Название: Obras completas de Sherlock Holmes
Автор: Arthur Conan Doyle
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Colección Oro
isbn: 9788418211201
isbn:
Yo creía que Sherlock Holmes daría muestras de impaciencia ante aquel relato inconexo e inconsecuente, pero, por el contrario, lo escuchaba con atención reconcentrada.
—¿Proviene del negocio la pequeña renta que usted disfruta? —preguntó Holmes.
—De ninguna manera, señor, se trata de algo en absoluto independiente, y que me fue legado por mi tío Ned, de Auckland. El dinero está puesto en valores de Nueva Zelanda, al cuatro y medio por ciento. El capital asciende a dos mil quinientas libras, pero solo puedo cobrar los intereses.
—Lo que usted me dice me resulta en extremo interesante —le dijo Holmes—. Disponiendo de una suma tan grande como son cien libras al año, además de lo que usted misma gana, viajará usted, sin duda, un poco, y se concederá toda clase de caprichos. En mi opinión, una mujer soltera puede vivir muy decentemente con un ingreso de sesenta libras.
—Yo podría hacerlo con una cantidad muy inferior a esa, señor Holmes, pero ya comprenderá que, mientras viva en casa, no deseo ser una carga para ellos, y son ellos quienes invierten mi dinero. Naturalmente, eso ocurre solo por ahora. El señor Windibank es quien cobra todos los trimestres mis intereses, él se los entrega a mi madre y yo me las arreglo muy bien con lo que gano escribiendo a máquina. Me pagan dos peniques por hoja, y hay muchos días en que escribo de quince a veinte hojas.
—Me ha expuesto usted su situación con toda claridad —le dijo Holmes—. Este señor es mi amigo el doctor Watson, y usted puede hablar en su presencia con la misma franqueza que delante de mí. Tenga, pues, la bondad de contarnos todo lo referente a sus relaciones con el señor Hosmer Angel.
La cara de la señorita Sutherland se cubrió de rubor, y sus dedos empezaron a pellizcar nerviosamente la orla de su chaqueta.
—Lo conocí en el baile de los gasistas —nos dijo—. Acostumbraban enviar entradas a mi padre cuando estaba en vida y siguieron acordándose de nosotros, enviándoselas a mi madre. El señor Windibank no quiso ir, nunca quería ir con nosotras a ninguna parte. Bastaba para sacarlo de sus casillas el que yo manifestase deseos de ir, aunque solo fuese a una fiesta de escuela dominical. Sin embargo, en aquella ocasión me empeñé en ir, y dije que iría porque ¿qué derecho tenía él a impedírmelo? Afirmó que la gente que acudiría no era como para que nosotros alternásemos con ella, siendo así que se hallarían presentes todos los amigos de mi padre. Aseguró también que yo no tenía vestido decente, aunque disponía del de terciopelo color púrpura, que ni siquiera había sacado hasta entonces del cajón. Finalmente, viendo que no se salía con la suya, marchó a Francia para negocios de su firma, y nosotras, mi madre y yo, fuimos al baile, acompañadas del señor Hardy, el que había sido nuestro encargado, y allí me presentaron al señor Hosmer Angel.
—Me imagino —dijo Holmes— que, cuando el señor Windibank regresó de Francia, se molestó muchísimo porque ustedes hubiesen ido al baile.
—Pues, verá usted, lo tomó muy bien. Recuerdo que se echó a reír, se encogió de hombros, y afirmó que era inútil negarle nada a una mujer, porque esta se salía siempre con la suya.
—Comprendo. De modo que en el baile de los gasistas conoció usted a un caballero llamado Hosmer Angel.
—Sí, señor. Lo conocí esa noche, y al día siguiente nos visitó para preguntar si habíamos regresado bien a casa. Después de eso nos vimos con él, es decir, señor Holmes, me vi yo con él dos veces que salimos de paseo, pero mi padre regresó a casa, y el señor Hosmer Angel ya no pudo venir de visita.
—¿No?
