Название: Peces y dragones
Автор: Undinė Radzevičiūtė
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: La principal
isbn: 9788417617400
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De escorbuto o de alguna enfermedad crónica.
Eso también se llama sacrificio.
A la Misión en China solo parten los mejores, los más cultos y con mayor talento para las lenguas extranjeras.
Un grupo de elegidos.
No existe ninguna otra organización que controle la admisión de nuevos miembros con tanto cuidado como la Compañía de Jesús.
Las normas ya las determinó Ignacio.
Solo son aptos los sanos, fuertes, de físico atractivo e intelecto agudo.
De carácter tranquilo, pero a la vez enérgicos.
La riqueza y el origen no son condición indispensable.
Pero siempre serían una excelente recomendación.
A las misiones solo parten los mejores.
Y solo llegan los que tienen suerte.
Castiglione llegó a Macao felizmente vivo.
Pero no a tiempo.
Llegó justo después de que el anciano cuarto emperador de la dinastía Qing conociera la bula papal.
Si no hubiera sido por las quejas de los dominicos, no habría habido bula papal, y nada habría ofendido al anciano cuarto emperador.
Y el padre Castiglione no habría tenido que sentarse a pintar melocotones en platos y cuencos.
Pero cuando Castiglione llegó, la bula ya había sido proclamada oficialmente.
El anciano cuarto emperador Qing se opuso a ella y anunció: «Queda prohibido el catolicismo en China, y todos los misioneros occidentales, excepto aquellos hábiles en la ciencia o en la técnica, o aquellos demasiado ancianos para regresar a casa, han de partir rumbo a occidente».
Doscientos años de trabajo de la Misión jesuita en vano.
Diez años de esfuerzos del padre Ripa, también.
Durante ese tiempo la barba del padre Ripa se alargó y encaneció.
El padre Ripa asegura que llegó a China recién afeitado.
A pesar de los cambios, tanto el padre Ripa como Castiglione continúan en China.
Lo que significa que no todo está perdido en esta China.
Mientras pinta melocotones, el padre Ripa sigue repitiendo: ellos son combatientes.
Están allí con un cometido especial, ahora a la espera del momento adecuado.
El comienzo de la batalla, dice el padre Ripa mientras pinta hojas.
Han de estar preparados para atacar en todo momento.
Por la Iglesia.
Es cierto que no todo está perdido.
Al fin y al cabo, los chinos no los han acuchillado.
En mil seiscientos pedacitos, dice el padre Ripa.
Como a otros cuantos. Jesuitas como ellos.
Sin ninguna prisa.
Dos jesuitas aún pueden.
Aún pueden medir: cuántas fuerzas les quedan.
Y qué tipo de fuerzas son esas.
Tantas como se les permite en la Ciudad Prohibida.
Aunque a ambos empieza ya a fallarles el entusiasmo…
Y esas mismas fuerzas.
Para ver en todos esos cambios y desgracias…
algo verdaderamente positivo.
El padre Ripa repite: en el mundo no faltan países.
De los que se expulsó a los jesuitas.
Los expulsaron de Venecia y de Francia.
Pero, ¿acaso no los permitieron regresar más tarde?
Incluso a aquellos dueños de «conocimiento» les surgen dudas constantemente.
Cada vez que Castiglione comienza a perder las últimas fuerzas y vuelven a invadirlo las dudas y vacilaciones, el padre Ripa repite de nuevo.
Todas esas palabras.
Tres veces al año.
Los dos saben bien por qué viajaron a China: el general los envió.
Solo el General de la Compañía puede enviar a otros.
Ellos solo obedecen y dejan que el general decida.
En qué lugar del mundo tendrán que luchar por la Iglesia.
Pero el padre Ripa dice: él mismo decidió viajar a China de todos modos.
Por qué, pregunta Castiglione.
El padre Ripa responde. Oyó una voz.
De arriba.
Qué dijo la voz, pregunta Castiglione.
Que era mi destino, responde el padre Ripa.
Desde ese momento Castiglione tiene la impresión de que el cuerpo del padre Ripa irradia luz.
Aún en Portugal, Castiglione se torturaba lleno de dudas antes de partir, y luchó contra ellas meditando y rezando, rezando y ayunando; pero él no tuvo ninguna visión.
¿Tal vez su fe no es lo bastante firme?
El padre Ripa dice: un jesuita ha de protegerse de que se le ocurran ideas.
De que podría llegar a ser santo.
Como Ignacio.
Tan pronto como ese género de ideas brote en la cabeza de un jesuita, deberá aplicarse este en su formación.
Rezando.
El padre Ripa también dice: el objetivo de un jesuita no es el de prepararse para cruzadas espirituales buscando la santidad.
Como se preparó Ignacio. Y si no se tienen visiones, tampoco hay que apenarse.
El padre Ripa sabe más cosas.
Y le habla a Castiglione sobre las visiones de Ignacio.
Durante la Eucaristía, Ignacio vio a Cristo descendiendo desde los cielos.
¿Qué aspecto tenía?, pregunta Castiglione.
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