Название: Aquiles y su tigre encadenado
Автор: Gonzalo Alcaide Narvreón
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9788468538143
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–Ah, mirá vos... –fue lo único que atinó a decir Aquiles, recordando inmediatamente la sensación percibida en el ascensor del edificio de Alejandro, aquel mediodía luego de la carrera, cuando se habían rozado los pelos de sus brazos; una sensación que, hasta ese momento, jamás había experimentado y hacía apenas unas horas, durante el desayuno, la sensación que había tenido de estar siendo observado y la extraña cruzada de miradas.
Las cabañas estaban asentadas sobre un frente de rocas y hacia el sur del complejo, se encontraba el acceso a la playa de arenas increíblemente blancas.
Continuaron caminando en silencio hasta descender a la playa.
Marina se recostó sobre una reposera, debajo de una palapa que la protegía del sol, mientras que Aquiles, sin perder tiempo, pidió un equipo de snorkel e ingresó a paso firme dentro de las increíbles aguas del Caribe Mexicano.
Capítulo 2
Poseidón
Perdido y subyugado por la belleza que tenía frente a sus ojos, persiguiendo cardúmenes de múltiples especies de peces de diferentes tamaños y colores, Aquiles había perdido la noción del tiempo y de la distancia.
Marina permanecía atenta observándolo desde la reposera y sin perderle mirada. Sabía que Aquiles era un apasionado del agua y de los deportes en general, y que, a veces, podía tomar riesgos innecesarios.
Aproximadamente a diez metros de la reposera de Marina, se habían instalado los canadienses, que llegaron a la playa justo detrás de ellos y siguiéndoles los pasos.
Como lo había hecho Marina, la mujer se instaló sobre una reposera debajo de una palapa, mientras que él, dejó su toallón, se quitó las ojotas y comenzó a caminar hacia el mar.
Marina, ocultándose detrás de sus lentes espejados, comenzó a observarlo.
El tipo tenía una contextura física similar a la de Aquiles, era alto, con el físico trabajado, solo que su piel era más blanca y su pelo era castaño claro, con vellos que cubrían sus brazos, sus piernas y su torso.
Mientras el flaco comenzaba a ingresar en el mar, Aquiles dejaba de practicar snorkel, se incorporaba y comenzaba a caminaba hacia la costa. Con al agua a la altura de sus cinturas, se cruzaron y comenzaron a conversar.
Marina observaba la escena y vio que Aquiles le daba su equipo de snorkel. El canadiense dibujó una sonrisa y continuó su camino para internarse en el agua, mientras que Aquiles, continuó caminando para salir del mar.
La bermuda mojada estaba pegada sobre sus muslos y sobre su paquete que se le marcaba notoriamente. Los tupidos pelos de su cuerpo caían por el peso del agua y cubrían sus pectorales, sus piernas y sus brazos marcados.
Marina observaba a su marido como si se tratase de la primera vez que lo veía. Realmente, sentía una gran atracción física hacia él. En ese momento pensó en que, a su hombre, solo le hubiese faltado llevar un tridente en la mano como para emular a Poseidón saliendo de sus dominios.
Aquiles se acercó a la palapa y se tiró boca arriba sobre su reposera.
–Espectacular... no sé qué hacés acá teniendo el paraíso ahí enfrente –dijo Aquiles.
–El paraíso lo tenía cuando te veía caminar hacia aquí –respondió Marina.
Aquiles se acercó a ella y le dio un húmedo beso, al que Marina respondió, agarrándole el paquete.
–Pará que nos van a ver –exclamó Aquiles.
–Que me importa... que nos vean... ¿no dijiste que aquí todos vinimos a buscar más o menos lo mismo? –respondió
Marina, con total desparpajo.
–Vamos al agua –dijo Aquiles.
Marina se quitó los lentes y se incorporó; agarró la mano de Aquiles y juntos caminaron hacia el mar.
Ingresaron al agua y comenzaron a nadar, por momentos juntos y por momentos separados, haciendo comentarios sobre las maravillas que iban encontrando bajo el agua.
El canadiense, que estaba a pocos metros de ellos, le devolvió a Aquiles el equipo de snorkel diciéndole que iba a salir; Aquiles le pidió que se los dejara sobre la reposera. El canadiense levantó el pulgar como gesto de asentir y se dirigió hacia la playa.
–Está lindo el flaco –dijo Marina, con la clara intención de provocar a Aquiles.
– ¿Si? mirá vos... claro, si les miraste los bultos a mis amigos, no veo porque no vas a mirárselos a el resto de los mortales –respondió Aquiles intentando hacerse el superado, cuando en verdad, no le causaban mucha gracia el comentario de Marina.
–Ay amor... no te pongas celoso, que el único que entra en este cuerpito sos vos –dijo Marina, acercándose a él, colgándose de su cuello y rodeándole la cintura con las piernas.
–A veces me despistas con tus comentarios –dijo Aquiles, que si bien era un hombre seguro de sí mismo, tenía claro que Marina no era una mujer que pasase desapercibida; por el contrario, su belleza y su personalidad, la convertía en blanco de cualquier pirata que, sin duda, se vería atraído por ella. Marina no respondió y comenzó a besarlo.
Aquiles sintió que su miembro nuevamente comenzaba a reaccionar. Si bien hacia un rato habían tenido sexo fugaz en la cabaña, seguramente los comentarios picantes, el entorno y el clima, ayudaban para generar un efecto afrodisiaco.
Aquiles observó que en la tela blanca del corpiño de Marina se marcaban sus pezones duros y erectos. Se sintió tentado y bajo con su boca hacia allí para morderlos.
Marina reaccionó con un gemido y con una mano, más la ayuda de sus pies, deslizó la cintura de la bermuda de Aquiles hasta dejarlo en pelotas.
–¡Pará loca! –exclamó Aquiles.
–Parala vos –respondió Marina, en un juego de palabras, haciendo clara referencia a la erección del pene de Aquiles.
Colgándose con un brazo del cuello de Aquiles, se quitó el biquini con la otra mano, dejándolo colgando en una de sus piernas, enroscó nuevamente sus piernas en torno a la cintura de Aquiles, agarró su miembro erecto y lo colocó en la entrada de su vagina.
–Me parece que agarré un tiburón –dijo Marina.
–Vos estás loca –dijo Aquiles.
Marina descendió unos centímetros, haciendo que el miembro de Aquiles comenzara a desaparecer dentro de su vagina. Le mordió el cuello y comenzó con un leve movimiento de sube y baja.
–Sos una puta hermosa –dijo Aquiles, afirmando sus pies sobre el lecho como para soportar el movimiento y el peso de ambos.
–Como me calentás –dijo Marina– te veía salir del mar y te hubiese ido a violar ahí mismo.
–Bueno, me estar violando ahora –respondió Aquiles.
Marina СКАЧАТЬ