Название: La seducción del jefe - Casada por dinero - La cautiva del millonario
Автор: Maureen Child
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Omnibus Miniserie
isbn: 9788413489063
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–Gracias.
Ella asintió, apagó el ordenador y volvió a tomar su bolso.
–Si eso es todo, me marcho.
Jefferson asintió. Se estaba dirigiendo a su despacho cuando se le ocurrió algo que le hizo detenerse en el umbral de la puerta.
–Dado que no te vas a casar –le dijo, dándose la vuelta–, supongo que estarás disponible para el viaje a Portugal.
–¿Cómo?
Jefferson siguió andando y entró en su despacho, dando por sentado, sin equivocarse, que ella lo iba a seguir.
–Nos marchamos dentro de tres semanas. Quiero ir a comprobar ese crucero personalmente y te necesito a mi lado. Dado que tus planes han cambiado, no veo razón alguna para que no me acompañes.
Con eso, tomó asiento y adjuntó la nueva carta a la oferta antes de meterla en el sobre. Entonces, vio que ella se le acercaba con fuego en los ojos y un duro rictus en la boca.
–¿Y eso es todo? ¿No tienes nada más que decir? –le preguntó ella.
–¿Sobre qué?
–Sobre el hecho de que yo no me vaya a casar.
–¿Y qué más debería decir?
–Oh… Nada –dijo ella, aunque el tono de su voz indicaba claramente que había esperado algo más.
–Si estás esperando que te diga que lo siento, está bien. Lo siento mucho.
–Vaya –exclamó ella, llena de fingida emoción–. Esas palabras han sido tan sentidas, Jefferson… Espera un momento a que me recupere.
–¿Cómo dices? –preguntó Jefferson, poniéndose de pie. La actitud de Caitlyn le había sorprendido profundamente. Jamás la había visto así en los años que llevaba trabajando para él.
–No lo sientes en absoluto. Simplemente te alegras de que vuelva a estar a tu disposición.
–Siempre estás a mi disposición –señaló él, sin comprender por qué se sentía tan enfadado.
–Por el amor de Dios, es cierto, ¿verdad? –le preguntó Caitlyn, observándolo como si nunca lo hubiera visto antes.
–¿Y por qué no iba a ser así?
–Tienes razón. Es mi trabajo y se me da bien. Probablemente demasiado bien y por eso estoy así en estos momentos. Sin embargo, Peter estaba equivocado…
–¿Peter? ¿Quién es Peter?
–Mi prometido… Dios mío, estuve seis meses prometida con él y ni siquiera sabías su nombre…
–¿Y por qué iba yo a saber su nombre?
–Porque, entre los seres humanos, se considera normal estar interesado en los compañeros de trabajo.
–Tú no eres una compañera de trabajo –señaló Jefferson–. Eres mi empleada.
–¿Nada más? –le preguntó ella, atónita.
–¿Y qué más puede haber?
–¿Sabes una cosa? Estoy segura de que esa última pregunta la has hecho en serio. No tienes ni idea.
–¿Ni idea sobre qué?
–Si no lo sabes, no soy yo quien tiene que explicártelo.
–Ah… ése es el último recurso de la mujer acorralada –dijo él, sacudiendo la cabeza–. Esperaba otra cosa de ti, Caitlyn.
–Y yo esperaba… En realidad, no sé por qué esperaba otra cosa diferente. ¿Y sabes qué? Que no importa.
–Excelente –replicó él, dando por terminada la conversación–. Nos olvidaremos de que esta conversación ha tenido lugar.
–¿De verdad, Jefferson? Pues te aseguro que yo no voy a olvidarla.
Caitlyn se marchó un instante después, dejando a Jefferson con la irritación vibrando en su interior. No estaba acostumbrado a que nadie le dejara con la palabra en la boca. Y no le gustaba.
Capítulo Dos
–Los hombres son repugnantes –dijo Debbie Harris, completamente asqueada, levantando su copa.
–¡Eso, eso! –afirmó Janine Shaker, preparándose también para el brindis.
–Ni que lo digáis –afirmó Caitlyn, tomando su copa para golpearla contra la de sus amigas.
Después del fin de semana que había tenido, por no mencionar la última conversación con Jefferson, resultaba muy agradable estar con sus amigas. Mujeres que la comprendían. Mujeres con las que podía contar a cualquier precio.
–¿Te encuentras bien, cielo? –preguntó Debbie, que era la que tenía el mayor corazón–. ¿De verdad?
–Sí, estoy bien –dijo Caitlyn, sorprendida por la veracidad de sus palabras. ¿No debería estar más disgustada por el hecho de que no fuera a casarse con Peter? ¿No debería estar llorando miserablemente en un rincón?
Efectivamente, había llorado bastante durante el fin de semana, pero, si Peter había sido el amor de su vida, ¿por qué no se sentía más… destrozada? No lo sabía. Este hecho le resultaba aún más duro que la ruptura en sí del compromiso.
–No me puedo creer que Peter piense que estás enamorada de tu jefe –dijo Janine, en tono de sorna.
–Creo que Peter tuvo miedo y que, simplemente, necesitó una razón para evitar la boda. Menudo gallina –comentó Debbie.
–Sí, pero acusarla a ella de estar enamorada de Lyon –replicó Janine, sacudiendo la cabeza–. Eso sí que es pasarse.
En aquel momento, Caitlyn no podía pensar en Jefferson Lyon sin rechinar los dientes. ¿Enamorada de él? Ni hablar. ¿Atraída? Claro. ¿Qué mujer joven y viva no se sentía atraída por él? Sin embargo, se quedaba sólo en eso. En una atracción.
–Ni siquiera me habléis de Jefferson –dijo–. Cuando se enteró de que ya no me iba a casar, se limitó a decirme que me podría ir a Portugal con él. Nada de decirme que lo sentía o preguntarme si me encontraba bien y quería tomarme el día libre. Os aseguro que estuve a punto de dimitir.
–Deberías haberlo hecho –afirmó Debbie–. Los hombres son repugnantes.
–¿Dónde hemos oído eso antes? –preguntó Janine.
–Muy graciosa –repuso Debbie. Entonces, se volvió para СКАЧАТЬ