Название: Días de magia, noches de guerra
Автор: Clive Barker
Издательство: Bookwire
Жанр: Книги для детей: прочее
Серия: Abarat
isbn: 9788417525897
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—No pienso tocarla —contestó el hombre—. No soy tan valiente. Pero puedo ver. Oh, puedo ver. Sé qué eres, niña, y sé lo que haces. —Sacudió la cabeza—. No te preocupes, no te tocaré. No, señor. Yo no haría algo tan estúpido como eso.
Y, después de pronunciar estas palabras, los rodeó, procurando mantener la distancia, y echó a correr por el muelle chirriante y desapareció entre las rocas.
—Bueno, supongo que eso es lo que pasa cuando dejas salir a tipos chiflados —dijo Malingo con una alegría forzada.
—¿Qué era lo que veía?
—Está loco, mi señora.
—No, realmente parecía que estuviera viendo algo. Por el modo en que me miraba.
Malingo se encogió de hombros.
—No sé —dijo. Tenía abierta su copia del Almenak y la usó para cambiar de tema ágilmente—. Sabes, siempre he querido ver la cripta de Hap —dijo.
—¿En serio? —dijo Candy, sin apartar la vista de las rocas por donde el hombre había desaparecido—. ¿No es una simple cripta? Bueno, es lo que dice Klepp.
Malingo leyó en voz alta un fragmento del Almenak.
—«Huffaker: la cripta de Hap de Huffaker, que está en las Nueve en Punto de la Noche… Huffaker es una isla impresionante, en el sentido topográfico. Sus formaciones rocosas, sobre todo las que están bajo tierra, son enromes y están hermosamente elaboradas, ¡asemejándose a catedrales y templos naturales!» Interesante, ¿no? ¿Quieres ir?
Candy seguía distraída. Su sí apenas fue audible.
—Pero escucha esto —Malingo continuó, haciendo todo lo posible por apartar sus pensamientos de las palabras del anciano—. «La más grande es la cripta de Hap»… bla-bla-bla… «descubierta por Lydia Hap»… bla-bla-bla… «Fue la señorita Hap la primera en sugerir la cámara de Skein.»
—¿Qué es Skein? —dijo Candy, algo más interesada.
—Cito: «Es el hilo que une todas las cosas vivas y muertas, sintientes y no pensantes con otras cosas».
Ahora Candy sí que estaba interesada. Se situó al lado de Malingo, mirando el Almenak por encima de su hombro. Él siguió leyendo en voz alta.
—«Según la persuasiva señorita Hap, el hilo se origina en la cripta de Huffaker, y aparece momentáneamente en forma de luz parpadeante antes de recorrer Abarat, invisible… para conectarnos, los unos con los ostros.» —Cerró el Almenak—. ¿No crees que deberíamos ver esto?
—¿Por qué no?
La isla de Huffaker estaba a solo una Hora de distancia de Yeba Día Sombrío, la primera isla que Candy había visitado en su llegada a Abarat. Pero, mientras Yeba Día Sombrío aún tenía algunos rayos de luz tardía en el cielo que la cubría, Huffaker estaba bañada en oscuridad, una gruesa masa de nubes que oscurecían las estrellas.
Candy y Malingo se hospedaron en un hotel andrajoso cerca del puerto, donde comieron, hicieron sus planes para el viaje y, tras algunas horas de sueño, partieron hacia la carretera oscura, aunque debidamente señalada, que conducía hasta la Cripta. Habían tomado la precaución de cargar con comida y bebida, puesto que la necesitaban. El viaje era considerablemente más largo de lo que les había hecho pensar el dueño del hotel, quien les había dado algunas indicaciones. De vez en cuando, oían el ruido de algún animal persiguiendo y derribando a algún otro en las tinieblas, pero generalmente el trayecto estuvo desprovisto de acontecimientos.
Cuando finalmente llegaron a las cuevas, se encontraron con que algunos de los escarpados pasadizos tenían antorchas llameantes colocadas en unos soportes dispuestos a lo largo de las frías paredes para iluminar la ruta. Sorprendentemente, teniendo en cuenta cuán extraordinario sonaba el fenómeno, no había más visitantes allí para presenciarlo. Estaban solo ellos dos recorriendo los empinados caminos que les guiaban dentro de la Cripta. Pero no necesitaban a ningún guía que les indicara cuándo habían llegado a su destino.
—Oh, Dios Lou… —dijo Malingo—. Mira este lugar.
Su voz resonó a lo largo de la extensa caverna en la que habían entrado. Del techo, que se encontraba a suficiente distancia de la luz de las antorchas como para estar sumido en completa oscuridad, colgaban docenas de estalactitas. Eran inmensas, cada una podía ser fácilmente del tamaño del capitel invertido de una iglesia. Eran las perchas de los murciélagos abaratianos, un detalle que Klepp había olvidado mencionar en su Almenak. Las criaturas eran más grandes que cualquier murciélago que Candy hubiera visto en Abarat, y ostentaban una constelación de siete ojos brillantes.
En cuanto a las profundidades de la caverna, eran de un negro tan oscuro como el techo.
—Es mucho más grande de lo que esperaba —dijo Candy.
—¿Pero dónde está el Skein?
—No lo sé. Quizá lo vemos si nos ponemos en el centro del puente.
Malingo le dedicó una mirada nerviosa. El puente que colgaba sobre la oscuridad insondable de la Cripta no parecía muy seguro. Las vigas estaban agrietadas y eran antiguas; las cuerdas, desgastadas y delgadas.
—Bueno, ya que hemos llegado hasta aquí —dijo Candy—, será mejor que veamos lo que hay que ver.
Puso un pie tentativo sobre el puente. No cedió, así que se arriesgó a seguir adelante. Malingo la siguió. El puente crujió y se balanceó; las tablas —dispuestas a escasos centímetros las unas de las otras— rechinaban con cada paso que daban.
—Escucha… —susurró Candy cuando llegaron a la mitad del puente.
Encima de ellos podían oír el parloteo de un murciélago parlanchín. Y, muy a lo lejos, bajo ellos, una corriente de agua.
—Hay un río aquí abajo —dijo Candy.
—El Almenak no dice…
Antes de que Malingo pudiera terminar su frase, una tercera voz emergió de las tinieblas y resonó por toda la Cripta.
—Mientras viva y respire, ¿me harás el favor de mirarlo? ¡Candy Quackenbush!
El grito alteró a varios murciélagos. Se precipitaron desde sus perchas hacia el aire oscuro y, al hacerlo, despertaron a cientos de sus hermanos, de modo que, en pocos segundos, incontables murciélagos aleteaban sin descanso; una nube agitada agujereada por constelaciones cambiantes.
—¿Eso ha sido…?
—¿Houlihan? —dijo Candy—. Me temo que sí.
Tan pronto como hubo pronunciado esas palabras, se oyeron pasos al final del puente, y el Hombre Entrecruzado apareció a la luz de las antorchas.
—Por fin —dijo—, te tengo donde no puedes huir.
Candy echó un vistazo al tramo de puente que tenían detrás. Uno de los stitchling secuaces de Houlihan apareció de las tinieblas y avanzaba hacia ellos a zancadas. Era una cosa grande y deforme, СКАЧАТЬ