Somos las hormigas. Shaun David Hutchinson
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Название: Somos las hormigas

Автор: Shaun David Hutchinson

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: KAKAO LARGE

isbn: 9788412189513

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СКАЧАТЬ qué coño hacías tú en mi cuarto?

      Mi madre le dio otra calada a su cigarrillo y lo apagó en el cenicero. Tenía la boca fruncida y apretada, como si fuera un esfínter rosa brillante, y su silencio hablaba más alto que cualquier portazo. Lo único que se oía en la cocina eran los huevos que se estaban friendo y a la abuela, que silbaba la canción de El búnker.

      —No podía dormir, así que salí a dar un paseo. ¿Qué problema hay? —insistí.

      Charlie soltó un «y una mierda» por lo bajo, y yo le contesté con una peineta.

      —No estarás… caminando sonámbulo… otra vez, ¿verdad?

      —Estaba caminando, mamá, pero despierto.

      Charlie me tiró un trozo de tostada que me dio justo debajo del ojo:

      —¡Dos puntos!

      —¿Has intentado dejarme tuerto con una tostada? ¿Pero a ti qué coño te pasa?

      Cogí el trozo de tostada del suelo para tirarlo, pero Charlie me tendió la mano y dijo:

      —No lo malgastes, hermanito.

      Mi madre se encendió otro cigarrillo y dijo:

      —Nadie me culparía si os asfixiara a los dos mientras dormís.

      Creo que mi madre fue guapa alguna vez, pero los años devoraron su juventud, su belleza y su entusiasmo por cualquier cosa que no tenga como mínimo un 12% de alcohol.

      La abuela me dio una bolsa de papel manchada de grasa:

      —No te olvides la comida, Charlie.

      Eché un vistazo dentro de la bolsa; la abuela había metido dos huevos fritos, tres tiras de beicon y unas tortitas de patata en el fondo.

      —Soy Henry, abuela.

      En cuanto se dio la vuelta, tiré la bolsa de la comida a la basura.

      —¿Quieres que te acerque al instituto, Henry? —preguntó mi madre.

      Ojeé el reloj del microondas. Si me daba prisa, tendría tiempo de darme una ducha y de ir andando al instituto.

      —Es tentador. Leí que empezar el día haciendo algo absolutamente aterrador es bueno para la salud, pero creo que voy a decir que no.

      —Listillo.

      —¿Podrías llevarme a mí a lo de Zooey? —Charlie rebañó lo que quedaba de mis huevos con la tostada-proyectil y se la metió en su enorme boca.

      —¿No tienes clase esta mañana? —pregunté, aunque sabía perfectamente que Charlie había abandonado el centro de enseñanza superior, pero aún no se lo había dicho a nuestra madre.

      —Puedo acercarte a clase de camino al trabajo —dijo ella.

      —Guay. Gracias. —Charlie fingió una sonrisa con los dientes apretados, aunque sabía que estaba imaginando cien maneras de causarme un dolor horrendo, la mayoría de las cuales seguramente tendrían sus puños y mi cara como protagonistas. Mi hermano no es una persona muy creativa, pero sí efectiva.

      Que conste: si los limacos abdujeran a Charlie, estoy seguro de que se merecería la exploración rectal.

      —Henry, necesito que hoy vengas directo a casa después de clase —dijo mi madre.

      —¿Por qué? —Detuve mi salida de la cocina extremadamente lenta, aunque sabía que tenía que irme y ducharme si no quería llegar tarde.

      —Hoy haré dos turnos en el restaurante, así que esta noche tendrás que cuidar de la abuela.

      Charlie me hizo burla a espaldas de mi madre y deseé borrar esa expresión de superioridad a puñetazos.

      —¿Y si tengo planes? —No, no los tenía, pero el lamentable estado de mi vida social no era asunto suyo.

      Ella dio una calada al cigarrillo y la punta se iluminó:

      —Mira, vuelve directo del instituto y ya, ¿vale? ¿No puedes hacer ni una puta cosa que te pido sin protestar?

      —Esa boca, jovencita —pio la abuela desde los fogones—. Cuidadito o te irás directa a tu cuarto sin cenar.

      —Vale —dije—, lo que tú digas.

       stars

      El día en que nací, fotones de la estrella Gliese 832 empezaron su viaje hacia la Tierra. Yo era poco más que un monstruito arrugado, cagón y chillón cuando esa luz empezó su viaje de dieciséis años por el vacío del espacio para llegar al vacío de Calypso, Florida, donde he pasado todos los años de mi vida vacía. Desde el punto de vista de Gliese 832, sigo siendo un monstruito arrugado, cagón y chillón recién nacido. Cuanto más lejos estamos los unos de los otros, más lejos vivimos en los pasados de cada uno.

      Cinco años atrás, mi padre solía llevarnos a Charlie y a mí a pescar al océano los fines de semana. Nos despertaba horas antes de que saliera el sol y nos invitaba a desayunar en un restaurante grasiento llamado Spooners. Yo me ponía hasta arriba de gachas y huevos con queso. A veces, me daba el gusto de pedirme una montaña de tortitas con trocitos de chocolate. Después de desayunar, íbamos al muelle donde Dwight, un amigo de mi padre, tenía su barco, y zarpábamos hacia el gran azul.

      Yo siempre me sentaba en la proa, con los pies colgando por fuera, para que el agua me hiciera cosquillas en los dedos mientras nos alejábamos de la costa y salíamos a mar abierto. Me encantaba cómo el sol y la sal que llegaba del agua me bañaban la piel. El recuerdo es dorado, luminoso. Seguramente, Dios había tenido la intención de que los humanos viviéramos así, y no que nos marchitáramos hasta convertirnos en cáscaras disecadas delante de pantallas que devoran nuestros días de verano a base de memes.

      Los días de pesca empezaron bastante bien. Contábamos chistes guarros por los que mi madre nos habría matado; Dwight echaba el ancla en algún buen sitio; mi padre ponía el cebo en mi anzuelo y me explicaba pacientemente lo que hacía mientras clavaba el calamar o el pececillo; y después lanzábamos nuestros sedales y esperábamos a que los peces picaran. Ni siquiera los constantes puñetazos en los huevos y los pellizcos en los pezones de Charlie conseguían estropear el ambiente. Esos momentos fueron de los más perfectos que he vivido, pero los buenos tiempos nunca duran.

      Mi médico me contó una vez que tenía un problema en el oído interno, algo que tenía que ver con el equilibrio y que afectaba a mi orientación espacial. La verdad, no entiendo cómo el oído afectó a mi estómago, pero le creo. Yo estaba allí, riéndome, sonriendo y disfrutando del día con la caña entre las manos y los pies descalzos apoyados en la barandilla, y entonces comenzaron a llegar las náuseas. El barco se ladeó, la cubierta se fundió bajo mis pies y sentí que me escurría hacia el agua. La piel me quemaba y tenía la boca llena de saliva. Intentaba respirar con normalidad, pero me faltaba el oxígeno.

      Me encontraba en un barco que naufragaba en medio de un océano СКАЧАТЬ