Название: Las aventuras de Huckleberry Finn
Автор: Mark Twain
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9786074574913
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–Sólo tengo un dólar y lo quiero para...
–No importa para qué lo quieras... Dámelo y basta.
Se lo di y lo mordió para ver si era bueno, y después dijo que iba a ir al centro del pueblo a tomarse un whisky; que no había bebido en todo el día. Cuando salió al cobertizo, volvió a meter la cabeza por la ventana y me maldijo por tener ínfulas y tratar de ser más que él, y cuando calculé que se había ido ya, volvió a meter la cabeza por la ventana y me dijo que cuidado con aquella escuela, porque iba a estar muy atento y me zurraría si no dejaba de ir.
Al día siguiente estaba borracho y fue a ver al juez Thatcher, a darle la lata tratando de hacer que le diese el dinero, pero no lo consiguió, y después juró que iba a hacer que la ley lo obligara.
El juez y la viuda fueron a la ley para que el tribunal le quitase la custodia y que uno de ellos fuera mi tutor, pero había llegado un juez nuevo y no conocía a mi viejo, así que dijo que los tribunales no debían intervenir para separar familias si podían evitarlo; dijo que prefería no separar a un hijo de su padre. Así que el juez Thatcher y la viuda tuvieron que renunciar al asunto.
El viejo estaba más contento que unas castañuelas. Dijo que me iba a estar zurrando hasta dejarme lleno de cardenales si no le conseguía algo de dinero. Le pedí prestados tres dólares al juez Thatcher, y padre se los llevó y se emborrachó y armó un lío por todas partes con sus palabrotas, sus gritos y sus escándalos, y así siguió por todo el pueblo, dándole a una cacerola hasta casi medianoche; entonces lo encarcelaron y al día siguiente lo llevaron al juzgado y lo volvieron a meter en la cárcel una semana. Pero dijo que estaba contento, que era quien mandaba a su hijo y que ya me arreglaría las cuentas.
Cuando salió, el nuevo juez dijo que iba a convertirlo en otro hombre. Así que se lo llevó a su casa, le dio ropa buena y limpia y lo invitó a desayunar y a comer y a cenar con la familia, y se portó como un hermano con él, como quien dice. Y después de cenar le habló de la templanza y cosas así hasta que el viejo se echó a llorar y dijo que había sido un idiota y que había desperdiciado su vida en idioteces, pero que ahora iba a cambiar totalmente y ser un hombre del que no se avergonzara nadie, y esperaba que el juez lo ayudara y no lo despreciara. El juez dijo que aquello le daba ganas de abrazarle y hasta él y su mujer se pusieron a llorar; padre dijo que había sido un hombre al que nadie había comprendido hasta entonces y el juez dijo que lo creía. El viejo dijo que lo que necesitaba un hombre caído era solidaridad, y el juez dijo que era cierto; así que se pusieron a llorar otra vez. Y cuando llegó la hora de acostarse el viejo se levantó y alargó la mano y dijo:
–Mírenla, damas y caballeros; tómenla en las suyas, dénselas. Esta mano era la de un cerdo, pero ya no lo es; es la de un hombre que ha empezado una nueva vida y que morirá antes que volver a la antigua. Recuerden estas palabras: no olviden que las he dicho yo. Ahora es una mano limpia; denme las suyas, no tengan miedo.
Así que todos le dieron la mano, uno tras otro, y lloraron. La mujer del juez se la besó. Después el viejo firmó una promesa: hizo su señal. El juez dijo que era el momento más sacrosanto que recordaba, o algo parecido. Después hicieron acostarse al viejo en una habitación muy bonita, que era la de los invitados, y aquella misma noche, un rato después, le dio una gran sed y se bajó por el tejado del porche, por una de las columnas, y cambió su chaqueta nueva por una jarra de whisky matarratas y volvió a la habitación y se lo pasó estupendamente, y hacia el amanecer volvió a salir, más borracho que una cuba, y se cayó rodando por el tejado del porche y se rompió el brazo izquierdo por dos sitios, y casi había muerto de congelación cuando alguien lo encontró después de salir el sol. Y cuando entraron a ver lo que había en aquella habitación para los invitados, tuvieron que buscar un piloto para que les indicara el camino.
El juez se sintió un poco amargado. Dijo que calculaba que alguien podría reformar al viejo con una escopeta, a lo mejor, pero que no sabía ninguna otra forma.
