Días de magia, noches de guerra. Clive Barker
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Название: Días de magia, noches de guerra

Автор: Clive Barker

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Abarat

isbn: 9788417525897

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СКАЧАТЬ quietos —les indicó—. Si se mueven, saldrán movidos. Bien, ahora déjenme que prepare la cámara. Denme uno o dos minutos.

      —¿Qué te hizo querer una fotografía? —preguntó Malingo por la comisura de la boca.

      —Tenerla. Para no olvidarme de nada.

      —Como si eso fuera posible —dijo Malingo.

      —Por favor —dijo Guumat—. Quédense muy quietos. Necesito concentrarme.

      Candy y Malingo guardaron silencio un momento.

      —¿En qué estás pensando? —murmuró Malingo.

      —En la visita a Yzil, al mediodía.

      —Ah, sí. Eso es algo que seguro que recordaremos siempre.

      —En especial después de ver su…

      —El Aliento de Princesa.

      Ahora, sin que Guumat lo pidiera, se quedaron en silencio durante un largo rato, recordando su breve encuentro con la Diosa en la Isla del Mediodía, Yzil. Candy la había visto primera; una mujer pálida y bella, vestida de rojo y naranja, de pié en una mancha de luz cálida, expulsando con su aliento una criatura viva, un calamar purpúreo. Este, según se decía, era el modo en que la mayoría de especies de Abarat habían sido creadas. Habían sido expulsadas con el aliento de la Creadora, quien había entonces permitido al suave viento que soplaba constantemente entre los árboles y las vides de Yzil reclamar al recién nacido de sus brazos y conducirlo hasta el mar.

      —Eso fue asombroso.

      —¡Estoy listo! —anunció Guumat desde debajo de la tela negra bajo la que se había agachado—. A la de tres hacemos la foto. ¡Una! ¡Dos! ¡Tres! ¡Quietos! ¡No se muevan! ¡No se muevan! Siete segundos.

      Alzó la cabeza por fuera de la tela y consultó su cronómetro.

      —Seis. Cinco. Cuatro. Tres. Dos. Uno. ¡Ya está! —Guumat deslizó un filtro para detener la exposición—. ¡Fotografía hecha! Ahora tenemos que esperar unos minutos para que prepare una copia para ustedes.

      —No hay problema —dijo Candy.

      —¿Van a bajar al ferry? —le preguntó Jamjam.

      —Sí —contestó ella.

      —Parece que hayáis estado viajando sin descanso.

      —Oh, sin duda —dijo Malingo—. Hemos visto muchas cosas durante las dos últimas semanas, viajando por todos lados.

      —Tengo envidia. Yo nunca he salido de Qualm Hah. Me encantaría ir en busca de aventura.

      Un minuto más tarde, el padre de Jamjam apareció con la fotografía, que aún estaba húmeda.

      —Puedo venderles un bonito marco, muy barato.

      —No, gracias —dijo Candy—. Ya está bien así.

      Ella y Malingo miraron la fotografía. Los colores no eran demasiado fieles, pero Guumat les había retratado como si fueran dos turistas felices, con su ropa arrugada de colores llamativos, así que estaban bastante satisfechos.

      Con la fotografía en mano, bajaron por la empinada colina hasta el puerto y el ferry.

      —Sabes, he estado pensando… —dijo Candy mientras se abrían paso entre la gente.

      —Uy, uy, uy.

      —Ver el Aliento de la Princesa me hizo querer aprender más. Sobre la magia.

      —No, Candy.

      —¡Vamos, Malingo! Enséñame. Tú lo sabes todo de los conjuros.

      —Un poco. Solo un poco.

      —Es más que un poco. Una vez me dijiste que te pasabas todas las horas que Wolfswinkel se pasaba durmiendo estudiando sus grimorias y sus tratados.

      El tema del mago Wolfswinkel no solían tocarlo entre ellos: los recuerdos eran demasiado dolorosos para Malingo. Había sido vendido como esclavo de niño —por su propio padre—, y su vida como propiedad de Wolfswinkel había sido una serie interminable de golpes y humillaciones. Solo la llegada de Candy a la casa del mago le había dado la oportunidad de escapar finalmente de su esclavitud.

      —La magia puede ser peligrosa —dijo Malingo—. Hay leyes y normas. Supón que te enseño cosas malas y empezamos a deshacer la estructura del tiempo y el espacio. ¡No te rías! Es posible. Leí en uno de los libros de Wolfswinkel que la magia fue el comienzo del mundo. También podría ser el final.

      Candy parecía irritada.

      —No te enfades —dijo Malingo—. Pero no tengo el derecho de enseñarte cosas que ni siquiera yo entiendo del todo.

      Candy caminó en silencio durante un rato.

      —De acuerdo —dijo finalmente.

      Malingo le lanzó una mirada de soslayo a Candy.

      —¿Seguimos siendo amigos? —preguntó.

      Ella alzó la vista hacia él y sonrió.

      —Por supuesto —dijo—. Siempre.

      Capítulo 2

      Lo que hay que ver

      Después de esa conversación, no volvieron a mencionar el tema de la magia de nuevo. Simplemente siguieron saltando de isla en isla, usando la guía consagrada de las islas, el Almenak de Klepp, como su principal fuente de información. De vez en cuando tenían la sensación de que el Hombre Entrecruzado les estaba alcanzando, y entonces interrumpían sus exploraciones y seguían adelante. Unos diez días después de haber dejado Tazmagor, sus viajes les llevaron a la isla del Gorro de Orlando. Era poco más que una simple roca con un psiquiátrico construido en lo más alto. El edificio había sido desocupado muchos años atrás, pero su interior conservaba los signos inconfundibles de la locura de sus inquilinos. Las paredes blancas estaban cubiertas con garabatos extraños que, en algunos puntos, se convertían en la imagen reconocible de un lagarto, un pájaro, para después reducirse a garabatos de nuevo.

      —¿Qué le pasó a toda la gente que vivía aquí?

      Candy se lo preguntaba.

      Malingo no lo sabía. Pero rápidamente decidieron que ese no era un lugar en el que quisieran detenerse. El manicomio tenía ecos extraños y tristes. De modo que volvieron al pequeño puerto a esperar otro bote. Había un anciano sentado en el muelle, enrollando un cabo desgastado. Tenía un aspecto extraño, con los ojos entornados, como si fuera ciego. Ese no era el caso, de todos modos. En cuanto Candy y Malingo se acercaron, empezó a observarles.

      —No deberías haber vuelto —refunfuñó.

      —¿Yo? —dijo Malingo.

      —No, tú no. Ella. ¡Ella! —Señaló a Candy—. Te encerrarán.

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