Error de cálculo. Daniel Sorín
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Название: Error de cálculo

Автор: Daniel Sorín

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Espejo Negro

isbn: 9789874290366

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СКАЧАТЬ no tuvo mejor idea que visitar a la viuda del profesor y buscar en su casa —previa rememoración de una vieja y acaso olvidada amistad— una copia perdida del trabajo.

      Doña Clo, piadosa transformación de Clotilde, lo atendió con su sencillez habitual. No fue su rostro, todavía terso, ni su figura delgada sino su mirada la que le hizo evidente las noches de insomnio. Doña Clo y el profesor habían sido muy unidos y, aunque no tuvieron hijos, compartieron cosas importantes y sutiles. Carpintero llevó lentamente la conversación hacia el tema del informe.

      —Sí, él trabajó mucho tiempo en eso, aquella investigación lo hizo revivir. Cuando el presidente le encargó el informe, poniéndole todos los recursos a su disposición, creyó que tocaba el cielo con las manos. Sintió que haría lo más importante de su vida. Nosotros nunca hablábamos mucho de su trabajo, pero en alguna oportunidad me comentó que había hechos grandes descubrimientos.

      —¿Cómo cuáles, Clo?

      —Me dijo que las causas de aquellos hechos fueron tergiversadas, que hubo una especie de censura alrededor del tema. Encontró pruebas que comprometían a personajes importantes de fines del siglo pasado. Hombres de la política, eclesiásticos, militares, intelectuales, mucha gente.

      —Clo, yo, ¿cómo decir...? No quiero mentirle, vine en busca de alguna copia.

      —Pero Ramón, aquí no hay nada. Mi marido tenía una copia o dos, pero cuando vinieron los del Servicio se las llevaron.

      —¿Requisaron la casa?

      —Buscaron por todos lados, me hicieron muchas preguntas tratando de saber qué acceso había tenido yo al informe.

      —Así que no queda nada.

      Una sensación amarga bajó lentamente por el esófago de Carpintero. Deseó quemarla con un buen trago, un alcohol áspero que ardiese y calentara, como era su costumbre.

      —Yo no dije eso —respondió Clo ante su muda sorpresa—. Vea, Ramón, la historia es así. Él temía que algún accidente, me entiende, pudiera borrar la información...

      —¡Él...!

      —Recuerde que me había dicho que tenía pruebas comprometedoras para mucha gente importante. Con el paso del tiempo se fue poniendo nervioso y reservado. Cuando ya casi había terminado el trabajo tuvo una idea...

      Clo hizo una pausa, luego siguió más bajo, como confesando un secreto.

      —Así que, antes de que archivaran los expedientes, los sacó con la excusa de hacer un último estudio.

      —¿Eso no despertó sospechas?

      —En absoluto, sabe usted la fama de meticuloso que tenía. Era el científico loco del Servicio. Además, se lo respetaba demasiado. No podía solo, así que convenció a uno de sus ayudantes.

      —¿Y los trajo acá?

      —Sí.

      —Y cuando requisaron la casa los del Servicio…

      —No, él ya los había sacado.

      Carpintero sintió una puntada en la base del estómago.

      —Un día antes de entregar el informe llevó todo a casa de un amigo nuestro. Probablemente aún lo tenga.

      —Usted les ocultó...

      —No preguntaron…

      Ramón rio a carcajadas, Clo también, probablemente por primera vez en muchos meses.

      —Una pregunta más, ¿cuál fue el ayudante comprometido con el plan del profesor?

      —¿No se dio cuenta, Ramón?

      Entonces entendió. Quijano, el mismo que acompañaba a Paseck el día del accidente.

      —Sí, disculpe, era evidente.

      • • •

      Pocos días después fue a ver a quien, posiblemente, tenía los expedientes de Paseck. La persona lo recibió alborozado, hablar con un amigo de su amigo, ordenar y desordenar historias, recordar sus andanzas con el profesor en la época de estudiantes. La charla parecía estirarse con repetición de intimidades adolescentes cuando Ramón, a boca de jarro, sacó el tema de la investigación y le extendió la breve esquela de Clotilde. El rostro del hombre se ensombreció.

      Querido Arches:

      El que lleva esta nota es un amigo de confianza. Quiero que le entregues todo el material de la investigación de Mario.

      Un beso, te recuerdo.

      Clo.

      • • •

      El hombre no pronunció palabra, pero Carpintero advirtió el ligero temblor en sus manos. Con una seña le indicó que lo siguiera. Pasaron por un largo corredor hasta desembocar en un patio, lo cruzaron y mientras el viejo abría una puerta de vidrios olvidados, dijo con solemnidad:

      —Aquí está.

      En una pequeña habitación se encontraban apilados, del piso al techo, una increíble cantidad de biblioratos. Estaba allí, desordenada pero tangible, casi toda la información. No la redacción final —a la que Carpintero nunca tendría acceso— pero sí la investigación que la había precedido.

      El hombre le dijo al oído:

      —Tenga cuidado amigo, esto quema.

      Ramón Carpintero sintió que un trueno explotaba dentro de él.

      • • •

      En el informe policial sobre el accidente, consta que el vehículo no detuvo la marcha al llegar al paso a nivel del ferrocarril, siendo embestido por este. Una colisión fortísima que arrojó al profesor y a su acompañante fuera del automóvil, producida a las tres y cuarto de la madrugada. No se mencionan testimonios de testigos, peritajes del rodado ni autopsias de los muertos; considerando, sin mayores diligencias, que el deceso de Paseck se produjo por desprendimiento de masa encefálica y que la colisión fue absolutamente accidental. En el informe no consta que el profesor estuviese alcoholizado, sin embargo, un vocero de la policía dejó trascender esa información, la que fue inmediatamente recogida por la prensa. Carpintero sabía, más allá de toda duda, que Paseck era abstemio. Probablemente nunca en su vida hubiera probado una gota de alcohol.

      Poco tardó en averiguar que, si bien Quijano bebía en cantidades consideradas normales, no era posible que fuera quien guiaba el vehículo, pues una afección nerviosa le impidió siempre aprender a manejar.

      No tenía pruebas concluyentes para oponerse a la tesis de una muerte accidental, pero le parecía que el modo en que actuó la policía no era normal. La carencia de peritajes en el automóvil, cuyos desechos ya eran inencontrables, le obsesionaba; la increíble ausencia de autopsia y la ficticia versión sobre consumo de alcohol, le llamaban la atención. También lo inquietaba la inusual rapidez del trámite —no tardó más de veinticuatro horas—, la ausencia de la prueba S.E.C.1 en el pavimento y que el juez interviniente no hubiera reclamado una investigación más exhaustiva para encontrar algún testigo.

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