La seducción del jefe - Casada por dinero - La cautiva del millonario. Maureen Child
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      –Jefferson –dijo, apartándose un poco más de él–. Olvidémonos por un momento de la razón por la que has venido aquí. ¿Cómo has entrado en mi habitación?

      Jefferson sonrió y ella sintió que le temblaban las rodillas. No se trataba de una buena señal.

      –Te he seguido.

      –Sí, bueno. Eso ya me lo imagino. ¿Cómo supiste adónde venía?

      –No resulta difícil para un hombre de mi posición conseguir las respuestas que necesita, Caitlyn.

      Probablemente no. Jefferson tenía contactos por todo el mundo y suficiente dinero para pagar la información que pudiera necesitar. Sin embargo, ¿por qué había decidido tomarse tantas molestias? Además, ¿por qué había tenido que meterse en su habitación?

      –Bien. Me has encontrado, pero, ¿quién te dejó entrar en mi habitación?

      Jefferson se sentó en el borde de la cama. La toalla se le abrió, dejando al descubierto un músculo bronceado y bien torneado, cubierto con un ligero vello rubio. «Dios…».

      –Cuando expliqué en recepción que mi esposa había llegado unos días antes que yo, estuvieron encantados de darme la llave.

      –¿Tu esposa? ¿Les has dicho que yo soy tu esposa? ¿Y te han creído?

      –Por supuesto –dijo él, como si fuera lo más normal del mundo–. Además, no había más habitaciones disponibles. El hotel está lleno. ¿Qué se suponía que tenía que hacer?

      –¿Marcharte a casa, tal vez?

      –Sin verte no…

      Se reclinó hacia atrás y se apoyó con los codos sobre la cama. La toalla se abrió un poco más, haciendo que Caitlyn contuviera el aliento. La toalla cubría ya tan sólo lo imprescindible.

      Caitlyn cerró los ojos y se frotó suavemente el entrecejo mientras se decía que debía contar hasta diez. Cuando hubo terminado, contó hasta veinte. No le sirvió de nada. Seguía muy furiosa, algo asombrada y muy necesitada. No se trataba de la combinación más adecuada.

      Jefferson la observó atentamente y deseó poder leerle el pensamiento. Los sentimientos que se reflejaban en su rostro eran tan diversos que sabía que sus pensamientos debían de ser de lo más entretenido. Mientras Caitlyn paseaba por la habitación, él se limitó a mirarla atentamente. Al observar sus largas y esbeltas piernas, bronceadas con el color de la miel, sintió que algo se despertaba en su interior. Recordó que el recepcionista la había descrito como la que tenía unas largas piernas y tenía que admitir que aquel tipo estaba en lo cierto. ¿Por qué no se había fijado antes en las piernas de Caitlyn?

      Podía haber tratado de encontrarse con ella en las zonas comunes del hotel, pero así había resultado mucho más… intrigante. No le había costado mucho conseguir la llave de la habitación de Caitlyn y eso que no era el dueño de aquel hotel en particular. Afortunadamente para él, el apellido Lyon tenía el peso que necesitaba para conseguir lo que quería. Además, seguramente el hecho de que hubiera reservado el resto de las habitaciones del hotel que quedaban disponibles para no poder dejar la habitación de Caitlyn había terminado de convencer al pobre recepcionista para que se mostrara más transigente que de costumbre.

      –No te puedes quedar aquí…

      –No tengo elección. No hay más habitaciones disponibles.

      –Ve a comprarte una casa.

      –Estamos en una isla privada.

      –Ése no es mi problema –replicó ella, colocándose las manos sobre las caderas.

      –Vaya, vaya… ¿Así es como habla una esposa a su esposo?

      –No me puedo creer que hayas hecho algo así. De hecho, me sorprende que hayas conseguido pronunciar la palabra «esposa».

      –Pero lo hice. Ahora, tendrás que cargar conmigo.

      –No cuentes con eso –dijo ella, dirigiéndose inmediatamente a la mesilla de noche, donde estaba el teléfono–. Voy a llamar a recepción y les voy a decir que has mentido.

      –Y yo les diré que esto sólo es una pelea de enamorados.

      –No te creerán.

      –Puedo resultar muy convincente…

      Caitlyn lo observó llena de frustración. Lo estuvo observando durante unos instantes, tratando de encontrar una salida. Evidentemente, no la halló.

      –Está bien –dijo por fin–. De todos modos, seguramente se pondrían de tu lado y terminarían echándome a mí de mi propia habitación…

      –Bueno, yo jamás dejaría que ocurriera algo así. Jamás consentiría que mi esposa sufriera un trato así.

      Caitlyn lanzó un bufido y se sopló el ligero flequillo que le caía por la frente.

      –Eres un imbécil…

      –¡Qué bien! Ya estamos con las intimidades…

      –Mira, Jefferson. No sé lo que estás tramando, pero no te va a servir de nada sea lo que sea.

      –¿Qué te ocurre? ¿Acaso tienes miedo de estar a solas conmigo?

      –Eso es ridículo.

      –¿Sí? En ese caso no hay problema en que yo me quede aquí.

      –Está bien. Puedes quedarte hasta que te encuentren una habitación.

      Algo que no ocurriría en un futuro cercano. De eso Jefferson estaba completamente seguro.

      –Pero dormirás en el suelo.

      –Es decir, me tienes miedo. O, mejor dicho, tienes miedo de ti misma cuando estás conmigo.

      –Tu ego es increíble.

      –Gracias.

      –No me puedo creer que esto esté ocurriendo.

      –Venga, Caitlyn –dijo él dirigiéndose al armario, donde ya había colgado las pocas ropas que se había llevado junto a las de Caitlyn–. No queremos empezar nuestras vacaciones con una pelea.

      –¿Qué vas a hacer?

      –Vestirme.

      –¿Aquí?

      –¿Y dónde si no? –preguntó mientras se agarraba la toalla para quitársela. Antes de que lo hiciera, Caitlyn salió disparada en dirección al cuarto de baño.

      –Vístete y márchate. Tengo que prepararme para una cita.

      –¿Una cita?

      Caitlyn se detuvo en la puerta del cuarto de baño y se volvió para lanzarle una sonrisa de satisfacción.

      –Sí, СКАЧАТЬ