Obras completas de Sherlock Holmes. Arthur Conan Doyle
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Название: Obras completas de Sherlock Holmes

Автор: Arthur Conan Doyle

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección Oro

isbn: 9788418211201

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СКАЧАТЬ manchas parduscas. ¿Son manchas de sangre, de barro, de roña, de fruta o de qué? He ahí la pregunta que ha dejado sumido en el desconcierto a más de un técnico. ¿Por qué? Pues porque no se dispone de una prueba demostrativa segura. De hoy en adelante, disponemos ya de la prueba de Sherlock Holmes, y no habrá ninguna dificultad.

      Le brillaban los ojos al hablar, puso la palma de la mano sobre su corazón y se inclinó igual que si correspondiera a los aplausos de una multitud surgida al conjuro de su imaginación.

      —Usted merece que se le felicite —fue la observación que yo hice, muy sorprendido ante aquel entusiasmo suyo.

      —¿Recuerda el año pasado en Fráncfort el caso de Von Bischoff? Si hubiera existido esta prueba, le habrían ahorcado, con toda seguridad. Hemos tenido también el de Mason, de Bradford, y el tan famoso de Muller y Lefévre, de Montpellier, y el de Samson, de Nueva Orleans. Podría citar una veintena de casos en los que hubiera sido determinante.

      —Parece usted un calendario viviente del crimen —dijo Stamford sonriendo—. Podría iniciar una publicación siguiendo esa línea general y titularla Noticiario policíaco de antaño.

      —Puede ser una lectura muy interesante —hizo notar Sherlock Holmes pegando un pedacito de parche sobre el pinchazo del dedo. Luego se volvió sonriente hacia mí—. Es necesario que yo tenga cuidado, porque manejo venenos con mucha frecuencia.

      Extendió la mano al mismo tiempo que hablaba, y pude ver que la tenía moteada de otros parchecitos parecidos y descolorida por efecto de ácidos fuertes.

      —Hemos venido a hablar de un negocio —dijo Stamford, sentándose en un elevado taburete de tres patas, y empujando otro hacia mí con el pie—. Este amigo mío anda buscando donde hospedarse; y como usted se quejaba de no encontrar quien quisiera alquilar un piso a medias con usted, pensé que lo mejor que podía hacer era ponerlos en contacto a los dos.

      A Sherlock Holmes pareció agradarle la idea de compartir sus habitaciones conmigo, y advirtió:

      —Tengo echado el ojo a un piso en Baker Street que nos vendría que ni pintado. No le molesta el humo del tabaco fuerte, ¿verdad?

      —Yo mismo no fumo de otro —le contesté.

      —Hasta ahí vamos bastante bien. Por lo general, yo acostumbro a tener a mano sustancias químicas, y de cuando en cuando realizo experimentos. ¿Le molestaría eso?

      —¡Para nada!

      —A ver... ¿Qué otras desventajas tengo? Hay veces que me entra la morriña, y me paso días y días sin despegar los labios. Cuando eso me ocurre no debe usted tomarme por un individuo huraño. Déjeme a solas conmigo mismo, que se me pasa pronto. Y ahora, ¿tiene usted algo qué confesar? Cuando dos personas van a empezar a vivir juntas es conveniente que sepan mutuamente lo que consideran peor de cada una de ellas.

      Me hizo reír semejante interrogatorio, y dije:

      —Tengo un perro cachorro, me molestan los estrépitos, porque mi sistema nervioso está quebrantado, me levanto de la cama a las horas más absurdas e irregulares, y soy de lo más perezoso que se pueda ser. Cuando gozo de buena salud, mi surtido de defectos es variado; pero los que acabo de indicar son los principales que tengo en la actualidad.

      —¿Incluye usted el tocar el violín en la categoría estrepitosa? —preguntó Sherlock Holmes ansiosamente.

      —Eso depende del violinista —le respondí—. El violín tocado por buenas manos es placer de dioses, pero cuando se toca mal...

      —Entonces no hay ningún problema —exclamó alegremente—. Creo que podemos cerrar el negocio; es decir, si le parece bien el lugar.