Capítulo 6
Bueno, el viejo no tardó en curarse y entonces se metió con el juez Thatcher en los tribunales para obligarle a que le diese aquel dinero, y luego conmigo por no dejar de ir a la escuela. Me agarró un par de veces y me zurró, pero de todos modos yo iba a la escuela y casi todas las veces me escondía de él o corría más. Antes no tenía tantas ganas de ir a la escuela. Pero ahora pensé que iría para fastidiar a padre. Lo del juicio iba muy despacio: parecía que nunca iba a empezar; de forma que de vez en cuando le pedía prestados dos o tres dólares al juez para dárselos y librarme de una paliza. Cada vez que tenía dinero se emborrachaba, y cada vez que se emborrachaba armaba un jaleo en el pueblo, y cada vez que armaba un jaleo le metían en la cárcel. Y él tan contento: ese tipo de vida era el que le gustaba.
Empezó a pasar demasiado tiempo rondando por casa de la viuda, así que ella por fin le dijo que si no dejaba de rondar por ahí le iba a buscar algún problema. Diablo cómo se puso. Dijo que iba a demostrar quién mandaba en Huck Finn. Así que un día me estuvo esperando en la fuente, me agarró y me llevó río arriba tres millas en un bote y cruzó al lado de Illinois, donde había bosques y no había más casas que una vieja cabaña de troncos en un sitio con tantos árboles que no se podía encontrar si no se sabía el camino ya antes.
Me llevaba siempre con él y nunca tuve la oportunidad de escaparme. Vivimos en aquella cabaña y siempre cerraba la puerta con llave; por las noches se acostaba con ella debajo de la almohada.
Tenía una escopeta que creo que había robado y me llevaba de pesca y de caza, que era de lo que vivíamos. De vez en cuando me dejaba encerrado y se iba a la tienda, que estaba a tres millas, donde pasaba el transbordador, y cambiaba pescado y caza por whisky, y se lo llevaba a casa y se emborrachaba, se lo pasaba muy bien y me daba una paliza. La viuda se enteró de dónde estaba y al cabo de un tiempo envió a un hombre para tratar de que me llevara, pero padre lo echó con la escopeta y no tardé mucho en acostumbrarme a estar donde estaba, y me gustaba... salvo la parte de las palizas.
Todo era muy tranquilo y se pasaba bien, tumbado todo el día, fumando y pescando, sin libros ni estudios. Pasaron dos meses o más y toda la ropa se me hizo jirones y se me puso sucia, y no entendía cómo me había gustado estar en casa de la viuda, donde había que lavarse y comer en un plato y peinarse e irse a la cama y levantarse a horas fijas y pasarse la vida con un tostón de libro mientras la vieja señorita Watson se metía con uno todo el tiempo. Ya no quería volver. Había dejado de decir palabrotas porque a la viuda no le gustaban, pero ahora volvía a decirlas porque padre no le veía nada de malo. Lo pasé bastante bien allí en el bosque, si se tiene todo en cuenta.
Pero poco a poco padre empezó a aficionarse demasiado a darme de palos y yo no podía aguantarlo. Estaba lleno de cardenales. También empezó a pasar mucho tiempo fuera, y me dejaba encerrado. Una vez me encerró y desapareció tres días seguidos. Me sentí horriblemente solo. Pensé que se había ahogado y que yo ya no iba a salir de allí nunca más. Tuve miedo. Decidí buscar alguna forma de marcharme. Había tratado de irme de aquella cabaña muchas veces, pero no encontraba la forma. No había una ventana lo bastante grande para que pasara ni un perro. No podía salir por la chimenea porque era demasiado estrecha. La puerta era gruesa, de planchas de roble macizo. Padre tenía mucho cuidado y nunca dejaba un cuchillo ni nada en la cabaña cuando se iba; supongo que yo había registrado por allí lo menos cien veces; bueno, la verdad era que me pasaba buscando todo el tiempo, porque era la única forma de entretenerse. Pero una vez, por fin encontré algo; encontré un viejo serrucho oxidado y sin mango; estaba metido entre una viga y las tejas de arriba. Lo limpié y me puse al trabajo. Había una manta de caballo clavada en los troncos a un extremo de la cabaña, detrás de la mesa, para que el viento no entrase por las ranuras y apagase la vela. Me metí debajo de la mesa, levanté la manta y me puse a aserrar una sección del gran tronco de abajo, lo bastante СКАЧАТЬ