Novelas completas. Jane Austen
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Читать онлайн книгу Novelas completas - Jane Austen страница 40

Название: Novelas completas

Автор: Jane Austen

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección Oro

isbn: 9788418211188

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      El señor y la señora Palmer formaban parte de la concurrencia; el primero, al que no habían visto antes desde su llegada a la ciudad dado que él evitaba minuciosamente cualquier apariencia de atención hacia su suegra y así jamás se le acercaba, no dio ninguna señal de haberlas reconocido al entrar. Las miró apenas, sin parecer saber quiénes eran, y a la señora Jennings le dirigió una somera inclinación de cabeza desde el otro lado de la habitación. Marianne echó una mirada a su alrededor no bien entró; fue suficiente: él no estaba ahí... y después se sentó, tan poco dispuesta a dejarse entretener como a entretener a los demás. Tras haber estado reunidos cerca de una hora, el señor Palmer se acercó distraídamente hacia las señoritas Dashwood para comunicarles su sorpresa de verlas en la ciudad, aunque era en su casa que el coronel Brandon había tenido la primera noticia de su llegada, y él mismo había dicho algo muy chocante al saber que iban a venir.

      —Creía que las dos estaban en Devonshire —les comunicó.

      —¿Sí? —contestó Elinor.

      —¿Cuándo van a volver?

      —No tenemos ni idea.

      Y así acabó la conversación.

      Jamás en toda su vida había estado Marianne tan poco deseosa de bailar como esa noche, y jamás el ejercicio la había fatigado tanto. Se quejó de ello cuando volvían a Berkeley Street.

      —Ya, ya —dijo la señora Jennings—, sabemos muy bien cuál es la causa; si una cierta persona a quien no nombraremos hubiera estado allí, no habría estado ni pizca de cansada; y para decir verdad, no fue muy cortés de su parte no haber venido a verla, después de haber sido invitado.

      —¡Invitado! —exclamó Marianne.

      —Así me lo ha dicho mi hija, lady Middleton, porque al parecer sir John se encontró con él en alguna parte esta mañana.

      Marianne no dijo nada más, pero pareció estar muy ofendida. Viéndola así y deseosa de hacer algo que pudiera contribuir a aliviar a su hermana, Elinor decidió escribirle a su madre al día siguiente, con la esperanza de despertar en ella alguna preocupación por la salud de Marianne y, de esta forma, conseguir que hiciera las averiguaciones tan largamente pospuestas; y su determinación se hizo más fuerte cuando en la mañana, después del desayuno, advirtió que Marianne le estaba escribiendo otra vez a Willoughby, pues no podía pensar que fuera a ninguna otra persona.

      Alrededor del mediodía, la señora Jennings salió sola por algunos encargos y Elinor comenzó de inmediato la carta, mientras Marianne, demasiado inquieta para concentrarse en ninguna ocupación, demasiado ansiosa para cualquier conversación, paseaba de una a otra ventana o se sentaba junto al fuego entregada a tristes pensamientos. Elinor puso gran esmero en su llamada a su madre, contándole todo lo que había pasado, sus sospechas sobre la inconstancia de Willoughby, y llamando a su deber y a su afecto la urgió a que exigiera de Marianne una explicación de su auténtica situación con respecto al joven.

      Casi no había terminado su carta cuando una llamada a la puerta anunció la llegada de un visitante, y al momento les dijeron que era el coronel Brandon. Marianne, que lo había visto desde la ventana y que en ese instante odiaba cualquier compañía, abandonó la habitación antes de que él entrara. Se veía el coronel más serio que de costumbre, y aunque manifestó satisfacción por encontrar a la señorita Dashwood sola, como si tuviera algo especial que decirle, se sentó durante un rato sin articular palabra. Elinor, convencida de que tenía algo que comunicarle que le concernía a su hermana, aguardó con impaciencia que él se sincerara. No era la primera vez que sentía el mismo tipo de certeza, pues más de una vez antes, iniciando su comentario con la observación “Su hermana no tiene buen aspecto hoy”, o “Su hermana tiene aspecto deprimido”, había parecido estar a punto de revelar, o de indagar, algo en particular acerca de ella. Tras un lapso de varios minutos, el coronel rompió el hielo preguntándole, en un tono que revelaba una cierta turbación, cuándo tendría que felicitarla por la adquisición de un hermano. Elinor no estaba preparada para tal pregunta, y al no tener una rápida respuesta, se vio obligada a recurrir al simple pero vulgar expediente de preguntarle a qué se refería. Él intentó sonreír al contestarle: “El compromiso de su hermana con el señor Willoughby es algo sabido por todos”.

