Somos las hormigas. Shaun David Hutchinson
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Название: Somos las hormigas

Автор: Shaun David Hutchinson

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: KAKAO LARGE

isbn: 9788412189513

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СКАЧАТЬ de los números que hacen posible las llamadas.

      Intenté llevarme un par de veces el móvil a la nave: dormía con el teléfono agarrado en las manos, me lo guardaba en la ropa interior… Incluso una vez me lo pegué al muslo con cinta adhesiva. Los limacos se deshicieron del móvil, pero dejaron la cinta adhesiva, y no me avergüenza admitir que grité cuando me la arranqué al día siguiente. Pensaba que, si lograba llevarme el móvil a bordo, quizás podría tomar algunas fotos granulosas, grabar algo en vídeo u obtener las coordenadas para demostrar que no mentía. Además, podría llamar y pedir ayuda si los limacos me dejaban lejos de casa.

      Al final me rendí y memoricé los números de las personas a las que sabía que merecía la pena llamar. La lista era corta.

      Marcus entró en el aparcamiento con un Tesla negro brillante. Su lamentable gusto musical me llegó antes que él: el coche vibraba con el volumen y Marcus cantaba en voz alta.

      Cuando aparcó en una zona de carga y descarga, vi mi reflejo en las ventanas tintadas del coche antes de que Marcus abriera la puerta. Tenía el pelo enredado y tieso del agua seca, manchas de barro en el pecho y llevaba los bóxeres de ballenas besándose que Jesse me había regalado por nuestro primer San Valentín. Estoy bastante seguro de que las ballenas en realidad no se besan.

      —Qué bien te veo, Chico Cósmico.

      Marcus, obviamente, lucía un aspecto impecable. Su tupé tenía la cantidad perfecta de ondulaciones, y vestía unos pantalones cortos caqui y una camiseta con cuello de pico. No parecía en absoluto alguien que acabara de salir de la cama.

      —¿Puedes dejar de llamarme así?

      Empecé a subirme al coche cuando Marcus gritó:

      —¡Eh, eh! ¡Espera!

      Se giró hacia el asiento trasero y cogió una toalla para que me sentara en ella y una de sus camisetas de atletismo para que me la pusiera. Estaba algo tiesa y apestaba a sudor salado, pero a pesar de eso olía mejor que yo.

      —Gracias.

      Apenas habíamos salido del aparcamiento cuando Marcus empezó con el interrogatorio:

      —¿Esto tiene algo que ver con tu rollo de Chico Cósmico?

      Apoyé la cabeza contra la ventana y vi cómo el colegio Ben Franklin desaparecía mientras intentaba ignorar a Marcus. Para él, la fiesta fue hace dos días (historia antigua), pero las cosas que había dicho, la manera en la que me había tratado, aún eran heridas abiertas para mí. Que estuviera desesperado y necesitara que me llevara en coche no significaba que estuviera dispuesto a perdonarlo.

      Marcus me dio un golpe en el brazo:

      —¿Los aliens te han hecho una lobotomía o algo?

      —No quiero hablar de ello.

      —Pero te han abducido, ¿a que sí? —Marcus soltó una risotada aguda que me hizo fantasear con darle tal puñetazo en las pelotas que el trauma viajaría atrás en el tiempo, dejaría estériles a sus antepasados y así borraría a Marcus McCoy de la historia—. ¿Qué te han hecho? ¿Te han metido una sonda rectal? Es eso, ¿verdad?

      —Claro —murmuré—. ¿Por qué quieres saberlo?

      —Tengo curiosidad.

      —Y una mierda. Tú solo quieres detalles escabrosos para poder contarles a los gilipollas de tus amigos que los alienígenas le han dado por culo al Chico Cósmico.

      Marcus abrió mucho los ojos:

      —¿Te han dado de verdad?

      —¡No!

      Aunque íbamos en el único coche que había en la carretera, pillamos todos los semáforos en rojo. Cuando Marcus se paró, pasó la mano por encima de la consola central y la dejó sobre mi muslo, acercándola poco a poco a mi entrepierna como si creyera que no me daría cuenta:

      —Estaba soñando contigo cuando me has llamado.

      —Qué curioso, yo también estaba soñando contigo.

      —Ah, ¿sí?

      —Era genial. Yo iba a tu fiesta y tú no me humillabas públicamente. Claro, por eso supe que era un sueño. —Le aparté la mano de mi pierna.

      —No te lo tomes tan en serio, Henry.

      Odiaba su lógica de matón. Si no hacía nada cuando me provocaban o se burlaban de mí, era un maricón. Si me rebotaba, me acusaba de que me tomaba las cosas demasiado a pecho. Se esconde tras la excusa de que solo está de broma, de que el resto del mundo tiene que aprender a tener más sentido del humor. Normalmente, lo habría pasado por alto, pero estaba demasiado cansado, demasiado dolido y demasiado decepcionado. Fue la humillación la que hizo que no me pudiera callar:

      —¿Tú te crees que esto a mí me hace puta gracia? ¿Tener que llamar al tío que primero me humilla y luego me la empalma para que venga a rescatarme en medio de la nada a las tres de la mañana? ¿Te crees que yo así me lo paso bien o qué?

      El semáforo se puso en verde, pero el coche no se movió. Marcus me miraba con curiosidad, pero no tenía ni idea de lo que estaba pensando.

      —Me alegra que vinieras a mi fiesta.

      —¿Qué?

      Marcus se encogió de hombros.

      —Tendría que haberte invitado, pero pensé que no vendrías. Me alegra que lo hicieras.

      Aquello no se acercaba ni remotamente a lo que esperaba que él dijera, y no supe qué responder. Sus momentos de sinceridad son escasos, pero a veces es majo cuando cree que nadie lo ve. Eso era lo único que hacía que siempre acabara volviendo con él, pero ya no era suficiente.

      Marcus arrancó por fin y, cuando hubimos avanzado un poco, dije:

      —Me llamaste escoria. Me hiciste sentir como escoria.

      —Tranquilízate, Henry. Tienes la piel muy fina. —Marcus me miró, pero yo me negué a mirarlo a los ojos—. Oye, intenté buscarte para disculparme, pero te habías ido.

      —Ya.

      Marcus dio un giro y se metió en un Taco Bell. Las luces rosas y moradas emitían un brillo chillón en el aparcamiento vacío. Paró el coche, se desabrochó el cinturón de seguridad y se volvió hacia mí. No tenía una sonrisa en la cara, sino una expresión de franqueza que me ponía nervioso:

      —Para mí es algo más que sexo, ¿sabes?

      —¿El qué?

      —Nosotros.

      —¿Existe un «nosotros»?

      Con Jesse, nunca necesité definir nuestra relación. Desde el principio, nos sentimos como una unidad. Éramos como dos signos de interrogación, uno de apertura y otro de cierre; por larga que fuera la frase, yo siempre sabía que él estaba al otro lado. Pero, con Marcus, no sabía qué era yo. ¿Era simplemente su objeto directo, o algo más?

      Marcus СКАЧАТЬ