Название: Obras completas de Sherlock Holmes
Автор: Arthur Conan Doyle
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Colección Oro
isbn: 9788418211201
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—Es un hombre duro —dijo—, y seguramente no se da cuenta de su propia fuerza.
Se produjo un largo silencio, durante el cual Holmes apoyó el mentón en las manos y permaneció con la mirada fija en el fuego crepitante.
—Es un asunto muy complicado —dijo por fin—. Hay mil detalles que me gustaría conocer antes de decidir nuestro plan de acción, pero no podemos perder un solo instante. Si nos desplazáramos hoy mismo a Stoke Moran, ¿nos sería posible ver esas habitaciones sin que se enterase su padrastro?
—Precisamente dijo que hoy tenía que venir a Londres para algún asunto importante. Es probable que esté ausente todo el día y que pueda usted actuar sin estorbos. Tenemos una sirvienta, pero es vieja y estúpida, y no me será difícil quitarla de en medio.
—Excelente. ¿Tiene algo en contra de este viaje, Watson?
—Nada en absoluto.
—Entonces, iremos los dos. Y usted, ¿qué va a hacer?
—Ya que estoy en Londres, hay un par de cosillas que me gustaría hacer. Pero pienso volver en el tren de las doce, para estar allí cuando ustedes lleguen.
—Puede esperarnos a primera hora de la tarde. Yo también tengo un par de asuntillos que atender. ¿No quiere quedarse a desayunar?
—No, tengo que irme. Me siento ya más aliviada desde que le he confiado mi problema. Espero volverle a ver esta tarde —dejó caer el tupido velo negro sobre su rostro y se deslizó fuera de la habitación.
—¿Qué le parece todo esto, Watson? —preguntó Sherlock Holmes recostándose en su butaca.
—Me parece un asunto de lo más turbio y siniestro.
—Turbio y siniestro a no poder más.
—Sin embargo, si la señorita tiene razón al afirmar que las paredes y el suelo son sólidos, y que la puerta, ventanas y chimenea son infranqueables, no cabe duda de que la hermana tenía que encontrarse sola cuando encontró la muerte de manera tan misteriosa.
—¿Y qué me dice entonces de los silbidos nocturnos y de las intrigantes palabras de la mujer moribunda?
—No se me ocurre nada.
—Si combinamos los silbidos en la noche, la presencia de una banda de gitanos que cuentan con la amistad del viejo doctor, el hecho de que tenemos razones de sobra para creer que el doctor está muy interesado en impedir la boda de su hijastra, la alusión a una banda por parte de la moribunda, el hecho de que la señorita Helen Stoner oyera un golpe metálico, que pudo haber sido producido por una de esas barras de metal que cierran los postigos al caer de nuevo en su sitio, me parece que hay una buena base para pensar que podemos aclarar el misterio siguiendo esas líneas.
—Pero ¿qué es lo que han hecho los gitanos?
—No tengo ni idea.
—Encuentro muchas objeciones a esa teoría.
—También yo. Precisamente por esa razón vamos a ir hoy a Stoke Moran. Quiero comprobar si las objeciones son definitivas o se les puede encontrar una explicación. Pero... ¿qué demonios...?
Lo que había provocado semejante exclamación de mi compañero fue el hecho de que nuestra puerta se abriera de golpe y un hombre gigantesco apareciera en el marco. Sus ropas eran una curiosa mezcla de lo profesional y lo agrícola: llevaba un sombrero negro de copa, una levita con faldones largos y un par de polainas altas, y hacía oscilar en la mano un látigo de caza. Era tan alto que su sombrero rozaba el montante de la puerta, y tan ancho que la llenaba de lado a lado. Su rostro amplio, surcado por mil arrugas, tostado por el sol hasta adquirir un matiz amarillento y marcado por todas las malas pasiones, se volvía alternativamente de uno a otro de nosotros, mientras sus ojos, hundidos y biliosos, y su nariz alta y huesuda, le daban cierto parecido grotesco con un ave de presa, vieja y feroz.
—¿Quién de ustedes es Holmes? —preguntó la aparición.
—Ese es mi nombre, señor, pero me lleva usted ventaja —respondió mi compañero muy tranquilo.
—Soy el doctor Grimesby Roylott, de Stoke Moran.
—Ah, ya —dijo Holmes—. Por favor, tome asiento,doctor.
—No me da la gana. Mi hijastra ha estado aquí. La he seguido. ¿Qué le ha estado contando?
—Hace algo de frío para esta época del año —dijo Holmes.
—¿Qué le ha contado? —gritó el viejo, enfurecido.
—Sin embargo, he oído que la cosecha de azafrán se presenta muy prometedora —continuó mi compañero, imperturbable.
—¡Ja! Conque se desentiende de mí, ¿eh? —dijo nuestra nueva visita, dando un paso adelante y esgrimiendo su látigo de caza—. Ya le conozco, granuja. He oído hablar de usted. Usted es Holmes, el entrometido.
Mi amigo sonrió.
—¡Holmes, el metomentodo!
La sonrisa se ensanchó.
—¡Holmes, el correveidile de Scotland Yard!
Holmes soltó una risita cordial.
—Su conversación es de lo más amena —dijo—. Cuando se vaya, cierre la puerta, porque hay una cierta corriente.
—Me iré cuando haya dicho lo que tengo que decir. No se atreva a meterse en mis asuntos. Me consta que la señorita Stoner ha estado aquí. La he seguido. Soy un hombre peligroso para quien me fastidia. ¡Fíjese!
Dio un rápido paso adelante, cogió el atizador del fuego y lo curvó con sus enormes manazas morenas.
—¡Procure mantenerse fuera de mi alcance! —rugió. Y arrojando el hierro doblado a la chimenea, salió de la habitación a grandes zancadas.
—Parece una persona muy simpática —dijo Holmes, echándose a reír—. Yo no tengo su corpulencia, pero si se hubiera quedado le habría podido demostrar que mis manos no son mucho más débiles que las suyas —y diciendo esto, recogió el atizador de hierro y con un súbito esfuerzo volvió a enderezarlo—. ¡Pensar que ha tenido la insolencia de confundirme con el cuerpo oficial de policía! No obstante, este incidente añade interés personal a la investigación, y solo espero que nuestra amiga no sufra las consecuencias de su imprudencia al dejar que esa bestia le siguiera los pasos. Y ahora, Watson, pediremos el desayuno y después daré un paseo hasta Doctors’ Commons, donde espero obtener algunos datos que nos ayuden en nuestra tarea.
Era casi la una cuando Holmes regresó de su excursión. Traía en la mano una hoja de papel azul, repleta de cifras y anotaciones.
—He visto el testamento de la esposa fallecida —dijo—. Para determinar el valor exacto, me he visto obligado a averiguar los precios actuales de las inversiones que en él figuran. La renta total, que en la época en que murió la esposa era casi de 1.100 libras, en la actualidad, debido al descenso de los precios agrícolas, no pasa de las 750. En caso de contraer matrimonio, cada hija puede reclamar una renta de 250. Es evidente, por lo tanto, que si las dos chicas se hubieran casado, este СКАЧАТЬ