Novela natural. Gueorgui Gospodínov
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Название: Novela natural

Автор: Gueorgui Gospodínov

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: La principal

isbn: 9788417617394

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СКАЧАТЬ mundo es un todo y la novela es lo que ensambla ese todo. Los inicios están ahí, las combinaciones son innumerables. Cada uno de los protagonistas se libera de la predestinación de su historia. Los primeros capítulos de las novelas decapitadas comienzan a hormiguear como panspermias en el vacío y desatan la generación. ¿No es así, querido Anaxágoras?

      O Empédocles, que lo expresó de un modo tan bello, si bien algo exagerado: «Brotaron sobre la tierra numerosas cabezas sin cuello, vagaron brazos sueltos desprovistos de hombros, erraron ojos solitarios carentes de frente… Y al azar, incesantemente, se unían los unos con los otros…».

      A partir de este momento todo puede desarrollarse de cualquier manera: el jinete sin cabeza puede hacer su aparición en la recepción en casa de los Rostov, por ­ejemplo, y maldecir con la voz de Holden Caulfield. Puede ocurrir todo género de cosas. Pero nada será ­descrito en la novela de inicios. Esta proporcionará solo el primer empujón, pero tendrá el tacto suficiente como para retirarse a la sombra del siguiente inicio, ­permitiendo que los protagonistas se relacionen entre sí del modo que la ocasión requiera. A eso lo llamaría yo una ­«novela ­natural».

      4

      El divorcio de mi mujer no fue largo ni doloroso. El proceso en sí no duró más de cuatro o cinco meses, lo que entraba dentro de lo normal. Por supuesto, hubo que aflojar algo de dinero para acelerar los trámites. Pensaba que me iba a rehacer fácilmente. Mi mujer también. Durante la primera vista, que no duró más de un par de minutos, afirmamos que nuestra decisión era ­«definitiva e ­irrevocable». La fiscal fue mayormente una borde. Recuerdo sus brazos peludos y un lunar enorme a la izquierda de su nariz. Fijó fecha para la segunda vista al cabo de tres meses, periodo en el que tendríamos, según nos dijo, la oportunidad de reconciliarnos, y llamó a los siguientes. Decidimos caminar un poco.

      —En fin. Te da tiempo a decidirte hasta la siguiente vista —comentó mi mujer.

      Imaginé cómo sería si al divorcio asistieran todos los invitados que estuvieron en aquel salón de actos, durante la boda. Al fin y al cabo, ambos rituales están estrechamente relacionados. Sería justo que los testigos de entonces estuvieran presentes también ahora. Al menos, nos ahorraríamos la molestia de informar a cada uno por separado de que ya no estamos juntos, de que ya no contesto a mi antiguo número de teléfono, etcétera. Imaginé también a los más cercanos, llorando al oírnos responder a la juez: «definitiva e irrevocablemente, sí». Pero es que ellos lloraron también en la boda.

      —Qué te parece. Ahora resulta que un matrimonio empieza igual que acaba, con un «sí» —dije para pasar por alto su comentario.

      El embarazo de mi mujer era ya patente.

      ¿Saben qué? Mejor sigamos en otra ocasión. De todas formas, aún hay tiempo hasta la vista final.

      001

      —Yo vivía con una nena que se pasaba la vida en el ­váter. Cuatro veces al día como mínimo, hora y media cada vez. La cronometraba. Yo me sentaba en el pasillo, delante de la puerta, como un cachorrito, y ­empezábamos a hablar. Tuvimos conversaciones tope de serias así. A veces, cuando se quedaba callada, me dedicaba a espiarla por el ojo de la cerradura.

      —Tío, no… Los retretes son lugares sórdidos…

      —Déjalo que hable, coño. ¿Y luego?

