Название: Novelas completas
Автор: Jane Austen
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Colección Oro
isbn: 9788418211188
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También la señora Dashwood, en cuya mente la futura riqueza de Willoughby no había hecho generar especulación alguna alrededor de un posible matrimonio entre los jóvenes, se vio arrastrada antes de terminar la semana a poner en ello sus esperanzas y expectativas, y a felicitarse en secreto por haber ganado dos yernos como Edward y Willoughby.
La preferencia del coronel Brandon por Marianne, tan premonitoriamente descubierta por sus amigos, se hizo por primera vez perceptible a Elinor cuando ellos dejaron de advertirla. Comenzaron a dirigir su atención e ingenio a su más afortunado rival, y las burlas de que el primero había sido objeto antes de que se despertara en él interés particular alguno, dejaron de caer sobre él cuando sus sentimientos en verdad comenzaron a ser merecedores de esa chanza que con tanta justicia se vincula a la sensibilidad. Elinor se vio obligada, aunque en contra de su voluntad, a creer que los sentimientos que para su propia diversión la señora Jennings le había atribuido al coronel, ciertamente los había despertado su hermana; y que si una general afinidad entre ambos podía impulsar el afecto del señor Willoughby por Marianne, una igualmente notable oposición de caracteres no era freno al afecto del coronel Brandon. Veía esto con ansiedad, pues, ¿qué esperanzas podía tener un hombre retraído de treinta y cinco años frente a un joven lleno de vida de veinticinco? Y como ni siquiera podía desearlo vencedor, con todo el corazón lo deseaba indiferente. Le gustaba el coronel; a pesar de su gravedad y reserva, lo consideraba digno de interés. Sus modales, aunque serios, eran delicados, y su reserva parecía más el resultado de una cierta pesadumbre del espíritu que de un temperamento naturalmente taciturno. Sir John había dejado caer insinuaciones de pasadas heridas y desilusiones, que dieron pie a Elinor para creerlo un hombre desventurado y mirarlo con respeto y lástima.
Quizá lo compadecía y estimaba más por los desaires que recibía de Willoughby y Marianne, quienes, colocados en su contra por no ser ni vivaz ni joven, parecían decididos a menospreciar sus cualidades.
—Brandon es justamente el tipo de persona —afirmó Willoughby un día en que conversaban sobre él— de quien todos hablan bien y que no le interesa a nadie; a quien todos están contentos de ver, y con quien nadie se acuerda de hablar.
—Es exactamente lo que pienso de él —exclamó Marianne.
—Pero no hagan propaganda de ello —dijo Elinor—, porque en eso los dos son injustos. En Barton Park todos lo quieren sinceramente, y por mi parte jamás lo veo sin hacer todos los esfuerzos posibles para conversar con él.
—Que usted esté de su parte —replicó Willoughby— en verdad habla en favor del coronel; pero en lo que respecta al aprecio de los demás, ello constituye en sí mismo un reproche. ¿Quién querría someterse a la vergüenza de ser aprobado por mujeres como lady Middleton y la señora Jennings, algo que a cualquiera dejaría por completo impasible?
—Pero puede que el maltrato de gente como usted y Marianne se compense por el aprecio de lady Middleton y su madre. Si el elogio de estas es censura, la censura de ustedes puede ser elogio; porque la falta de juicio de ellas no es mayor que los prejuicios e injusticia de ustedes.
—Cuando sale en defensa de su protegido, puede ser hasta mordaz.
—Mi protegido, como usted lo llama, es un hombre cabal; y la cordura siempre me será atractiva. Sí, Marianne, incluso en un hombre entre los treinta y los cuarenta. Ha visto mucho del mundo, ha estado en el extranjero, ha leído y tiene una cabeza que piensa. He encontrado que puede ofrecerme mucha información sobre diversos temas, y siempre ha contestado a mis preguntas con la presteza que dan los buenos modales y el buen carácter.
—Lo que significa —exclamó Marianne burlándose— que te ha dicho que en las Indias Orientales el clima es cálido y que los mosquitos son un fastidio.
