La Sombra Del Campanile. Stefano Vignaroli
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Название: La Sombra Del Campanile

Автор: Stefano Vignaroli

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Историческая литература

Серия:

isbn: 9788835414698

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СКАЧАТЬ del todo ausente, era bastante pequeño con respecto al que estaba habituada a ver. Todo el lado derecho de la plaza estaba ocupado, en lugar del Palacio Episcopal y de Palazzo Ripanti, por una enorme fortaleza, una especie de castillo, adornado con la típica arquitectura y las almenas gibelinas de cola de golondrina. En la parte izquierda la iglesia de San Floriano con su cúpula y su campanile y el palacio Ghislieri, todavía sin terminar, rodeado por los andamios de los albañiles. Lucia echó un vistazo hacia el comienzo de la Via del Fortino, donde estaba el taller de un tintorero, delante del cual el artesano había encendido un fuego para poner a hervir el agua en un caldero con una costra de humo negro. Una chavalita se había acercado peligrosamente al fuego y un borde de su vestido se había incendiado. En unos segundos la muchacha se había encontrado envuelta por las llamas. Lucia hubiera querido correr hacia ella para ayudarle pero no conseguía moverse ni un paso. Se horrorizó mientras oía resonar en sus oídos los gritos desesperados de la muchacha. Luego una, dos gotas de lluvia, un chubasco y las llamas se apagaron. La sensación de no tener los pies en la tierra. Lucia estaba tumbada sobre el adoquinado. Cuando volvió a abrir los ojos vio el azul del cielo, un cielo del cual no podía haber caído ni siquiera una gota de lluvia. Un hombre distinguido, vestido de manera elegante, con un maletín en la mano, intentó ayudarle a levantarse.

      ―¿Se encuentra bien?

      ―Sí, sí ―y rechazando cualquier tipo de ayuda Lucia se levantó ―Ha sido sólo un mareo, una bajada de tensión. ¡Todo está bien, gracias!

      Atravesó la plaza que ahora tenía el aspecto de siempre, a buen paso, para intentar llegar al puesto de trabajo lo antes posible, antes de que el decano pudiese darse cuenta de su retraso, pero tenía bien grabadas en la mente las imágenes que había vivido hacía unos minutos.

      Sugestión, sólo sugestión, nada más que sugestión. ¡No hay otra explicación lógica para los sueños y ahora para las visiones!

      Y sin embargo, una voz en su subconsciente parecía decirle que eran recuerdos, que eran episodios que había vivido en otra vida, en un pasado remoto, como una persona distinta, pero que siempre tenía el mismo nombre: Lucia.

      Entró en el palacio, subió la escalinata que conducía al primer piso y puso en marcha el ordenador de su puesto de trabajo. La tentación de dar una ojeada a sus perfiles de las diversas redes sociales se había quedado en nada por culpa de la inspección que aquel idiota del decano verificaba puntualmente, por medio del servidor, de los archivos log de su ordenador y le reñía si se había permitido navegar por Internet por motivos no estrechamente ligados al trabajo. Por lo tanto abrió el fichero de trabajo de Excel en el que estaba clasificando los textos y los archivos de Access en el que grababa los datos para tener una base de datos completa de la biblioteca. Cada texto era luego escaneado y metido en una memoria en un archivo PDF, que había que subir al sitio web de la fundación, para una posterior consulta. Los textos con los que estaba trabajando aquellos días, y que quizás habían sido el motivo desencadenante de sus sueños y sus recientes visiones, eran una Storia di Jesi, editada por Manuzi, justo el Benardino Manuzi que en el siglo XVI tenía una imprenta en el palacio en el que ella vivía, y un librito, cuya autora era Lucia Baldeschi, que se titulaba Principi di medicina naturale e guarigione, con le erbe. Además tenía sobre la mesa un manuscrito de unas pocas páginas, según ella atribuible también a Lucia Baldeschi, que intentaba describir el significado y la simbología de un singular pentáculo de siete puntas. Los tres era auténticos rompecabezas, Lucia no se daría por vencida hasta que no hubiese desentrañado los misterios que se escondían dentro de cada uno de aquellos textos. La Storia di Jesi era realmente interesante, un trabajo comenzado por Bernardino Manuzi, tipógrafo en Jesi, sobre la base de documentos antiguos y de tradición oral, y llevado a término gracias también a la contribución de otros autores. Sobre su mesa había una copia original del libro, impresa por el propio Manuzi, a la que se le habían arrancado unas cuantas páginas, quién sabe en qué lejana época, quién sabe por quién, quién sabe por qué motivo. Justo las páginas que hacían referencia a un período doloroso de la historia de Jesi, desde el 1517 al 1521, periodo señalado por el saqueo di Jesi y por el gobierno del Cardenal Baldeschi que, gracias al hecho de estar al frente del Tribunal de la Inquisición, había perseguido y hecho ajusticiar a muchos individuos sólo porque obstaculizaban su poder. Y Lucia Baldeschi era su sobrina nieta. Un tío inquisidor y una sobrina que se dedicaba a la medicina natural y a la curación con las hierbas, consideradas en aquel tiempo prácticas de brujería. ¿Cómo podían convivir y quizás vivir en el mismo palacio? El hecho de que los escritos de Lucia Baldeschi estuvieran allí, hacía que se inclinase por la teoría de que hubiese vivido allí, y seguramente aquella también había sido la morada del Cardenal. El Tribunal de la Inquisición tenía su sede allí cerca. A principios del siglo XVI, justo por voluntad del Cardenal, había sido transferido desde el convento de San Domenico al más incómodo complejo de San Floriano, mientras que el Torrione di Mezzogiorno había permanecido como la sede de la prisión en la que eran retenidos y torturados los procesados. Quién sabe de qué trataban aquellas páginas arrancadas del libro; quizás se contaba una escabrosa historia en el que el tío abuelo acusaba a su sobrina de brujería, la encerraba en los calabozos del Torrione di Mezzogiorno o en las más cómodas del Complesso di San Floriano, hacía que la torturasen y finalmente arder en la hoguera en la plaza pública. Es cierto, esta historia hubiera enfangado la memoria del Cardenal Baldeschi, y de esta manera alguien de la familia habría arrancado aquellas páginas para hacer desaparecer el rastro.

