Mitología china. Javier Tapia
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Название: Mitología china

Автор: Javier Tapia

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Colección Mythos

isbn: 9788418211218

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СКАЧАТЬ primera dinastía, la Xia, con más de cinco siglos gobernando el área del Río Amarillo, es la más cercana a los reinados míticos anteriores, donde los dioses y los humanos convivían y le daban forma al mundo y a la sociedad, y por eso aún se pueden encontrar elementos mitológicos en los relatos de sus diecisiete reyes. Estos desaparecerán casi del todo en la dinastía Shang, que duró siete siglos, y en la dinastía Zhou, con ocho siglos de permanencia y la emergencia de Confucio, cuyo pensamiento y formalidad van a durar hasta nuestros días.

      Es precisamente con Confucio, en el siglo VIII antes de nuestra era, que China entrará en un periodo llamado de las Primaveras y los otoños, para dar lugar al carácter y comportamiento del pueblo chino como lo conocemos ahora, muy diferente al de las etapas anteriores.

      Los cambios sociales

      Antes de que Confucio escribiera, o inspirara, los Anales de primavera y otoño, el comportamiento social de los pueblos orientales era del todo tribal, jerárquico, mítico, supersticioso y desordenado, con lo que los conflictos entre clanes eran continuos, mientras los grandes señores, cuatro en la época de Confucio, explotaban al campesinado sin la menor conmiseración e intentaban conquistar el terreno de sus vecinos con ardides, guerras y traiciones, utilizando los matrimonios entre grupos más como punta de lanza para adentrarse en territorio ajeno que como verdaderas alianzas.

      El pueblo chino tenía fama de sucio, cobarde, vicioso e ignorante, incapaz de tomar decisiones y a expensas de todo tipo de robos, abusos y vejaciones, tanto por parte de los grandes señores como por cualquier horda de bandoleros que pasaran por allí.

      No había respeto para nada ni para nadie, y quienes carecían de poder y fuerza bélica estaban condenados a ser presa fácil de cualquiera. Las hambrunas eran terribles, no se tenía en consideración a los ancianos, la maternidad no estaba ponderada, sobre todo si el producto de la misma era femenino, y lo que no se perdía en las malas cosechas se perdía en el juego y el alcoholismo. Los matrimonios, por supuesto, eran de conveniencia, y el amor y los enamoramientos eran trágicos e imposibles incluso para las élites.

      No había respeto para la autoridad, aunque sí miedo y hasta terror, y la corrupción, los engaños, las traiciones y las trampas estaban a la orden del día en todos los estratos sociales (como sucede hoy en día en buena parte del mundo), y la inmoralidad y la falta de ética campaban a sus anchas.

      Confucio, el orden social sin dioses.

      El confucianismo vino a poner orden, y se convirtió en la religión oficial sin supersticiones ni dioses de la China Imperial, e incluso de la China popular y comunista que conocemos hoy en día. Sin embargo, y a pesar de que la ética, la moral, el respeto a la autoridad, el esfuerzo, el cuidado de los ancianos y la organización estatal se convirtieron en el emblema chino que les dio grandes victorias y avances en todos los terrenos, la mala fama de los chinos no mejoró demasiado con el paso del tiempo.

      El orden estatal, por férreo que sea, a menudo no puede hacer nada contra el comportamiento popular que, si bien obedece a las jerarquías para evitar castigos, da rienda suelta a sus pulsiones más tradicionales y rituales en cuanto puede, y así los mitos y las leyendas, las emociones y las creencias vuelven a ocupar su lugar.

      La llegada de Buda

      Dos siglos después de los Anales de primavera y otoño, cuando China gozaba de orden y progreso, laicismo y buen hacer en prácticamente todos los terrenos, aparece Buda arrastrando multitudes con un discurso laico, es decir, sin dioses pero sí con la promesa de trascendencia, de la posibilidad de ascender a un paraíso, el Nirvana, si se hacen los méritos suficientes en esta vida.