—Me lo habría dicho, no me cabe la menor duda, si yo lo hubiera preguntado; pero ocurre que son cosas de las cuales yo ya sabía.
—Quizá —dijo Willoughby— sus observaciones se hayan ampliado a la existencia de nababs, mohúres1 de oro y palanquines.
—Me atrevería a decir que sus observaciones han ido mucho más allá de su imparcialidad, señor Willoughby. Pero, ¿por qué le molesta?
—No me molesta. Al contrario, lo considero un hombre muy respetable, de quien todos hablan bien y en el cual nadie se fija; que tiene más dinero del que puede gastar, más tiempo del que sabe cómo utilizar, y dos abrigos nuevos cada año.
—A lo que se puede agregar —exclamó Marianne— que no tiene ni empuje, ni gusto, ni espíritu. Que su mente es opaca, sus sentimientos sin calor, su voz inexpresiva.
—Ustedes predicen cuáles son sus imperfecciones de manera tan general —replicó Elinor—, y en tal medida apoyados en la fuerza de su imaginación, que los elogios que yo puedo hacer de él resultan por comparación fríos e insípidos. Lo único que puedo decir es que es un hombre equilibrado, bien educado, cultivado, de trato agradable y, así lo creo, de corazón tierno.
—Señorita Dashwood —protestó Willoughby—, ahora me está tratando con muy poca deferencia. Intenta desarmarme con razones y convencerme contra mi voluntad. Pero no servirá. Descubrirá que mi empecinamiento es tan grande como su habilidad. Tengo tres motivos irrefutables para que me desagrade el coronel Brandon: me ha amenazado con que llovería cuando yo deseaba que hiciese buen tiempo; le ha encontrado fallos a la suspensión de mi calesa, y no puedo convencerlo de que me compre la yegua castaña. Sin embargo, si en algo la compensa que le diga que, en mi opinión, su carácter es magnífico en otros aspectos, estoy dispuesto a aceptarlo. Y en pago por una confesión que no deja de darme una cierta pesadumbre, usted no puede negarme el privilegio de que él me desagrade igual que antes.
Nabab: gobernador de una provincia en la India musulmana. Mohúr moneda de oro de la antigua India británica, equivalente a quince rupias de plata.
Capítulo XI
Poco habían pensado la señora Dashwood y sus hijas, cuando llegaron a Devonshire, que al poco tiempo de ser presentadas tantos compromisos llenarían su tiempo, o que la frecuencia de las invitaciones y lo continuo de las visitas les dejarían tan pocas horas para dedicarlas a ocupaciones serias. Pero, fue lo que sucedió. Cuando Marianne se recuperó, los planes de diversiones en casa y fuera de ella que sir John había estado pensando previamente, comenzaron a materializarse. Empezaron los bailes privados en Barton Park y realizaron tantas excursiones a la costa como lo permitía un lluvioso octubre. En todos esos menesteres estaba incluido Willoughby; y el desparpajo y la familiaridad que tanta naturalidad prestaba a estas reuniones estaban calculados exactamente para dar cada vez mayor intimidad a su relación con las Dashwood; para permitirle ser testigo de las excelencias de Marianne, hacer más visible su viva admiración por ella y recibir, a través de la conducta de ella hacia él, la más plena seguridad de su cariño.
Elinor no podía sentirse sorprendida ante el apego entre los jóvenes. Tan solo deseaba que lo mostraran menos a las claras, y una o dos veces se atrevió a sugerir a Marianne la conveniencia de un cierto control sobre sí misma. Pero Marianne odiaba todo disimulo cuando la sinceridad no iba a conducir a un mal real; y empeñarse en reprimir sentimientos que no eran en sí mismos censurables le parecía no solo un esfuerzo inútil, sino también una lamentable sujeción de la razón a ideas equivocadas y ramplonas. Willoughby pensaba lo mismo; y en todo instante, el comportamiento de ambos era СКАЧАТЬ