Название: Somos las hormigas
Автор: Shaun David Hutchinson
Издательство: Bookwire
Жанр: Книги для детей: прочее
Серия: KAKAO LARGE
isbn: 9788412189513
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Diego rebosaba energía, como si los confines físicos de su cuerpo no pudieran contenerlo:
—Nunca había estado en una casa tan grande.
Di un sorbo a mi cerveza e intenté pensar en algo ingenioso que decir. No esperaba ver a Diego, pero me alegraba de que estuviera allí.
—Tienen dos piscinas.
—¿Qué? —Diego se puso la mano en la oreja. En la habitación de al lado, alguien tenía puesto power pop mierdoso a todo volumen y ahogaba nuestras voces.
—¡Ven!
Tiré de Diego para salir de la cocina e ir a la sala de estar. Esperaba que estuviera vacía, pero había un grupo jugando al billar. Eran chicos contra chicas y las chicas estaban arrasando. Al menos la música no se oía tan fuerte y suspiré:
—Aquí se está mejor.
Diego observó la habitación. Tres de las paredes tenían estantes llenos de libros, y un televisor dominaba la cuarta.
—Este tío tiene pasta, ¿verdad?
—¿Marcus? —Me encogí de hombros—. Los McCoy son superricos. Su padre es banquero de inversiones o algo así.
—¿Quién?
—Marcus McCoy. ¿El tío que vive aquí?
Diego me dio un golpe en el pecho:
—¡Conque así se llama! Va a mi clase de Económicas. Me estaba volviendo loco. —Tenía unos hoyuelos como arenas movedizas y sus ojos de color marrón me recordaban a la piel de los limacos—. Da igual, esperaba encontrarme contigo.
—Estás de coña.
—No, en serio.
—¿Por qué?
Él se encogió de hombros:
—Eres la única persona que he conocido que no me ha preguntado qué coche tengo.
—Pues tú eres la única persona de la fiesta que de verdad quiere que esté yo aquí.
—Lo dudo.
—Eso es porque eres nuevo. —Diego tenía cara de ser sincero, pero me costaba creer que hubiera venido a la fiesta para verme cuando yo era prácticamente invisible para el resto del mundo—. ¿Qué tal te trata Calypso?
—¿La verdad? Es raro. A veces hay demasiada gente y lo único que quiero es meterme en un armario a leer. Otras veces quiero rodearme de cuanta más gente mejor. Pero me encanta la playa. Voy tan a menudo que mi hermana bromea con comprarme una tienda de campaña para que pueda dormir allí.
—Ciérrala bien o te despertarás con un vagabundo haciendo la cucharita contigo.
—Mientras me deje ser la cucharita pequeña, todo bien.
La risa de Diego me hizo sonreír, aunque no era mi intención. Quizás me había equivocado al tenerle miedo a la fiesta. Llevaba allí una hora y no solo no había ocurrido ningún desastre, sino que encima me lo estaba pasando bien.
—Eso ya tendréis que hablarlo entre vosotros. —Me acabé la cerveza y dejé el vaso en uno de los estantes.
Nos quedamos en ese punto incómodo de una conversación en la que no había un tema lógico con el que seguir, pero el silencio todavía no se había hecho incómodo.
—Si supieras que el mundo se va a acabar y pudieras pulsar un botón para evitarlo, ¿lo harías?
Diego levantó una ceja:
—¿Hay algo que deba saber?
—Es una pregunta hipotética.
—Entonces, hipotéticamente, sí.
—¿Por qué?
—Porque no me interesa morirme.
Las chicas del billar chillaron de júbilo y se burlaron de los perdedores. Intenté ignorarlas.
—Pero vas a morir igualmente.
—Claro, cuando sea viejo.
—Podrías morir en cualquier momento. Te podría caer un rayo y freírte en el sitio, o podrías ahogarte en un tsunami de melaza.
Era difícil descifrar la expresión de Diego. Parecía que se estaba tomando mi pregunta en serio, y yo esperaba que no me estuviera siguiendo el rollo mientras planeaba una forma de huir.
—Si no pulso el botón, me muero seguro. Al menos, si lo pulso, tengo la oportunidad de tener una larga vida. Me gusta tener opciones.
Tener opciones es el problema. Todo sería más fácil si alguien me dijera qué hacer: pulsar el botón, dejar de ver a Marcus, superar lo de Jesse. El problema es que las opciones por las que me inclino suelen ser las malas.
Diego alzó la mano y me apartó de la frente un mechón de pelo.
—Perdona, me estaba poniendo muy nervioso.
—Vaya, ahora todos descubrirán mi identidad secreta.
—¿La de Chico Cósmico? —preguntó Diego sonriendo—. Ya la saben.
Mi sonrisa desapareció y mis defensas se activaron de nuevo. Me alejé de Diego sin decir ni una palabra. Sus disculpas rebotaban contra mi espalda porque llevaba una armadura a prueba de balas. Necesitaba irme, escapar de la casa y de la fiesta y de toda esa gente artificial, pero la entrada estaba atestada, así que trastabillé hasta llegar al jardín, donde no había tanto ruido y podía respirar.
—¡Chico Cósmico!
Marcus y un grupo variado de personas, algunas de las cuales me sonaban, estaban sentados alrededor de una mesa de jardín, cerca del jacuzzi. Natalie Carter estaba sentada sobre su regazo. En el momento en que dijo mi mote, me volví visible. De repente, gente que antes no se había percatado de mí me miraba como si estuviera cubierto de llagas supurantes. Repitieron «Chico Cósmico» como loros e inventaron variaciones semicreativas. Nada dolió tanto como cuando Diego lo dijo.
—¿Quién coño te ha dejado entrar? —La voz de Marcus era jarabe para la tos, pero sus palabras eran ácido.
—La puerta estaba abierta.
Noté en medio del pecho un dolor agudo que se extendió hasta las extremidades. Marcus me estaba tratando como si no fuera nadie. Menos que nadie. Me preguntaba cómo reaccionarían sus amigos del jacuzzi si supieran lo que habíamos hecho en el lugar donde ahora se relajaban.
Marcus le dio un codazo a Adrian Morse.
—Tenemos que empezar a cobrar entrada. Para mantener fuera la escoria.
Estoy seguro de que, cuando la madre de Adrian mira a su hijo por las mañanas o le aparta el pelo sudoroso de la frente cuando tiene СКАЧАТЬ