Название: La ansiedad y nuestros interrogantes
Автор: Claudio Rizzo
Издательство: Bookwire
Жанр: Общая психология
Серия: Predicaciones
isbn: 9789505007967
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La evasión en lugar de ser de ayuda, perpetúa o empeora la situación. Todo lo que no se toma a tiempo, avanza… Como muchas otras facetas de nuestro comportamiento, la evasión tiene el efecto de reforzar la conducta que la genera. Una de las fases de la conducta es lo que se denomina “aspectos conativos”, es de decir que implican esfuerzos. Si no hay esfuerzos, no hay milagros. El Señor Jesús en su Evangelio siempre nos invita al esfuerzo porque éste es altamente santificante. Todo esfuerzo en Cristo promueve la ascesis, la purificación, el amor catártico de Dios. La propuesta pasa por tratar de reducirla, no por eliminarla.
Es bueno, entonces, hacer un camino y volver a descansar bajo la mirada de Dios. “Los ojos del Señor están sobre los que lo aman, sobre los que confía en su amor” (Salmo 33, 18).
Al hablar de ojos, hablamos de miradas. Más de una vez, la mirada de los demás nos vuelven ansiosos. La mirada de los demás puede provocar una preocupación por agradarles, y entonces hacemos miles de cosas procurando que nos aprueben y nos amen. Esa mirada no es sana, excepto que lleguemos a convencernos que lo único importante es la mirada de Dios. Frente a comentarios en los grupos humanos donde nos desempeñemos, frente a suposiciones que otros puedan elucubrar respecto de nuestra, frente a las reacciones desmedidas e insólitas que otros podrían llegar a tener, frente a la altanería o discursos altivos (como dice el salmista), frente a la arrogancia, frente a cualquier fruto de la carne…, sólo importa “fijar la mirada en el Señor”. En la carta a los hebreos 12, 2, leemos: “Fijemos la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús, el cual, en lugar del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz sin tener en cuenta la infamia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios”.
A veces tenemos una imagen equivocada de Dios y no reconocemos su amor. Nos evadimos de su mirada y cada vez que oramos, nos llenamos todavía de una ansiedad que nos daña. Por eso, es mejor perderle el miedo a Dios y dejar que nos mire con sus ojos de ternura, paciencia y compasión: “Que brille tu rostro sobre tu siervo…” Salmo 31, 7.
Si mirada nos pide algo, nunca nos obliga, y él mismo nos dará la fuerza para alcanzarlo. Dios nunca nos pedirá algo que nos perjudique. Tampoco desea que nos llenemos de ansiedad buscando la perfección. Sí la madurez, sí el crecimiento.
Por eso dice la Biblia: “No quieras ser demasiado perfecto ni busques ser demasiado sabio, ¿para qué destruirte?”, Eclesiástico 7, 16.
Dios espera que tratemos de crecer con empeño, pero con un corazón sereno y sin angustias, con paciencia y calma, es “lento para el enojo y de gran misericordia”, bajo su mirada de Amor. ¡Quien más que Dios nos sabe esperar! Es fundamental, para nuestra conversión, direccionar hacia Cristo esos cambios profundos que se van logrando poco a poco.
Nos preguntamos, nos respondemos:
¿Qué “tengo” entre mis manos en este tiempo?
Acudamos a Jn 15, 1-11, Jesús, verdadera vid. ¿Qué mensaje encontramos en este texto bíblico?
Anotamos las situaciones que nos provocan ansiedad y nos separan del Señor.
¿Con quién cuentas en los momentos difíciles de la vida?
5ª Predicación: “Ansiedad y perfeccionismo”
“No quieras ser demasiado perfecto
ni busques ser demasiado sabio,
¿para qué destruirte?”.
Eclesiástico 7, 16
Como sucede con todas nuestras tendencias desordenadas, el perfeccionismo tiene unas raíces profundas. Estas palabras nos sugieren optar por el crecimiento y renunciar al perfeccionismo.