      Comenzaba a hacer calor y Lucia abrió el ventanal de la habitación, justo el que daba a la balconada sostenida por las cuatro extrañas estatuas, teniendo cuidado de cerrar la gran mosquitera, de manera que entrara el aire pero no los fastidiosos insectos. En ese momento hizo su aparición el decano que reprochó a Lucia con la mirada, una mirada inquisidora, que parecía querer interpretar en el gesto de abrir la ventana el deseo, por parte de la joven, de querer encender un cigarrillo.

      ¡No te satisfaré, vieja cariátide! No fumo aquí dentro, no sólo para no soportar tus improperios sino por respeto a los valiosos objetos, los libros, los estucos, los cuadros, que se conservan aquí dentro, farfulló para sus adentros Lucia mientras observaba la semejanza entre el decano, el casi setentón Guglielmo Tramonti, y el Cardenal Artemio Baldeschi, así como lo veía todos los días en un retrato colgado de las paredes de la sala y así como le aparecía en sus recientes sueños.

      ―Aunque aquí dentro no hay aire acondicionado, mejor tener las ventanas cerradas. ¡Sudar nunca ha hecho mal a nadie, mientras que el aire podría ser nocivo para las obras que tenemos guardadas!

      Lucia vio al decano dirigirse hacia el ventanal pero, en vez de cerrarlo como debía ser su intención, abrió la mosquitera y se asomó a la balaustrada metálica del balcón. En un momento, el decano desapareció. Lucia fue corriendo hacia el balcón y miró abajo. El cuerpo de Guglielmo Tramonti yacía exánime sobre el adoquinado de la plaza, con el rostro vuelto hacia el suelo, vestido de Cardenal y rodeado por una mancha rojiza, que se expandía poco a poco, constituida por su misma sangre. ¿Cómo había podido suceder? ¿De dónde provenía toda aquella sangre? ¡La altura no era excesiva! ¿Quizás se había roto el cráneo y su líquido vital lo estaba abandonando por una herida que se había abierto en la frente? ¿Y los vestidos? ¿Cómo era posible que llevase puesto el hábito purpurado? ¡Hacía unos segundos no lo llevaba! Levantó la mirada para buscar los detalles de la plaza y la vio de nuevo como era en la visión que había tenido poco antes, cuando había salido del bar: la plaza de una ciudad renacentista. La voz del decano, proveniente de su espalda, la devolvió a la realidad. Se encontró observando con cuidado las lápidas con las que, en la fachada que daba a la iglesia de San Floriano, se recordaba a Giordano Bruno como víctima de la tiranía sacerdotal. Todo estaba en su lugar, la fuente con el obelisco, el Complesso di San Floriano, la Catedral, los Palazzi Vescovili, el Palazzo Ghislieri. Un poco más adelante, sobre el campanile del Palazzo del Governo ondeaba la bandera tricolor.

      ―¿Y bien? Digo que cierres la ventana y ¿tú que haces, sales al balcón? Pero… ¿estás segura СКАЧАТЬ