La seducción del jefe - Casada por dinero - La cautiva del millonario. Maureen Child
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Читать онлайн книгу La seducción del jefe - Casada por dinero - La cautiva del millonario - Maureen Child страница 12

СКАЧАТЬ más que pensar en qué armas podía utilizar para hacerla volver. ¿Un aumento? Tal vez. ¿Más vacaciones? De momento, aquél era un asunto bastante delicado entre ellos. ¿Un ascenso al nivel ejecutivo? No estaba mal. No obstante, sabía que iba a tener que hacer mucho más que mejorar sus condiciones laborales para recuperar a Caitlyn. Iba a tener que… Cuando comprendió lo que iba a hacer para recuperar a Caitlyn, se dibujó en su rostro una lenta sonrisa.

      –Eso es lo que me gusta escuchar –dijo Harry–. ¿Cuál es el plan?

      Jefferson sonrió a su padre, pero decidió guardar silencio. A Harry no le gustaría su plan. No comprendería que el único modo con el que podría recuperar a Caitlyn era conseguir que ella pensara que el hecho de volver a trabajar para Jefferson era idea suya.

      Jefferson conocía muy bien a las mujeres. La enamoraría, la seduciría, la cubriría de joyas y después se comportaría como un imbécil y dejaría que ella rompiera con él. Seguramente Caitlyn se sentiría tan mal que regresaría a trabajar para él.

      –No te preocupes ahora por eso, papá –contestó, con una sonrisa–. Lo tengo todo bien pensado.

      Como estaba desempleada, Caitlyn ya no tenía razón alguna para quedarse en casa. Por lo tanto, llamó al hotel y tuvo la suerte de que acababa de haber una cancelación. Otra señal divina que le indicaba que estaba haciendo lo correcto. Lo agradeció.

      Había sentido una increíble sensación de libertad al enfrentarse a Jefferson y dejar su trabajo, pero, después de hacerlo, estaba empezando a tener sus dudas. Había conseguido ahorrar parte de su sueldo, por lo que no tendría problemas económicos durante unos meses, pero jamás había estado en el paro desde que terminó la universidad. Sentía una extraña sensación en el cuerpo al saber que ya no tendría que estar a una hora concreta en un sitio determinado. Más raro aún sería saber que no tendría ninguna obligación de la que preocuparse.

      Cuando el taxi se detuvo delante de Fantasías, sintió una sensación de nerviosismo en el estómago. Se recordó que había hecho lo correcto, pero esperaba poder creérselo muy pronto. Por eso, había cerrado su apartamento y se había marchado a la isla con casi dos semanas de antelación con respecto a sus amigas.

      Janine y Debbie la apoyaron en todo. Cuando oyeron que había dimitido, la aplaudieron y prometieron mantenerse en contacto con ella hasta que pudieran reunirse las tres en Fantasías.

      –Hasta entonces –susurró agarrando con fuerza el asa de su maleta–, estás aquí para relajarte. Ya puedes empezar.

      Una suave brisa marina le acarició la piel y la envolvió en el aroma del mar y en el de las flores que rodeaban el exclusivo hotel. Aspiró profundamente para saborear su libertad y tratar, al mismo tiempo, de calmar los nervios que aún le bailaban en el estómago.

      –¿La puedo ayudar con su equipaje?

      Caitlyn se sobresaltó un poco y, cuando se dio la vuelta, se encontró con un hombre alto y atractivo que iba vestido con el uniforme de Fantasías, que constaba de camisa roja y pantalón blanco.

      –Hola…

      –Hola. Bienvenida a Fantasías –dijo, con una radiante sonrisa–. Deje que la ayude con su equipaje.

      –Gracias.

      Caitlyn le entregó la maleta y lo siguió al vestíbulo mientras iba admirando las hermosas flores que había a cada lado del paseo. Cuando por fin entraron en el inmenso vestíbulo del hotel, Caitlyn sólo encontró una palabra para poder describirlo: maravilloso.

