Obras completas de Sherlock Holmes. Arthur Conan Doyle
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Название: Obras completas de Sherlock Holmes

Автор: Arthur Conan Doyle

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección Oro

isbn: 9788418211201

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СКАЧАТЬ verdad, me parece innecesario instalar aquí un llamador tan bonito. Excúseme unos minutos, mientras examino el suelo.

      Se tumbó boca abajo en el suelo, con la lupa en la mano, y se arrastró velozmente de un lado a otro, inspeccionando atentamente las rendijas del entarimado. A continuación, hizo lo mismo con las tablas de madera que cubrían las paredes. Por último, se acercó a la cama y permaneció algún tiempo mirándola fijamente y examinando la pared de arriba a abajo. Para terminar, agarró el cordón de la campanilla y dio un fuerte tirón.

      —¡Caramba, es simulado! —exclamó.

      —¿Cómo? ¿No suena?

      —No, ni siquiera está conectado a un cable. Esto es muy interesante. Fíjese en que está conectado a un gancho justo por encima del orificio de ventilación.

      —¡Qué absurdo! ¡Jamás me había fijado!

      —Es muy extraño —murmuró Holmes, tirando del cordón—. Esta habitación tiene uno o dos detalles muy curiosos. Por ejemplo, el constructor tenía que ser un estúpido para abrir un orificio de ventilación que da a otra habitación, cuando, con el mismo esfuerzo, podría haberlo hecho comunicar con el aire libre.

      —Eso también es bastante moderno —dijo la señorita.

      —Más o menos, de la misma época que el llamador —aventuró Holmes.

      —Sí, por entonces se hicieron varias pequeñas reformas.

      —Y todas parecen de lo más interesantes... cordones de campanilla sin campanilla y orificios de ventilación que no ventilan. Con su permiso, señorita Stoner, proseguiremos nuestras investigaciones en la habitación de más adentro.

      La alcoba del doctor Grimesby Roylott era más grande que la de su hijastra, pero su mobiliario era igual de escueto. Una cama turca, una pequeña estantería de madera llena de libros, en su mayoría de carácter técnico, una butaca junto a la cama, una vulgar silla de madera arrimada a la pared, una mesa camilla y una gran caja fuerte de hierro eran los principales objetos que saltaban a la vista. Holmes recorrió despacio la habitación, examinándolos todos con el más vivo interés.

      —¿Qué hay aquí? —preguntó, golpeando con los nudillos la caja fuerte.

      —Papeles de negocios de mi padrastro.

      —Entonces es que ha mirado usted dentro.

      —Solo una vez, hace años. Recuerdo que estaba llena de papeles.

      —¿Y no podría haber, por ejemplo, un gato?

      —No. ¡Qué idea tan extraña!

      —Pues fíjese en esto —y mostró un platillo de leche que había encima de la caja.

      —No, gato no tenemos, pero sí que hay un guepardo y un babuino.

      —¡Ah, sí, claro! Al fin y al cabo, un guepardo no es más que un gato grandote, pero me atrevería a decir que con un platito de leche no bastaría, ni mucho menos, para satisfacer sus necesidades. Hay una cosa que quiero comprobar.

      Se agachó ante la silla de madera y examinó el asiento con la mayor atención.

      —Gracias. Esto queda claro —dijo levantándose y metiéndose la lupa en el bolsillo—. ¡Vaya! ¡Aquí hay algo muy interesante!

      El objeto que le había llamado la atención era un pequeño látigo para perros que colgaba de una esquina de la cama. Su extremo estaba atado formando un lazo corredizo.

      —¿Qué le sugiere a usted esto, Watson?

      —Es un látigo común y corriente. Aunque no sé por qué tiene este nudo.

      —Eso no es tan corriente, ¿eh? ¡Ay, Watson! Vivimos en un mundo malvado, y cuando un hombre inteligente dedica su talento al crimen, se vuelve aún peor. Creo que ya he visto suficiente, señorita Stoner, y, con su permiso, daremos un paseo por el jardín.

      Jamás había visto a mi amigo con un rostro tan sombrío y un ceño tan fruncido como cuando nos retiramos del escenario de la investigación. Habíamos recorrido el jardín varias veces de arriba abajo, sin que ni la señorita Stoner ni yo nos atreviéramos a interrumpir el curso de sus pensamientos, cuando al fin Holmes salió de su ensimismamiento.

      —Es absolutamente esencial, señorita Stoner —dijo—, que siga usted mis instrucciones al pie de la letra en todos los aspectos.

      —Le aseguro que así lo haré.

      —La situación es demasiado grave como para andarse con vacilaciones. Su vida depende de que haga lo que le digo.

      —Vuelvo a decirle que estoy en sus manos.

      —Para empezar, mi amigo y yo tendremos que pasar la noche en su habitación.

      Tanto la señorita Stoner como yo le miramos asombrados.

      —Sí, es preciso. Deje que le explique. Aquello de allá creo que es la posada del pueblo, ¿no?

      —Sí, el Crown.

      —Muy bien. ¿Se verán desde allí sus ventanas?

      —Desde luego.

      —En cuanto regrese su padrastro, usted se retirará a su habitación, alegando un dolor de cabeza. Y cuando oiga que él también se retira a la suya, tiene usted que abrir la ventana, alzar el cierre, colocar un candil que nos sirva de señal y, a continuación, trasladarse con todo lo que vaya a necesitar a la habitación que ocupaba antes. Estoy seguro de que, a pesar de las reparaciones, podrá arreglárselas para pasar allí una noche.

      —Oh, sí, sin problemas.

      —El resto, déjelo en nuestras manos.

      —Pero ¿qué van a hacer ustedes?

      —Vamos a pasar la noche en su habitación e investigar la causa de ese sonido que la ha estado molestando.

      —Me parece, señor Holmes, que ya ha llegado usted a una conclusión —dijo la señorita Stoner, posando su mano sobre el brazo de mi compañero.

      —Es posible.

      —Entonces, por compasión, dígame qué ocasionó la muerte de mi hermana.

      —Prefiero tener pruebas más terminantes antes de hablar.

      —Al menos, podrá decirme si mi opinión es acertada, y murió de un susto.

      —No, no lo creo. Creo que es probable que existiera una causa más tangible. Y ahora, señorita Stoner, tenemos que dejarla, porque si regresara el doctor Roylott y nos viera, nuestro viaje habría sido en vano. Adiós, y sea valiente, porque si hace lo que le he dicho puede estar segura de que no tardaremos en librarla de los peligros que la amenazan.

      Sherlock Holmes y yo no tuvimos dificultades para alquilar una alcoba con sala de estar en el Crown. Las habitaciones se encontraban en la planta superior, y desde nuestra ventana gozábamos de una espléndida vista de la entrada a la avenida y del ala deshabitada СКАЧАТЬ