—, han conseguido «borrar» en roedores el recuerdo de descargas eléctricas. Sería algo parecido al neutralizador de la película Men in Black, el objeto utilizado por Will Smith y Tommy Lee Jones para eliminar cualquier recuerdo de extraterrestres de las mentes de las personas, o de la varita mágica que Hermione usa en la saga de libros y películas de Harry Potter, con el fin de borrar la memoria a sus padres y enfrentarse a Voldemort. Quién sabe si, en un futuro no muy lejano, estas técnicas aún en fase de investigación servirán para desarrollar un nuevo tratamiento para las experiencias traumáticas.

      Veamos otras dos características interesantes del aprendizaje y la memoria: son procesos selectivos —por eso nos permiten olvidar lo que nos resulta doloroso o, simplemente, no almacenar aquello que no nos interesa— y creativos, es decir, no se trata de un «almacenaje» fidedigno, sino que, al igual que sucede con la percepción, no somos receptores pasivos de la información: intervenimos de manera activa en su adquisición, en la forma en que se almacena y, por lo tanto, en el modo en que se recuerda. De hecho, aunque la mayoría de nosotros confiamos en que lo que recordamos de lo aprendido es fiable, un fragmento fidedigno de la realidad, la información que almacenamos a largo plazo está sometida a procesos de modificación y reorganización que dependen de que aprendamos nuevas informaciones relacionadas, que permiten dar nuevas interpretaciones a lo que sabíamos y que también pueden producir una pérdida de parte de la información con el paso del tiempo. Cada vez que recordamos, «reinventamos» un poco el recuerdo. Es como si tuviéramos que reaprenderlo. Eso es porque cuando traemos esa memoria СКАЧАТЬ