Una Corona para Los Asesinos. Морган Райс
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Una Corona para Los Asesinos - Морган Райс страница 6

Название: Una Corona para Los Asesinos

Автор: Морган Райс

Издательство: Lukeman Literary Management Ltd

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия:

isbn: 9781094305486

isbn:

СКАЧАТЬ no lo demostraba. Por otro lado, de haber sido un hombre que se opusiera a cosas de estas, el Maestro de los Cuervos lo hubiera matado hace tiempo.

      El Maestro de los Cuervos se quedó tras la batalla, escuchando el silencio que solo traía la muerte. Escuchaba a los cuervos mientras estos tomaban tierra para empezar su trabajo y sintió que el poder empezaba a fluir cuando consumían su parte. Era un flujo lamentable comparado con algunas de las batallas que había habido antes, pero ya vendrían más.

      Mandó su conciencia a sus criaturas y dejó que estas hablaran con su voz:

      —Esta ciudad es mía —dijo—. Rendíos o moriréis. Entregad a todos aquellos que tengan magia o moriréis. Haced lo que se os ordena o moriréis. Ahora no sois nada, esclavos y menos que esclavos. Obedeced y os libraréis de ser comida para los cuervos por un tiempo. Desobedeced y moriréis.

      Mandó a sus criaturas al aire, para que escudriñaran la tierra que había tomado en este primer avance. Veía el horizonte, que se extendía a lo lejos ante él, con la promesa de más tierra que conquistar, más muerte para alimentar a sus animalitos.

      Normalmente, el Maestro de los Cuervos no recibía visiones. Como mucho, sus cuervos le proporcionaban lo suficiente para adivinar lo que sucedería. Él no era la bruja de la fuente para tirar de los hilos del futuro, pero incluso ella no había podido predecir su propia muerte. Sin embargo, la visión vino hacia él a toda prisa, llevada sobre las alas de sus mascotas.

      Vio a una niña, a la que su madre sostenía en brazos, y reconoció al instante a la reina recién coronada en el reino. Vio el peligro que había detrás de la niña, y más que el peligro. La muerte que había mantenido a raya tanto tiempo con las vidas de otros acechaba en la sombra de la bebé. La niña alargó el brazo hacia él, con la inocencia de un crío, y el Maestro de los Cuervos retrocedió para evitarlo, huyendo hasta volver en sí.

      Se encontraba en el centro de la ciudad que había tomado, diciendo que no con la cabeza.

      —¿Va todo bien, mi señor? —preguntó su ayudante.

      —Sí —dijo el Maestro de los Cuervos, pues si admitía su debilidad, tendría que matar al hombre. Si salía cualquier rastro del miedo que crecía en su interior, todos los que lo vieran morirían. Sí, ese era un pensamiento…

      —He cambiado de opinión —dijo—. Guardaremos la conquista para la próxima ciudad. Arrasad esta. Matad a cada uno de sus habitantes, hombre, mujer… bebé en brazos. No dejéis dos piedras juntas.

      El ayudante no dudó más de lo que había dudado su capitán sobre dar caza a aquellos que huían.

      —Se hará lo que usted ordene, mi señor —prometió.

      El Maestro de los Cuervos no tenía ninguna duda de que así sería. Él daba órdenes y la gente moría en respuesta. Si resultaba que era un niño lo que lo amenazaba… pues el niño podía morir también, junto a su madre.

      CAPÍTULO TRES

      Emelina estaba en el centro del Hogar de Piedra e intentaba contener algo de su frustración, mientras miraba a todos los habitantes alrededor del círculo de piedra. Cora y Aidan estaban a su lado, lo que era un apoyo, pero todos los demás estaban tan decididos en su contra que no parecía bastar.

      —Sofía nos mandó para convenceros de que volváis a Ashton —dijo Emelina, centrándose en el lugar donde Asha y Vincente estaban sentados. ¿Cuántas veces había tenido allí esta discusión? Había sido necesario todo este tiempo para llegar al punto en el que hablaran de esto juntos en el círculo.

      —No era necesario que regresarais al Hogar de Piedra tras la batalla. Ella está construyendo un reino donde los de nuestra especie somos libres y no tenemos nada que temer.

      —Siempre habrá algo que temer mientras existan los que nos odian —replicó Asha—. Podría haber ordenado que cerraran las iglesias de la Diosa Enmascarada. Podría haber hecho colgar a los asesinos de la misma por sus crímenes.

      —Y eso hubiera hecho que la guerra civil empezara de nuevo —dijo Cora, que estaba al lado de Emelina.

      —Es mejor tener una guerra que vivir al lado de quien nos odia —dijo Asha—. Quien nos ha hecho estas cosas nunca, nunca, puede ser perdonado.

      Vincente lo dijo con palabras más comedidas, pero no fue mucho más útil.

      —Este es un lugar en el que hemos construido una comunidad, Emelina. Este es un lugar en el que podemos estar seguros de que estamos a salvo. No tengo ninguna duda de que Sofía tiene buenas intenciones, pero eso no es lo mismo que poder cambiar las cosas.

      Emelina tuvo que reprimir la necesidad de gritarles por ser tan estúpidos. Cora debió de verlo, pues le puso una mano sobre el brazo a Emelina.

      —Todo irá bien —susurró—. Acabarán viendo lo que es sensato.

      —A lo que tú le llamas «sensato» —gritó Asha desde el otro lado del círculo de piedra— yo le llamó traición a nuestro pueblo. Es aquí donde estamos a salvo, no por ahí fuera en el mundo.

      Emelina le lanzó una mirada furiosa. Asha no podía haber oído el susurro de Cora desde allí, lo que significaba que había leído su mente. Eso era más que irrespetuoso, era peligroso, especialmente porque Asha había sido la que había enseñado a Emelina cómo se sacaban los recuerdos de alguien.

      —La gente es libre de ir y venir si lo desea —dijo Vincente—. Si Sofía realmente aporta un reino en el que los de nuestra especie somos libres, la gente vendrá por su propia voluntad, sin necesidad de enviados.

      —Y hasta entonces, ¿qué impresión dará? —contestó Emelina—. ¿Qué impresión dará que todos los que tienen dones estén escondidos, como si estuvieran avergonzados? ¿Parecerá que no somos una amenaza o dará lugar a que la gente asegure que estamos conspirando en secreto? ¿A que vuelvan a aparecer los viejos rumores?

      La parte más complicada de la multitud que los rodeaba era que para Emelina era imposible calcular qué efecto estaban teniendo sus palabras. Con otro público hubiera podido llegar a la sensación de sus pensamientos o, por lo menos, escucharlos hablar entre ellos. Aquí, las conversaciones eran cosas silenciosas que iban y venían como un parpadeo, lo suficientemente bien dirigidas para que ella no formara parte de ello.

      —Tal vez tengáis razón —dijo Vincente.

      —No, no la tienen —respondió Asha—. Son ellos los que han hecho que estemos menos a salvo, haciendo que la gente supiera dónde estamos.

      —No se lo hemos dicho a nadie —dijo Cora.

      Asha resopló.

      —Como si no pudieran haberlo sacado de vuestra cabeza. Si no os mandara la reina, os sacaría todos los pensamientos por ello.

      —No —dijo Aidan, poniendo una mano protectora sobre el hombro de Cora—. No lo harías.

      Vincente se puso de pie, su altura era más que impresionante para calmar las cosas.

      —Ya está bien de peleas. Asha, las nuevas defensas serán más que suficientes para protegernos, incluso si nos encuentran. En cuanto al resto… sugiero una visión.

СКАЧАТЬ