A veces encubre un temor oculto, tal es el caso de aquella persona que piensa: “Nunca seré capaz de seguir adelante”. Este ejemplo nos hace pensar que más de una vez es así y en raras ocasiones lo admitimos. A este respecto dice la segunda carta de Timoteo: “Porque el Espíritu que Dios nos a dado no es un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad”, 1, 7.
El perfeccionismo siempre es un espiral descendente. Sólo nos deja espacio para el fracaso, porque las cosas nunca son idénticas a como las planeamos. Y el resultado final del fracaso es el desánimo… Con bastante frecuencia nuestras esperanzas frustradas van degenerando gradualmente en una ira decepcionante. Manifestamos nuestra desilusión o nuestra tendencia iracunda de formas detestables, pero siempre ocultas tras algún disfraz. Los demás no deben darse cuenta… Este es un proceso autodestructivo de lucha por alcanzar la perfección que es recurrente en muchas vidas.
Dios espera que tratemos de crecer con empeño, bajo su mirad de amor. Quien más que Dios sabe esperar esos cambios que vamos logrando poco a poco con su ayuda. Si nuestra mirada se centra en la opinión de la sociedad, nuestra mente se masifica y pierde la capacidad de reflexionar. Por eso, podemos obsesionarnos y ponernos muy ansiosos.
También debemos manifestar la posibilidad de que nuestras ansias de perfección no sean más que una forma de lograr la aprobación. Podemos, tal vez, haber quedado como programados para pensar de este modo desde el principio de nuestra vida. Quizás el mensaje nos lo introyectaron unos padres exigentes que nos programaron para ser perfeccionistas mediante su propio ejemplo. No es desacertado considerar que esa inclinación hacia el perfeccionismo nos la inculcaran quienes querían beneficiarse de nuestros esfuerzos de modo indirecto. Si somos personas “inducidas”, alguien ha depositado en nosotros unas expectativas que sólo pueden tornarse dolorosas. Todas estas frustraciones son anhelos no logrados. Esto ocasiona una crisis en la “voluntad de sentido”. Por tanto, se produce una frustración existencial en la que nuestros afanes decaen y la voluntad queda afectada hasta que el Espíritu mociona nuestro entendimiento y nos repone.
Al llevar este tema a un plano espiritual, constitutivo del ser humano, observamos que mucha gente se niega a reconocer que existe un “espíritu de perfeccionismo”, sustentado por el indeseable. Estas son personas que no aceptan sus errores o descuidos personales o ajenos. No nos aceptamos con naturalidad. La no “no aceptación” reduce nuestra alegría de vivir y la de quienes nos rodean. ¡Qué importante es aceptar nuestro grado de perfeccionismo!
Una vez que admitimos que el perfeccionismo es un comportamiento obsesivo – compulsivo, estamos afirmando implícitamente que, por sí mismo, es una forma de imperfección, una realidad con la que no podemos vivir. Y es obvio que un auténtico perfeccionista no puede admitir que tiene expectativas o esperanzas no realistas, porque ello lo desenmascarará.
Esta raíz de la ansiedad, llamada perfeccionismo, es humanamente insana. El punto nodal patológico se sitúa en que la persona sana es libre; el perfeccionista no lo es, dado que lo dirige una compulsión.
Caracteriológicamente, los perfeccionistas creen que su valor se mide por los resultados. Por tanto, es lógico que los errores les resten valor personal. Y no han de esperarse otras emociones, excepto el pánico, el cual está sustentado por actitudes temerosas estereotipadas, por el sentimiento de prisa y el de preocupación constantes. Además, temen el enojo y el castigo ajenos, de modo que renuncian al respeto de los demás, y su confusión emocional les provoca soledad, tristeza y depresión.
Ya que a los perfeccionistas les gusta agradar, se hacen promesas exageradas, sostienen proyectos a largo plazo, casi inalcanzables. No les gusta pedir ayuda porque serían una concesión: significa admitir su insuficiencia.
Creen que serán aceptados por los demás СКАЧАТЬ