Название: Días de magia, noches de guerra
Автор: Clive Barker
Издательство: Bookwire
Жанр: Книги для детей: прочее
Серия: Abarat
isbn: 9788417525897
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—Ya lo verás —respondió.
Ella siguió mirando.
Se estaba produciendo un estridente intercambio entre una mujer joven con una peluca de color naranja chillón y un individuo estrambótico llamado Jingo —por lo que pudo oír—, que corría arriba y abajo por la sala como un loco, se escondía bajo una mesa primero y se colgaba de los decorados que se balanceaban justo después. A juzgar por la respuesta del público, eso debía de ser lo más divertido que habían presenciado nunca. Pero Candy seguía perdida y sin saber de qué iba todo eso.
Hasta que un hombre vestido con un traje amarillo chillón entró en escena pidiendo ron.
Candy se quedó boquiabierta. Miró a Malingo con una expresión de incredulidad en el rostro. Él sonrió de oreja a oreja y asintió, como si dijera «Sí, así es. Es lo que tú crees.»
—¿Por qué me tienes encerrada aquí, Jaspar Codswoddle? —exigió la joven.
—¡Porque me apetece, Qwandy Tootinfruit!
Candy rió tan fuerte que la gente de su alrededor paró de reír durante un momento. Algunas caras se volvieron hacia ella desconcertadas.
—Qwandy Tootinfruit… —susurró—. Es un nombre muy gracioso.
Mientras tanto, en el escenario:
—Eres mi prisionera —Codswoddle le decía a Qwandy—. Y te vas a quedar aquí tanto como me apetezca.
Con esto, la chica corrió hacia la puerta; pero el personaje de Codswoddle lanzó un gesto elaborado en dirección a ella, y se vio un destello y una nube de humo amarillo, una cara enorme y grotesca apareció tallada en la puerta, rugiendo como una bestia rabiosa.
Jingo se escondió bajo la mesa, parloteando. El público se puso como loco en reconocimiento a la ilusión escénica. Malingo aprovechó el momento para agacharse y susurrarle a Candy:
—Eres famosa —dijo—. Es nuestra historia, aunque esté estupidizada.
—¿Estupidizada? —dijo.
Era una palabra nueva, pero describía muy bien la versión de la verdad que estaban representando en escena. Era un estupidización de la verdad. Lo que había sido una experiencia aterradora para Candy y Malingo era representado como una excusa para caídas, juegos de palabras, tirones de cara y peleas de tartas.
Al público, naturalmente, no le importaba. ¿Qué les importaba si era verdad o no? Una historia era una historia. Lo único que querían era pasárselo bien.
Candy le hizo señas a Malingo, quien se agachó de cuclillas a su lado.
—¿Quién crees que le habló al dramaturgo de lo que nos pasó? —le susurró—. No fuiste tú. No fui yo.
—Ah, hay muchos espíritus en Martillobobo que podrían haberlo oído.
Para entonces la obra estaba llegando a su gran final, y los acontecimientos en la escena se estaban volviendo más y más espectaculares. Tootinfruit había robado un volumen de magia de Codswoddle, y resultó en una batalla salvaje de conjuros, haciendo que el decorado se convirtiera en un cuarto actor de la obra. Los muebles cobraban vida y acechaban por todo el escenario; los antepasados de Codwoddle vestidos con trajes amarillos saltaron de un cuadro colgado en la pared y bailaron claqué. Y finalmente Qwandy usó un hechizo para abrir un agujero en el suelo, y el malvado Codswoddle y su ristra de trucos monstruosos desaparecieron en lo que Candy supuso que era la versión abaratiana del infierno. Al final, para deleite de todos, las paredes de la casa se plegaron y se las tragó el mismo agujero infernal, lo cual dejó a Qwandy y a Jingo de pie frente a un telón de fondo con estrellas brillantes, libres por fin. Todo era extrañamente satisfactorio, incluso para Candy, quien sabía que esa versión estaba lejos de la verdad. Cuando la multitud se levantó para ovacionar a los actores que hacían reverencias, se sorprendió a sí misma uniéndose a los aplausos.
Después la cortina de color rojo bajó, y el gentío empezó a dispersarse, hablando con excitación y repitiéndose sus frases favoritas.
—¿Te ha gustado? —le preguntó Malingo a Candy.
—De un modo extraño, sí. Es agradable oír esas risas. Es… —Se detuvo un momento.
—¿Qué pasa? —dijo Malingo.
—Me ha parecido que alguien me llamaba.
—¿Aquí? No, yo…
—¡Allí! Alguien me está llamando. —Miró por encima de la multitud, perpleja.
—Quizá alguno de los actores —dijo Malingo. Se giró hacia el escenario—. Quizás te ha reconocido alguien.
—No. No ha sido uno de los actores —contestó Candy.
—¿Entonces quién?
—Él.
Señaló entre las filas de bancos hacia una figura solitaria cerca de las solapas de la carpa. El hombre era inmediatamente reconocible, aunque solo estuvieran distinguiendo destellos de él entre la multitud que se marchaba. La piel pálida, los ojos hundidos, los motivos en sus mejillas. No había duda de quién era.
Era Otto Houlihan, el Hombre Entrecruzado.
Capítulo 9
De nuevo, el Hombre Entrecruzado
—¿Cómo nos has encontrado? —preguntó Candy.
Otto Houlihan dibujó esa sonrisa adusta tan propia de él.
—He seguido el rastro de los smatterlings apestosos —dijo—. No era difícil imaginar adónde habríais ido. No sois tan inteligentes, creáis lo que creáis. ¿Pero cómo podía saber que estabais escapando con un pequeño barco pesquero?
—Te lo dijo Kud —dijo Malingo.
—Muy bien, geshrat —contestó Otto. No miró a Malingo. Concentró su fría mirada en Candy—. Oh, pero te has vuelto mucho más famosa desde la última vez que nos vimos. —Dirigió su mirada al escenario—. Por lo que parece ahora tu vida es el tema de las comedias malas. Imagínatelo.
—¿Por qué no desistes de tu caza? —contestó Candy—. Nunca dejaremos que nos cojas. Lo sabes.
—Si pudiera hacerlo a mi manera —contestó Houlihan, levantando las manos mientras se le acercaba—, te enterraría aquí mismo. Pero Carroña te quiere con vida. Y con vida debo llevarte hasta él.
Si alguno de los espectadores lo oyó, decidió ignorarlo. Ahora todo el mundo había abandonado la carpa. El Hombre Entrecruzado no se molestó en mirar a su alrededor por el auditorio vacío. Tenía toda su atención puesta en Candy.
—Corre… —le susurró Malingo.
Candy sacudió la cabeza y se mantuvo en su sitio. No iba a permitir que Houlihan pensara que tenía miedo. Se negaba a darle esa satisfacción.
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