Una Corona para Los Asesinos. Морган Райс
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Название: Una Corona para Los Asesinos

Автор: Морган Райс

Издательство: Lukeman Literary Management Ltd

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия:

isbn: 9781094305486

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СКАЧАТЬ Ojalá te pudiera prometer que me asentaré contigo y que haremos las cosas con paz, pero ambos sabemos que el mundo no funciona así. La guerra puede llegar incluso en el momento más feliz y no es propio de mí quedarme sin hacer nada ante ella. Aun así, hasta que una espada, un arco o la edad avanzada nos reclame, quiero que seas mío.

      No era la promesa tradicional, pero era lo que había en el corazón de Catalina y ella sospechaba que esta era la parte que contaba. La suma sacerdotisa no parecía especialmente impresionada, pero desde la posición de Catalina, eso era sencillamente una ventaja añadida.

      —Ahora que hemos oído vuestras promesas mutuas, te pregunto a ti, Sofía de la Casa Danse, ¿tomas a Sebastián de la Casa Flamberg como tu esposo?

      —Lo tomo —dijo Sofía, que estaba al lado de Catalina.

      —Y tú, Catalina de la casa Danse, ¿tomas a Will… hijo de Tomás el herrero, como tu esposo?

      —¿No es lo que acabo de decir? —puntualizó Catalina, intentando no reírse de que la anciana no fuera capaz de comprender que el hijo de un herrero no tuviera una casa con nombre—. De acuerdo, de acuerdo, lo tomo.

      —Sebastián de la Casa Flamberg, ¿tomas a Sofía de la Casa Danse como tu esposa?

      —La tomo —dijo Sebastián.

      —Y tú, Will, ¿tomas a Catalina de la Casa Danse como tu esposa?

      —La tomo —dijo y parecía más feliz de lo que Catalina sospechaba que alguien pudiera estarlo ante la expectativa de unirse a ella de por vida.

      —Entonces tengo el placer de declarar que sois uno, unidos ante los ojos de la diosa —entonó la sacerdotisa.

      Pero Catalina no la oía. A esas alturas, estaba demasiado ocupada besando a Will.

      CAPÍTULO DOS

      El Maestro de los Cuervos observaba a su flota con satisfacción mientras esta navegaba hacia la tierra de la costa norte de lo que había sido el reino de la Viuda. La flota invasora era como una mancha de sangre en el agua, los cuervos volaban por encima en grandes bandadas que parecían más nubes de tormenta.

      Más adelante se encontraba un pequeño puerto pesquero, apenas un punto de partida adecuado para su campaña, pero después del tiempo que habían pasado en el mar, esta sería una muestra de bienvenida de las cosas que estaban por llegar. Los barcos se detuvieron, a la espera de su señal y el Maestro de los Cuervos se quedó quieto por un instante para apreciar toda aquella belleza, la paz de la orilla iluminada por el sol.

      Movió la mano con desinterés y susurró, a sabiendas de que cien córvidos graznarían sus palabras a sus capitanes.

      —Que empiece.

      Los barcos empezaron a avanzar como las piezas individuales de una hermosa máquina mortal, cada uno se colocaba en el lugar que le había sido asignado mientras se dirigían hacia la orilla. El Maestro de los Cueros imaginaba que los capitanes estarían compitiendo entre ellos para ver quién podía llevar a cabo sus obligaciones con más precisión, para intentar satisfacerlo con la obediencia de sus cuervos. Parecían no aprender nunca que a él le importaban pocas cosas, excepto la muerte que estaba por llegar.

      —Habrá muerte —murmuró cuando uno de sus animalitos se posó sobre su hombro—. Habrá tanta muerte como para anegar el mundo.

      El cuervo le dio la razón con un graznido, tan bien como pudo. Sus criaturas se habían alimentado bien en las últimas semanas, las muertes de la batalla de Ashton todavía llenaban sus arcas de poder, mientras nuevas muertes brotaban del imperio del Nuevo Ejército a diario.

      —Hoy habrá más —dijo con una sonrisa sombría mientras los soldados y los aspirantes a soldado formaban filas en la orilla para defender su hogar.

      Sonaron los cañones, los primeros disparos resonaron en el agua, los estruendos de su impacto reverberaron. Pronto el aire se llenaría de humo, de modo que el sería el único que podría ver lo que estaba sucediendo, gracias a sus pájaros. Pronto, sus hombres tendrían que confiar en sus órdenes por completo.

      —Di a la tercera compañía que se abra un poco más —dijo a uno de sus ayudantes—. Eso evitará que escapen costa arriba.

      —Sí, mi señor —respondió el joven.

      —Tened preparada una barca de desembarco también para mí.

      —Sí, mi señor.

      —Y recuerda mis órdenes a los hombres: mataremos sin piedad a aquel que se resista.

      —Sí, mi señor —repitió el ayudante.

      Como si los capitanes del Maestro de los Cuervos necesitaran que se las recordaran. A estas alturas ya conocían sus normas, sus deseos. Se sentó en la cubierta de su buque insignia y observó cómo las balas de cañón chocaban contra la carne y los hombres caían bajo la cortina de fuego de los mosquetes. Finalmente, decidió que era el momento óptimo y se dirigió, mientras comprobaba sus armas, hacia la barca de desembarco que ya estaban bajando.

      —Remad —les ordenó a los hombres y estos remaban con esfuerzo, luchando por llevarlo hasta la orilla con sus tropas.

      Alzó una mano cuando sus cuervos se lo advirtieron y los hombres dejaron de remar, a tiempo para que la bala de un viejo cañón impactara delante de ellos en el agua.

      —Continuad.

      La barca de desembarco se deslizó por las olas y, a pesar de la potencia avasallante de las fuerzas del Nuevo Ejército, algunos de los hombres que estaban a la espera se lanzaron al ataque. El Maestro de los Cuervos saltó al muelle a su encuentro, con las espadas en alto.

      Le atravesó el pecho a uno y, a continuación, se apartó cuando otro blandió la espada hacia él. Paró un golpe y mató a otro hombre con la eficiencia despreocupada que da una larga práctica. Estos hombres eran unos estúpidos si pensaban que podían derrotarlo, o incluso hacerle daño. Solo lo habían conseguido dos personas en mucho tiempo, y tanto Catalina Danse como su odioso hermano morirían por ello con el tiempo.

      Por ahora, esto era más una matanza que una lucha y el Maestro de los Cuervos gozaba con ello. Hacía cortes y daba estocadas, liquidando enemigos con cada movimiento. Cuando vio a una mujer joven intentando escapar, se detuvo para desenfundar una pistola y le disparó en la espalda. Después, continuó con su trabajo más urgente.

      —Por favor —suplicó un hombre, tirando su espalda al suelo en señal de rendición. El maestro de los Cuervos lo destripó y, a continuación, se dirigió al siguiente.

      La matanza era tan inevitable como absoluta. Una milicia mal armada y desperdigada no podía ni empezar a tener esperanzas de defenderse contra tantos rivales. Todo se hizo muy rápidamente y costaba imaginar qué habían intentado conseguir resistiéndose. Seguramente, algo tendría que ver con el honor o alguna otra tontería.

      —Oh —dijo para sí mismo el Maestro de los Cuervos mientras observaba a través de los ojos de una de sus criaturas y vio un corro de personas que huía a las colinas cercanas, en dirección al sur. Volvió a la realidad y echó un vistazo para ver cuál de sus capitanes estaba más cerca:

      —Un СКАЧАТЬ