      —¿Cuándo podemos visitarlo?

      —Venga mañana al mediodía por mí, vamos los dos y lo acordamos —me dijo.

      —Muy bien. Al mediodía entonces —le contesté, y le apreté la mano.

      Nos retiramos y fuimos andando hasta mi hotel, dejándole trabajar entre sus productos químicos.

      —Por cierto —pregunté súbitamente, quedándome quieto y girándome hacia Stamford—. Tengo curiosidad de algo. ¿Cómo es que sabía que yo venía del conflicto de Afganistán?

      Entonces mi acompañante sonrió de forma misteriosa y me dijo:

      —Precisamente ahí tiene usted el detalle singular de Sherlock Holmes. Son muchísimas las personas que se han preguntado cómo se las arregla para descubrir las cosas.

      —¡Vaya! Entonces se trata de un misterio, ¿verdad? —exclamé, frotándome las manos—. Esto resulta muy intrigante. Le estoy muy agradecido por habernos puesto en relación. Ya sabe usted aquello que “el verdadero tema de estudio para la humanidad es el hombre”.

      —Entonces dedíquese a estudiar a su amigo —dijo Stamford despidiéndose—. Aunque será un problema bastante peliagudo. Él investigará más de usted que usted de él, se lo aseguro. Hasta luego.

      —Hasta luego —le dije. Me fui caminando tranquilo hacia mi hotel, intrigado y muy interesado en el hombre que había conocido.

      Capítulo II:

      La ciencia de la deducción

      Tal cual habíamos acordado, nos vimos al mediodía y fuimos juntos a ver el piso 221 B de la calle Baker, que habíamos conversado previamente. Eran dos dormitorios grandes y un cuarto de estar, amplio e iluminado por dos espaciosas ventanas, amueblado bastante bien y ventilado. Tan provocador me resultaba el apartamento, y tan justo su precio entre los dos, que cerramos trato en el acto y fue nuestro desde aquel momento. Al atardecer de aquel mismo día trasladé todas mis cosas desde el hotel, y a la mañana siguiente estaba allí Sherlock Holmes con varios cajones y maletas. Pasamos uno o dos días muy atareados en desempaquetar los objetos de nuestra propiedad y en colocarlos de la mejor manera posible. Una vez hecho esto, fuimos poco a poco asentándonos y amoldándonos a nuestro espacio.

      En verdad era fácil convivir con Holmes. Era hombre de maneras apacibles y de costumbres regulares. Era extraño el que permaneciese sin acostarse después de las diez de la noche, y para cuando yo me levantaba por la mañana, él ya había desayunado y marchado a la calle. En muchas ocasiones se pasaba el día en el laboratorio de química; otras veces, en las salas de disección, y de vez en cuando en largas caminatas que lo llevaban, al parecer, a los barrios más bajos de la ciudad. Cuando le acometían los accesos de trabajo, no había nada capaz de sobrepasarle en energía; pero de tanto en tanto se apoderaba de él una reacción y se pasaba los días enteros tumbado en el sofá del cuarto de estar, sin apenas pronunciar una palabra o mover un músculo desde la mañana hasta la noche. En esos momentos advertía yo en sus ojos una mirada tan perdida e inexpresiva que, si la templanza y la decencia de toda su vida no me lo hubiesen vedado, quizá yo habría sospechado que mi compañero era un consumidor habitual de algún estupefaciente.

      Su forma de ser y su apariencia externa eran como para llamar la atención hasta del más descuidado. Su estatura rondaba los dos metros, y era tan extraordinariamente enjuto que producía la impresión de ser aún más alto. Tenía la mirada aguda y penetrante, fuera de los intervalos de sopor a los que antes me he referido; y su nariz, fina y aguileña, daba al conjunto de sus facciones un aire de viveza y de resolución. También su quijada delataba al hombre de voluntad, por lo grande y cuadrada. Aunque sus manos tenían siempre rastros de tinta y manchas de productos СКАЧАТЬ