Obras completas de Sherlock Holmes. Arthur Conan Doyle
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Название: Obras completas de Sherlock Holmes

Автор: Arthur Conan Doyle

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección Oro

isbn: 9788418211201

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СКАЧАТЬ está a salvo, aunque, por lo que veo, se han quedado ustedes con las colas de su chaqueta.

      —Le esperan tres hombres a la puerta —le dijo Holmes.

      —¿Ah, sí? Por lo visto no se le ha escapado a usted detalle. Le felicito.

      —Y yo a usted —le contestó Holmes—. Su idea de los pelirrojos tuvo gran novedad y eficacia.

      —En seguida va usted a encontrarse con su compinche —dijo Jones—. Es más ágil que yo descolgándose por los agujeros. Alargue las manos mientras le coloco las esposas.

      —Haga el favor de no tocarme con sus manos sucias —comentó el preso, en el momento en que se oyó el clic de las esposas al cerrarse—. Quizá ignore que corre por mis venas sangre real. Tenga también la amabilidad de darme el tratamiento de señor y de pedirme las cosas por favor.

      —Perfectamente —dijo Jones, abriendo los ojos y con una risita—. ¿Se digna, señor, caminar escaleras arriba, para que podamos llamar a un coche y conducir a su alteza hasta la comisaría?

      —Así está mejor —contestó John Clay serenamente. Nos saludó a los tres con una gran inclinación cortesana y salió de allí tranquilo, custodiado por el detective.

      —Señor Holmes —dijo el señor Merryweather mientras íbamos tras ellos, después de salir de la bodega—, yo no sé cómo podrá el banco agradecérselo y recompensárselo. No cabe duda de que usted ha sabido descubrir y desbaratar del modo más completo una de las tentativas más audaces de robo de bancos que he conocido.

      —Tenía mis pequeñas cuentas que saldar con el señor John Clay —contestó Holmes—. El asunto me ha ocasionado algunos pequeños gastos que espero que el banco me reembolsará. Fuera de eso, estoy ampliamente recompensado con esta experiencia, que es en muchos aspectos única, y con haberme podido enterar del extraordinario relato de la Liga de los Pelirrojos.

      Ya de mañana, sentado frente a sendos vasos de whisky con soda en Baker Street, me explicó Holmes:

      —Comprenda usted, Watson: resultaba evidente desde el principio que la única finalidad posible de ese fantástico negocio del anuncio de la Liga y del copiar la Enciclopedia, tenía que ser el alejar durante un número determinado de horas todos los días a este prestamista, que tiene muy poco de listo. El medio fue muy raro, pero la verdad es que habría sido difícil inventar otro mejor. Con seguridad fue el color del pelo de su cómplice lo que sugirió la idea al cerebro ingenioso de Clay. Las cuatro libras semanales eran un señuelo que forzosamente tenía que atraerlo, ¿y qué suponía eso para ellos, que se jugaban en el asunto muchos millares? Ponen el anuncio, uno de los granujas alquila temporalmente la oficina y el otro incita al prestamista a que se presente a solicitar el empleo, y entre los dos se las arreglan para conseguir que esté ausente todos los días laborables. Desde que me enteré de que el empleado trabajaba a mitad de sueldo, vi con claridad que tenía algún motivo importante para ocupar aquel empleo.

      —¿Y cómo llegó usted a adivinar este motivo?

      —Si en la casa hubiese habido mujeres, habría sospechado que se trataba de un vulgar enredo amoroso. Pero no había que pensar en ello. El negocio que el prestamista hacía era pequeño, y no había nada dentro de la casa que pudiera explicar una preparación tan complicada y un desembolso como el que estaban haciendo. Por consiguiente, era por fuerza algo que estaba fuera de la casa. ¿Qué podía ser? Me dio en qué pensar la afición del empleado a la fotografía, y el truco suyo de desaparecer en la bodega... ¡La bodega! En ella estaba uno de los extremos de la complicada madeja. Pregunté detalles acerca del misterioso empleado, y me encontré con que tenía que habérmelas con uno de los criminales más calculadores y audaces de Londres. Este hombre estaba realizando en la bodega algún trabajo que le exigía varias horas todos los días, y esto por espacio de meses. ¿Qué puede ser?, volví a preguntarme. No me quedaba sino pensar que estaba abriendo un túnel que desembocaría en algún otro edificio.