—Verá usted, mi padre no quiso ni oír hablar de semejante cosa. No le gustaba recibir visitas, si podía evitarlas, y acostumbraba decir que la mujer debería ser feliz dentro de su propio círculo familiar. Pero, como yo le decía a mi madre, la mujer necesita empezar por crearse su propio círculo, cosa que yo no había conseguido todavía.
—¿Y qué fue del señor Hosmer Angel? ¿No hizo intento alguno para verse con usted?
—Pues verá, mi padre iba a marchar a Francia otra vez una semana más tarde, y Hosmer me escribió diciendo que sería mejor y más seguro que no nos viésemos hasta que hubiese emprendido viaje. Mientras tanto, podíamos escribirnos, y él lo hacía diariamente. Yo recibía las cartas por la mañana, de modo que no había necesidad de que mi padre se enterase.
—¿Estaba usted ya entonces comprometida a casarse con ese caballero?
—Claro que sí, señor Holmes. Nos prometimos después del primer paseo que dimos juntos. Hosmer, el señor Angel, era cajero en unas oficinas de Leadenhall Street, y...
—¿En qué oficinas?
—Eso es lo peor del caso, señor Holmes, que lo ignoro.
—¿Dónde residía en aquel entonces?
—Dormía en el mismo local de las oficinas.
—¿Y no tiene usted su dirección?
—No, fuera de que estaban en Leadenhall Street.
—¿Y adónde, pues, le dirigía usted sus cartas?
—A la oficina de Correos de Leadenhall, para ser retiradas personalmente. Me dijo que si se las enviaba a las oficinas, los demás escribientes le embromarían por recibir cartas de una dama; me ofrecí, pues, a escribírselas a máquina, igual que hacía él con las suyas, pero no quiso aceptarlo, afirmando que cuando eran de mi puño y letra le producían, en efecto, la impresión de que procedían de mí, pero que si se las escribía a máquina le daban la sensación de que esta se interponía entre él y yo. Por ese detalle podrá usted ver, señor Holmes, cuánto me quería, y en qué insignificancias se fijaba.
—Sí, eso fue muy sugestivo —dijo Holmes—. Desde hace mucho tiempo tengo yo por axioma el de que las cosas pequeñas son infinitamente las más importantes. ¿No recuerda usted algunas otras pequeñeces referentes al señor Hosmer Angel?
—Era un hombre muy tímido, señor Holmes. Prefería pasearse conmigo ya oscurecido, y no durante el día, afirmando que le repugnaba que se fijasen en él. Sí, era muy retraído y muy caballeroso. Hasta su voz tenía un timbre muy meloso. Siendo joven sufrió, según me dijo, de anginas e hinchazón de las glándulas, y desde entonces le quedó la garganta débil y una manera de hablar vacilante y como si se expresara cuchicheando. Vestía siempre muy bien, con mucha pulcritud y sencillez, pero padecía lo mismo que yo, debilidad de la vista, y usaba cristales de color para defenderse de la luz.
—¿Y qué ocurrió cuando regresó a Francia su padrastro el señor Windibank?
—El señor Hosmer Angel volvió de visita a nuestra casa, y propuso que nos casásemos antes del regreso de mi padre. Tenía una prisa terrible y me hizo jurar, con las manos sobre los Evangelios, que ocurriese lo que ocurriese, le sería siempre fiel. Mi madre dijo que tenía razón en pedirme ese juramento, y que con ello demostraba la pasión que sentía por mí. Mi madre se puso desde el primer momento de su parte, y mostraba por él incluso mayor simpatía que yo. Pero cuando empezaron a hablar de celebrar la boda aquella misma semana, empecé yo a preguntar qué pensaría mi padre, pero los dos me dijeron que no me preocupase por él, que ya se lo diríamos después, y mi madre afirmó que ella lo conformaría. Señor Holmes, eso no me gustó del todo. Me producía un efecto raro el tener que solicitar su autorización, siendo como era muy poco más viejo que yo, pero no quise hacer nada a escondidas y escribí a mi padre a Burdeos, donde la compañía en que trabaja tiene СКАЧАТЬ