      El suelo era de azulejos azules, lo que proporcionaba la sensación de que se estaba caminando por encima del agua. Además de las mesas y sillas de mimbre, que estaban distribuidas por todo el vestíbulo para que los huéspedes pudieran sentarse a charlar o descansar, había otras mesas más pequeñas, éstas de cristal, que soportaban jarrones de este mismo material repletos de flores de brillantes colores.

      Detrás del mostrador, que era largo y ondulante como una serpiente, había un enorme acuario de peces de colores. Todo resultaba maravilloso y perfecto, como el resto del hotel. De hecho, hasta los encargados de la recepción eran de una belleza casi ideal.

      Mientras esperaba para registrarse, Caitlyn aceptó una copa de champán que le ofreció un camarero. En aquel momento, sus dudas sobre aquellas vacaciones se disiparon por completo. Ya tendría tiempo de preocuparse por haber dejado su empleo en Naviera Lyon y por tener que buscar uno nuevo. Por el momento, iba a dejarse llevar por aquel ambiente de lujo y relajación.

      Sin embargo, dos días más tarde, Caitlyn estaba empezando a sentirse un poco inquieta. Estaba haciendo todo lo posible por combatir ese sentimiento. Estaba tumbada en una hamaca roja y blanca, con una deliciosa bebida tropical a su lado, una novela sobre el vientre y el océano frente a sus ojos. Todo invitada a la relación, pero su maldito cerebro no hacía más que pensar en Jefferson, en el modo en el que él la había mirado cuando anunció su dimisión. El hecho de que ya no trabajaba para él y que, por lo tanto, ya no volvería a verlo.

      Todo era como ella había deseado, ¿no? Era mucho mejor que Jefferson Lyon ya no formara parte de su vida…

      Si esto era cierto, ¿por qué no se sentía más contenta?

      –Estoy preocupada –dijo, con el teléfono móvil en una mano y la copa en la otra.

      –¿Por qué? –le preguntó Janine–. Estás en el hotel del que más habla todo el mundo. Te están tratando a cuerpo de rey. Estás libre y soltera, eres joven y debe de haber al menos una docena de hombres al alcance de la mano.

      –Es cierto –admitió Caitlyn, mirando a su alrededor.

      –Entonces, ¿cómo es posible que estés preocupada?

      –Jefferson –contestó, muy a su pesar–. He dejado mi trabajo sin avisarle con tiempo suficiente. Lo he dejado en la estacada sin nadie que se ocupe de sus cosas.

      –Justo lo que se merecía –replicó su amiga. Entonces, se puso a hablar con otra persona–. No pongas ahí las hortensias. ¿Dónde diablos naciste tú? ¿En un granero?

      Caitlyn sonrió. La carísima floristería en la que trabajaba Janine y de la que era la principal encargada, estaba siempre llena de gente y a Janine le gustaba estar pendiente de todo.

      –Sinceramente, Caitlyn –dijo, centrándose de nuevo en su conversación telefónica–. Naviera Lyon ya no es problema tuyo. Tienes que aprender a desconectar. ¿Cómo vas a poder disfrutar de tus vacaciones cuando no haces más que pensar en lo que ocurre aquí en Long Beach?

      –Tienes razón, pero…

      –No hay peros –la interrumpió su amiga–. Michael, si rompes otro jarrón te juro que voy a… –añadió, justo al mismo tiempo que se escuchaba el sonido de cristal roto–. Me voy a morir…

      Caitlyn se echó a reír.

      Inmediatamente, Janine volvió a tomar la palabra.

      –Venga, Caitlyn. Asegúrate de divertirte y de conocer gente. Gente masculina. Bebe, disfruta y olvídate de Jefferson Lyon.

      De repente, una pelota de voleibol aterrizó al lado de Caitlyn y la salpicó de arena antes de golpearle sobre el vientre.

      –¡Eh!

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