      —Nada, charlábamos. Total, que se tira ahí encerrada durante horas. E intentas que salga, te inventas todo tipo de chorradas, la tientas para que abra y puedas mirarla al fin a los ojos. Lo de espiarla por la cerradura no cuenta. Y además, a veces tapaba la rendija con papel higiénico. Si no ves a la persona con quien estás hablando, te relajas, dices cosas que en otras circunstancias ni se te ocurrirían. Una vez, mientras le daba la lata para que saliera, abrió la puerta y me pidió que entrara. No sirvió de nada. Un retrete es demasiado estrecho para dos personas. Os lo juro. Aún la veo ahí sentada, con las bragas escurridas, como si estuviese siendo tragada por la taza…Como si la hubiera engullido. Solo le asomaban las rodillas y luego las tibias. Nada, ni conversación ni nada.

      —¿Te dio asco o qué?

      —En serio, son lugares sórdidos… Son agujeros…

      —No, fue… No sé… Simplemente, no funcionó. No es que oliera. Bueno, un poco sí.

      —Un momento. Esa es la cuestión. Ahí está el ­intríngulis. Si puedes resistir el olor de una tronca ­cagando delante de ti, si no te da asco, si lo sientes como un ­hedor tuyo, porque el tuyo no te da asco, ¿no?, ­entonces debes quedarte con la tronca. ­Lo pillas, ¿no? Llámalo «amor verdadero», «media naranja», ­llámalo «la mujer perfecta para aguantar al menos unos años»… Whatever, da lo mismo. Esas cosas no ocurren a menudo. Se presentan una sola vez. Ahí está la prueba.

      —Bueno, pues ¡brindo por vosotros! Pero eso ¿lo has patentado o ­estás aquí ensayando una nueva novela frente a tu auditorio?

      —No, tío… Hablo en serio. Aunque con nenazas como tú la prueba daría negativo casi seguro. ¡Salud!

      —Dejaos de retretes… Estamos sentados a la mesa, picando, bebiendo… y me salís con retretes…

      —No, no, espera un poco. ¿Por qué no se va a poder hablar del cagadero en la mesa? ¿Por qué vas tú al ­váter? Porque primero estás en la mesa, te atiborras, te ­pones hasta las cejas y luego corres al váter. ¡Es algo ­natural! ¿Y ahora resulta que hablar del tema en la mesa no lo es? Pero ¿hay algo, escúchame bien, que esté más relacionado con la taza del váter que una mesa con ­mantel? Para empezar, un retrete también es una taza. Y encima en ambos casos son de porcelana. Ta-zas-de-por-ce-la-na. Yo ya le he dado vueltas al tema y te juro que está todo relacionado. Hay que ser anormal para no darse cuenta de lo importante que es el retrete. ¿Sabes lo que voy a hacer un día? Voy a reunir todas las historias de váteres, las ordenaré, añadiré comentarios, notas y un índice. Publicaré una Historia general del retrete…

      —En tapa blanda, impresa en papel higiénico.

      —Es una idea. Pero la historia tendrá dos partes. Un cuarto de baño particular es algo completamente distinto de un baño público. Y os diré en qué consiste la diferencia…

      —¿Puedo antes acabarme los higaditos? Porque en breve todo se irá a la mierda.

      —La gran diferencia radica en que cuando entras en un retrete público, las cosas se reducen a un mero procedimiento. Te encierras, te desabrochas el pantalón, procedes, terminas, te subes los calzoncillos y te piras. Lo haces todo lo más rápido que puedes.

      —Porque es un lugar inmundo.

      —Puede ser. Pero es un mero procedimiento. Mientras que, en el váter de tu propia casa, puedes entrar a ­cualquier hora y sin necesidad. Puedes tirarte allí horas, leyendo un libro, hojeando un tebeo. Puedes simplemente descansar la cabeza en tus manos y pensar. En ninguna otra parte logra uno estar tan a solas consigo mismo. El váter, oídme bien, es la pieza más importante de la casa. La estancia trascendental.

      —Quieres decir que entrar en un baño público es un trámite, y en uno privado, un ritual.

      —Algo por el estilo. Además, se trata de un ritual íntimo, que uno se consagra únicamente a sí mismo, y a nadie más. Porque allí nadie te ve. Dudo que el mismísimo СКАЧАТЬ