      —A ese punto había llegado cuando fui a visitar el lugar de la acción. Lo sorprendí a usted cuando golpeé el suelo con mi bastón. Lo que yo buscaba era descubrir si la bodega se extendía hacia la parte delantera o hacia la parte posterior. No daba a la parte delantera. Tiré entonces de la campanilla y acudió, como yo esperaba, el empleado. Él y yo hemos librado algunas escaramuzas, pero nunca nos habíamos visto. Apenas si me fijé en su cara. Lo que yo deseaba ver eran sus rodillas. Usted mismo debió de fijarse en lo desgastadas y llenas de arrugas y de manchas que estaban. Pregonaban las horas que se había pasado socavando el agujero. Ya solo quedaba por determinar hacia dónde lo abrían. Doblé la esquina, me fijé en que el City and Suburban Bank daba al local de nuestro amigo, y tuve la sensación de haber resuelto el problema. Mientras usted, después del concierto, marchó en coche a su casa, yo me fui de visita a Scotland Yard y a casa del presidente del directorio del banco, con el resultado que usted ha visto.

      —¿Y cómo supo que realizarían esta noche su tentativa? —pregunté.

      —Pues bien: al cerrar las oficinas de la Liga daban con ello a entender que ya les tenía sin cuidado la presencia del señor Jabez Wilson, en otras palabras, que habían terminado su túnel. Pero resultaba fundamental que lo aprovechasen pronto, ante la posibilidad de que fuese descubierto, o el oro trasladado a otro sitio. Les convenía el sábado, mejor que otro día cualquiera, porque les proporcionaba dos días para huir. Por todas esas razones yo creí que vendrían esta noche.

      —Hizo usted sus deducciones magníficamente —exclamé con admiración sincera—. La cadena es larga, sin embargo, todos sus eslabones suenan a cosa cierta.

      —Me libró de mi fastidio —contestó Holmes, bostezando—. Por desgracia, ya estoy sintiendo que otra vez se apodera de mí. Mi vida se desarrolla en un largo esfuerzo para huir de las vulgaridades de la existencia. Estos pequeños problemas me ayudan a conseguirlo.

      —Y es usted un benefactor de la raza humana —le dije yo.

      Holmes se encogió de hombros, y contestó a modo de comentario:

      —Pues bien: a fin de cuentas, quizá tengan alguna pequeña utilidad. L’homme c’est rien, l’ouvre c’est tout, según escribió Gustave Flaubert a George Sand.

      Un caso de identidad

      —Mi querido amigo —dijo Sherlock Holmes estando él y yo sentados al lado de la chimenea, en sus habitaciones de Baker Street—, la vida es infinitamente más extraña que todo cuanto la mente del hombre podría imaginar. No osaríamos concebir ciertas cosas que resultan verdaderos lugares comunes de la existencia. Si nos fuera posible salir volando por esa ventana agarrados de la mano, revolotear por encima de esta gran ciudad, levantar suavemente los techos, y asomarnos a ver las cosas raras que ocurren, las coincidencias extrañas, los proyectos, los contraproyectos, los asombrosos encadenamientos de circunstancias que ocurren a través de las generaciones y desembocan en los resultados más outré, nos resultarían por demás triviales e infructíferas todas las obras de ficción, con sus convencionalismos y con sus conclusiones previstas de antemano.

      —Pues yo no estoy convencido de ello —contesté—. Los casos que salen a la luz en los periódicos son, por regla general, bastante sosos y vulgares. En nuestros informes policíacos nos encontramos con el realismo llevado a sus últimos límites pero, a pesar de ello, el resultado, es preciso confesarlo, no es ni fascinador ni artístico.

      —Se requiere cierta dosis de selección y de discreción al exhibir un efecto realista —comentó Holmes—. Esto se echa de menos en los informes de la policía, en los que es más probable ver subrayadas las vulgaridades del magistrado que los detalles СКАЧАТЬ