Novela natural. Gueorgui Gospodínov
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Название: Novela natural

Автор: Gueorgui Gospodínov

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: La principal

isbn: 9788417617394

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СКАЧАТЬ quitó el cinturón y lo enganchó en una viga bajo las tejas. Metió los pies en el agujero para no hacer pie. Y los pantalones se le cayeron hasta los tobillos con el baile, no se le sujetaron sin el cinturón.

      —De pequeño, cuando iba al cine, en el pueblo, no entendía por qué en las películas nadie iba nunca al váter. Había indios, vaqueros, legiones enteras de romanos… pero no veías a nadie cagando ni meando. Yo, después de dos horas de peli, corría al baño como loco, mientras que aquellos tíos de las películas… en toda la vida, ni una sola vez. Y seguramente pensé, bueno, es que los hombres de verdad no se acuclillan con el culo al aire. La cosa es que decidí probar cuánto podía resistir al menos sin hacer aguas mayores. Aguanté tres días. Me retorcía de dolor en la barriga, caminaba encorvado; mis padres se asustaron y se plantearon llevarme a urgencias. La tercera noche no aguanté más. Me encerré en el váter y me fui por la pata abajo. Me sentía como un globo desinflándose que se retuerce, pedorrea, cae haciendo chof y al final queda reducido a la nada. Fue la primera vez que dudé del cine. Ahí había algo que no funcionaba. Había algo… cómo decirlo… injusto.

      —Bueno, eso es porque las pelis que veías eran una mierda… Atiende una cosa: uno sabe que una peli vale la pena cuando la cámara entra en el retrete. Mira en Pulp Fiction, cuando Bruce Willis vuelve para coger su reloj y decide hacerse una tostada, mientras Travolta está en el retrete. La tostada salta, Bruce se asusta y le pega un tiro al otro. O sea, la tostadora aprieta el gatillo y la cocina le revienta el culo al retrete. ¿Ves cómo está todo relacionado?

      —Y el policía de Reservoir Dogs, el señor Naranja, ¿era el señor Naranja?, que cuenta la historia de la droga en el retrete con todo lujo de detalles, para sonar más creíble. A medida que él va memorizando la historia, su jefe le dice: tienes que recordar solo los detalles. Es la única manera de que te crean. La acción, dice, ocurre en el retrete de tíos. Debes saberlo todo sobre ese retrete. Si hay toallitas de papel, o un secador de manos de aire caliente, con pulsador. Qué tipo de jabón hay. Si el váter apesta. Si algún cabrón con diarrea se ha cagado fuera de la taza y lo ha puesto todo perdido… Debes recordarlo todo. Todo.

      —Hhhh… Voy a potar.

      5

      Nupcias de plantas.

      linneo

      El embarazo de mi mujer era ya patente. Esta frase inocente cobra otro cariz si les digo que… A ver cómo lo digo… El autor de su embarazo no era yo. El padre era otro, pero ella seguía siendo mi esposa. El embarazo le sentaba bien, dotaba de cierta serenidad a sus movimientos, redondeaba de manera agradable sus hombros afilados.

      La acompañé a casa después de la última vista. ¿Qué suele hacer la gente en semejantes casos? Hacía unos días que había alquilado un piso cerca y a Ema se le ocurrió la idea —a mi parecer, poco sensata— de hacernos una última foto juntos. Como si nos casáramos de nuevo. Nos metimos en el primer estudio de fotografía que encontramos. El fotógrafo era uno de esos viejecitos tiernos y parlanchines que a toda costa quieren averiguar el motivo de la foto, ¿es una foto de familia?, como si de nuestra respuesta dependiera la elección del diafragma. Estuvo demasiado tiempo colocándonos, me hizo abrazarla, luego cogernos de la mano, nos hacía volver la cara hacia el otro, miraba a través del objetivo y volvía a aproximarse a nosotros. Por fin, apretó el disparador, nos deseó una y mil veces una larga y dichosa vida conyugal y una vasta descendencia —se ve que a mi mujer se le notaba mucho— y nos dejó marchar.

      00

      —Lo mejor de los noventa sigue siendo aquella zambullida de Trainspotting en el váter más sucio de Escocia.