      —No pueden saberlo todos —contestó Elinor—, porque su propia familia lo desconoce.

      Él pareció asombrarse, y le dijo:

      —Le ruego me disculpe, temo que mi pregunta haya estado fuera de lugar; pero no pensé que se quisiera mantener nada en secreto, puesto que se corresponden sin trabas y todos hablan de su boda.

      —¿Cómo es posible? ¿A quién se lo ha oído contar?

      —A muchos... a algunos a quienes usted no conoce, a otros que le son muy próximos: la señora Jennings, la señora Palmer y los Middleton. Pero incluso así no lo habría creído (porque cuando la mente no quiere admitirlo, siempre hallará algo en qué fundamentar sus dudas), si hoy no hubiera visto accidentalmente en manos del criado que me abrió, una carta dirigida al señor Willoughby, con letra de su hermana. Yo venía a preguntar, pero me convencí antes de poder plantear la pregunta. ¿Está todo ya resuelto por completo? ¿Es posible que...? Pero no tengo ningún derecho, y ninguna posibilidad de éxito. Perdóneme, señorita Dashwood. Creo que no ha sido correcto de mi parte decir tanto, pero no sé qué hacer y confío totalmente en su prudencia. Dígame que está todo, que cualquier intento... que, en suma, disimular, si es que el disimulo puede darse a estas alturas, es todo lo que queda.

      Estas palabras, que fueron para Elinor una tan directa confesión del amor del coronel por su hermana, la afectaron hondamente. En aquel instante no fue capaz de decir nada, y aun cuando recobró el ánimo, se debatió durante un breve tiempo intentando descubrir cuál sería la respuesta más idónea. El auténtico estado de las cosas entre Willoughby y su hermana le era tan desconocido, que al intentar explicarlo bien podía decir demasiado, o demasiado poco. Sin embargo, como estaba convencida de que el afecto de Marianne por Willoughby, sin importar cuál fuese el resultado de ese afecto, no dejaba al coronel Brandon esperanza alguna de triunfo, y al mismo tiempo deseaba protegerla de toda censura, después de pensarlo un rato decidió que sería más prudente y considerado decir más de lo que realmente creía o sabía. Admitió, entonces, que aunque ellos nunca le habían informado sobre qué tipo de relaciones tenían, a ella no le cabía duda alguna sobre su mutuo cariño y no le extrañaba saber que se escribían.

      El coronel la escuchó en religioso silencio, y al terminar ella de hablar, de inmediato se levantó de su asiento y tras decir con voz emocionada, “Le deseo a su hermana toda la felicidad del mundo; y a Willoughby, que luche por merecerla...”, se despidió y se fue.

      Esta conversación no logró dar sosiego a Elinor ni menguar la inquietud de su mente en relación con otros aspectos; al contrario, quedó con una triste impresión de la desdicha del coronel y ni siquiera pudo desear que esa infelicidad desapareciera, dada su angustia por que se diera el acontecimiento mismo que iba a ratificarlo.

      Capítulo XXVIII

      Nada ocurrió en los tres o cuatro días siguientes que hiciera a Elinor lamentar haber recurrido a su madre, pues Willoughby no se presentó ni escribió. Hacia el final de ese período, ella y su hermana debieron acompañar a lady Middleton a una fiesta, a la cual la señora Jennings no podía asistir por la indisposición de su hija menor; y para esta fiesta, Marianne, totalmente deprimida, sin preocuparse por su aspecto y como si le fuera indiferente ir o quedarse, se preparó sin una mirada de esperanza, sin una manifestación de alegría. Después del té se sentó junto a la chimenea de la sala hasta la llegada de lady Middleton, sin moverse СКАЧАТЬ