      Esta válvula de escape, que en un principio no fue bien recibida por las autoridades chinas, resultó ser muy funcional porque absorbió a otra forma religiosa laica, pero extraña y rebelde, el Zen.

      Representación del Bodhi Darma, Buda.

      El Zen anterior al budismo se burlaba de todos y de todo, exceptuando a Lao Tse, pero contaba con una serie de conocimientos y hasta un lenguaje propio sobre astronomía, astrología, orden de las construcciones, ciclos de cultivo y cosecha, y comportamiento de las personas, que se transmitían de boca a oreja, de maestros a discípulos, y que no se vendía ni al poder ni a los poderosos. Y, si bien no era muy activo físicamente, sí lo era intelectualmente y despreciaba las normas, las ideas del bien y el mal, desconfiaba del progreso y no participaba en las enseñanzas de Confucio, al que consideraba un esbirro de las jerarquías.

      El budismo en China pronto fue Budismo Zen, introduciendo valores de amor universal, obediencia, buen comportamiento, caridad, fe, esperanza y trascendencia en el más allá por más que se sufriera en este valle de lágrimas, desalentando así cualquier tipo de ambición personal, de riqueza material y de poder, que también repudiaba el zen desde la rebeldía y no desde la sumisión, desde el pensamiento y no desde la creencia, desde la no acción y no desde la colaboración y la fraternidad que pregonaba el budismo.

      Lao Tse, el todo y la nada

      En medio de Confucio y Buda se erige la figura de Lao Tse, el gran pensador independiente, más cercano al Zen clásico y tradicional que a lo que sería el blando Budismo Zen, y sin el cual la suma sociológica que compone al carácter chino sería incomprensible.

      Sima Qian, el gran historiador chino, que repasa toda la historia china desde sus inicios hasta el siglo I antes de nuestra era, recoge las enseñanzas del taoísmo —y por lo tanto de Lao Tse— y lo coloca por encima de cualquier otro pensador oriental, tanto por sus conocimientos como por la influencia que tuvo en su tiempo y a lo largo de los siglos.

      Lao Tse, el padre del taoísmo.

      En una sociedad tan diametralmente opuesta como la china, donde las élites se alejan de las bases populares sin dejar lugar a una clase media, parecería imposible que surgieran figuras pensantes, gente que cuestionara todo y buscara algo más.

      En el Mediterráneo, con los griegos y babilonios, Mesoamérica, con los mayas y preincas, e India, con los jainistas y tibetanos, surgen grandes pensadores y visionarios en fechas similares, observadores de su entorno y de las estrellas, de los fenómenos naturales y de los seres humanos, dejando de lado a los dioses, superando los mitos y las leyendas, y utilizando el raciocinio individual por encima de las emociones y las supersticiones de la masa.

      El ser y la nada, el ser y su ser interior, el amor al conocimiento y el desprecio por la ignorancia, la fuerza de la razón introspectiva en contra de las emociones externas desordenadas, el hieratismo oriental en una palabra.

      A pesar de la diferencia de pensamientos, es gracias a las propuestas de alfabetización de Confucio que las enseñanzas de Lao Tse se popularizan en todo oriente. Cuatrocientos años hicieron falta para que el confucianismo fuera del todo instaurado, y fueron tantas las guerras y los levantamientos en contra del nuevo orden, que a esta etapa se le llama periodo de los Reinos combatientes, hasta que se impuso un solo reino imperial, el de la dinastía Qin, que empezó muy bien y terminó muy mal, porque el emperador recuperó ciertos mitos, se endiosó y se volvió el más cruel tirano que se hubiera conocido en China.

      China Imperial

      Confucio había renegado la legitimación de gobernar dada por los dioses, ya fuera por linaje o iluminación, porque los gobiernos eran cosa de hombres y para los hombres, pero los emperadores СКАЧАТЬ