      —Bueno, mira las películas de Fassbinder, o las de ­Antonioni… En todas hay alguna escena importante en un retrete. Y qué me dices de Kusturica, con aquel intento de suicidio en el baño totalmente absurdo. Creo que era en Papá está en viaje de negocios… La tipa se cuelga de la cisterna y en vez de ahorcarse, tira de la cadena.

      —Me da por saco Kusturica. Es un gandul y un coñazo de tío. El típico hijoputa balcánico. Y un sentimental.

      —Bueno, vale. Olvídate de Kusturica. Mira a ­Nadja Auermann, sentada en el váter y posando para Helmut Newton. O a Naomi Campbell, también en la taza, abierta de patas y afeitándose la pantorrilla. Y, encima, en la portada de su primer álbum. Casi te dan ganas de reencarnarte en forma de retrete.

      —Hace un año o así montaron un simposio en Hong Kong con propietarios de baños públicos y demás gente del gremio. Todos asiáticos. Lo vi en el periódico. ¿Y sabes qué informes se presentaron? Vas a flipar. Cosas como: «Métodos prácticos para la eliminación de los malos olores». O: ­«Desarrollo histórico de los váteres públicos en la provincia de Guangzhou». Pero el título más guapo era: «Análisis de la satisfacción ciudadana en los aseos públicos de la República de Corea». Debo de tener guardado por ahí el recorte.

      —Un amigo mío fue a Pekín y a la vuelta me habló de los aseos del aeropuerto de allí. Un hangar largo, dividido en cubículos con muretes de menos de un metro de altura. Los chinos son canijos, ya sabes. Y sin techo. Te acuclillas en el cubículo, te asoma medio torso por encima, y a ambos lados tienes chinos que te saludan y sonríen majísimos ellos. Por debajo, entre tus piernas, fluye un arroyo en el que, si te fijas bien, puedes distinguir las frutitas de todos los participantes que tienes a tu izquierda.

      —En la mili, las letrinas eran más o menos la misma movida. Solo de pensar en ellas me empiezan a picar los ojos. Nos hacían echar cal clorada para desinfectarlas. Esa mierda te deja totalmente ciego. Los encargados de las letrinas eran siempre los sargentos, así que, cuando querían pagarla con alguno de nosotros, solo tenían que mandarte allá con la fregona. Un recluta, para vengarse, mangó de las cocinas un kilo entero de levadura y lo echó en los agujeros. Imagínate, la papilla aquella empezó a bullir, a hincharse, a desbordarse…

      —Me acuerdo de una pintada en un retrete de Berlín: «Come mierda. Millones de moscas no pueden estar equivocadas». En alemán, claro.

      —¿Alguien quiere más salsa?

      —Los grafitis serán todo un capítulo aparte en la Historia General… ¿Por qué uno se suelta a escribir precisamente en el váter? La mayoría de los que escriben allí no creo que tengan la misma inclinación fuera. Estoy seguro de que jamás han escrito una línea sobre papel. Las paredes de un retrete son un medio de comunicación singular. Publicar allí conlleva otro tipo de recompensas. ¿Será que cuando uno se queda a solas consigo mismo se ponen en marcha mecanismos ocultos, un instinto primordial que le empuja a uno a dejar un registro, una huella de su paso por el mundo? Mira lo que te digo: no me sorprendería que las pinturas rupestres se garabatearan mientras aquel hombre primitivo estaba en cuclillas, obrando.

      —Ya, pero es difícil demostrarlo, porque los excrementos no perduran, tienen un período corto de descomposición.

      —De todas formas, no estaría mal que exploraran bien el suelo alrededor en busca de coprolitos… Yo te insisto con lo de las pintadas de váter. El lugar más aislado y solitario de la tierra resulta ser bastante público. Hace unos años, solo era posible dar con eslóganes antigubernamentales en los baños públicos. Todo el coraje de la sociedad se vertía precisamente ahí, en esas paredes.

      —Revoluciones íntimas de cagadero. Menuda mierda de coraje, menuda mierda de sociedad. Justo cuando se cagan de miedo cogen y pintarrajean por las paredes «Abajo T. Zh.»2 y «Ojalá reviente el PCB». No me vengas con esas, coño. ¿Esa es nuestra disidencia? El único lugar público СКАЧАТЬ