Название: Robinson
Автор: Muriel Spark
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9789871739639
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A veces la gente me dice: “Si usted no hubiera hecho ese viaje…”, “Qué pena que no haya tomado un vuelo anterior…” o “¡Pensar que estuvo a punto de viajar por mar!”.
Tiendo a rechazar la idea que yace detrás de estos comentarios así como rechazo la idea de que es mejor no haber nacido.
El avión se estrelló el diez de mayo de 1954. Iba rumbo a las Azores, pero no encontró el aeropuerto de Santa María a causa de la niebla. Desperté en la orilla de un lago azul y verde en medio de la montaña y de inmediato pensé: “El barco bananero debió de haber naufragado”. Y volví a perder el conocimiento.
Es cierto que estuve a punto de tomar un barco bananero que iba hacia las Antillas y que haría una escala en las Azores, pero poco a poco mis amigos fueron disuadiéndome a medida que observábamos a los indios, daneses e irlandeses que vagaban en los muelles de la Compañía de las Indias Orientales en Londres. Y por eso en mis sueños, aunque finalmente había tomado la costosa ruta aérea de Lisboa, todavía existía el barco bananero.
Cuando desperté por segunda vez me hallaba en la casa de Robinson. Estaba tendida sobre un colchón colocado en el piso y al moverme sentí un dolor agudo en un hombro. A través de la resolana que entraba por una puerta entornada podía ver un extremo del lago azul y verde. Al parecer estábamos a una altura considerable, en la ladera de una montaña.
Podía oír que alguien se movía en uno de los cuartos contiguos, ubicado a mi izquierda. Algunos segundos después oí las voces de dos hombres.
—¡Basta! —grité. Las voces callaron. Luego una murmuró algo.
Enseguida una puerta se abrió a mi izquierda. Intenté girar, pero el dolor me detuvo, y esperé mientras un hombre entraba en la habitación y caminaba hacia mí.
—¿Dónde estoy?
—En Robinson —dijo.
—¿Dónde?
—En Robinson.
Era bajo y robusto, con la cara curtida y el pelo canoso y enrulado.
—En Robinson —repitió—. En el océano Atlántico Norte. ¿Cómo se siente?
—¿Quién es usted?
—Robinson —dijo—. ¿Cómo se siente?
—¿Quién?
—Robinson.
—Creo que tengo una conmoción cerebral —dije.
—Me alegro de que piense eso porque es cierto —dijo—. Saber que uno tiene una conmoción cerebral cuando la tiene es un tercio de la cura. Veo que usted es inteligente.
Al oír esto decidí que Robinson me gustaba y volví a dormirme. Me sacudió hasta despertarme y puso ante mis labios un jarro de leche agria y tibia. Mientras yo la tragaba, dijo:
—Dormir es otro tercio de la cura y la alimentación es el restante.
—Me duele el hombro —dije.
—¿Cuál?
Toqué mi hombro izquierdo. Estaba cubierto de vendas.
—¿Cuál hombro?
—Este —dije—, el que está vendado.
—¿Cuál hombro? No lo señale. Piense. Descríbalo.
Me detuve a pensar. Enseguida dije:
—El hombro izquierdo.
—Es cierto. Se recuperará pronto.
Un gatito de pelo sedoso azul grisáceo entró, se sentó en el umbral y se puso a mirarme entrecerrando los ojos hasta que me dormí.
Esto sucedió veinticuatro horas después del accidente. Cuando volví a despertar era de noche y tuve miedo.
—¡Basta! —grité.
No hubo respuesta. Entonces, luego de unos minutos, volví a gritar:
—¡Basta, Robinson!
Algo suave y vivo saltó sobre mi pecho. Grité, me incorporé a pesar del dolor que el movimiento me provocó en el hombro. Mi mano alcanzó a tocar pelo suave mientras la gata bajaba de un salto al colchón.
Robinson entró con un quinqué y se inclinó para examinarme bajo su luz.
—Pensé que era un ratón —dije—, pero era la gata.
Dejó la lámpara sobre una mesa lustrosa.
—¿Se asustó?
—Bah, soy bastante valiente. Pero primero fue la oscuridad y después la gata. Pensé que era un ratón.
Se inclinó y acarició a la gata, que se restregaba contra sus piernas.
—Se llama Bluebell —dijo y salió del cuarto.
Lo oí moverse en la habitación contigua y poco después volvió con un tazón de sopa picante y caliente. Parecía cansado y suspiró varias veces mientras me hacía tomarla.
—¿Cómo se llama? —preguntó.
—January Marlow.
—Piense —dijo—. Trate de pensar.
—¿Pensar en qué?
—En su nombre.
—January Marlow —dije y apoyé el tazón de sopa en el piso.
Levantó el tazón y volvió a ponerlo en mi mano derecha.
—Beba un poco y mientras tanto piense. Usted me dijo el mes y el lugar de su nacimiento. ¿Cuál es su nombre?
Este error me alegró, me dio confianza.
—Me pusieron January, un nombre inusual, porque nací en…
Lo entendió enseguida.
—Ah, sí. Ya veo.
—Pensó que era mi conmoción cerebral —dije.
Esbozó una sonrisa.
De pronto, dije:
—Debe de haber ocurrido un accidente. Viajaba en el avión de Lisboa.
Bebí unos sorbos del caldo mientras trataba de dilucidar las implicancias de mis palabras.
—No se esfuerce tanto —dijo Robinson—, no puede pensarlo todo de golpe.
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