Название: ¿Ha enterrado la ciencia a Dios?
Автор: John C. Lennox
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Pensamiento Actual
isbn: 9788432152139
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EL DEBATE HUXLEY-WILBERFORCE DE 1860 EN OXFORD
Lo mismo ocurre con ese otro incidente que se cita con frecuencia: el debate del 30 de junio de 1860 de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia, celebrado en el Museo de Historia Natural de Oxford, entre T. H. Huxley (El bulldog de Darwin) y el obispo Samuel Wilberforce (“Sam el adulador persuasivo”). Fue provocado por una conferencia de John Draper sobre la teoría de la evolución de Darwin (El origen de las especies había sido publicado siete meses antes). A menudo se describe este encuentro como un simple choque entre ciencia y religión, donde el científico competente triunfó de modo convincente sobre el eclesiástico ignorante. Sin embargo, los historiadores de la ciencia han demostrado que tal relato también está muy lejos de la verdad[28].
Para empezar, Wilberforce no era un ignorante. Un mes después del histórico debate, publicó una revisión de 50 páginas del trabajo de Darwin (en Quarterly Review), que el propio Darwin consideró como «asombrosamente inteligente; selecciona hábilmente todos los elementos conjeturales, y resalta adecuadamente todas las dificultades. Me cuestiona brillantemente». En segundo lugar, Wilberforce no era oscurantista. Estaba decidido a que el debate no fuera entre ciencia y religión, sino entre científicos con razones científicas, intención que figura significativamente en su análisis posterior: «Hemos argumentado en contra de nuestras opiniones respectivas únicamente con razones científicas. Lo hemos hecho así por nuestra firme convicción de que no hay otro modo de probar la verdad o falsedad de los argumentos aportados. No simpatizamos con quienes se oponen a cualquier hecho o posible hecho natural, o a cualquier inferencia deducida lógicamente de ellos, porque creen que contradicen lo que les parece enseñado por la revelación. Creemos que tales objeciones muestran cierta timidez, realmente incoherente con una fe firme y confiada»[29]. La solidez de tal afirmación puede sorprender a muchas personas que simplemente se han tragado el legendario relato del debate. Sería incluso excusable detectar en Wilberforce un espíritu afín al de Galileo.
Por otro lado, las objeciones a la teoría de Darwin no procedieron solamente del lado de la Iglesia: Sir Richard Owen, el anatomista más importante del momento (quien, por cierto, había sido consultado por Wilberforce), se opuso también a la teoría de Darwin, al igual que el eminente científico Lord Kelvin.
En cuanto a las versiones contemporáneas del debate, John Brooke[30] señala que inicialmente el evento no causó apenas revuelo: «Es ciertamente significativo que el famoso debate entre Huxley y el obispo no fue reportado por ningún periódico de Londres en ese momento. De hecho, no existe registro oficial del encuentro; y casi toda la información procede de los amigos de Huxley. Él mismo escribió que el público «no paraba de reír» debido a su (propio) ingenio, y «creo que fui el hombre más famoso en Oxford durante las veinticuatro horas posteriores». Sin embargo, la evidencia apunta a que el debate estuvo lejos de ser monocolor. Un periódico después escribió que un anterior converso a la teoría de Darwin se arrepintió al presenciar el debate. El botánico Joseph Hooker se quejó de que Huxley no fuera capaz de «presentar el asunto de tal modo que mantuviera la atención del público» por lo que tuvo que hacerlo él mismo. Wilberforce escribió tres días después al arqueólogo Charles Taylor: «Creo que le vencí totalmente». El artículo del The Athenaeum da la impresión de que la cosa terminó en tablas, al afirmar que Huxley y Wilberforce «han encontrado enemigos dignos de sus aceros respectivos».
Frank James, historiador de la Royal Institution de Londres, sugiere que la impresión generalizada de que Huxley salió victorioso puede que procediera de que Wilberforce no era muy querido, hecho que no se menciona en la mayoría de los relatos: «Si Wilberforce no hubiera sido tan impopular en Oxford, habría vencido la contienda, y no Huxley»[31]. ¡Cómo recuerda todo a Galileo!
Analizando el asunto cuidadosamente, se desmoronan dos de los pilares principales de apoyo a la tesis del conflicto. De hecho, la investigación ha socavado la tesis, hasta tal punto de que el historiador de la ciencia Colin Russell concluye: «La creencia común de que (...) las relaciones entre la religión y la ciencia en los últimos siglos han estado marcadas por una hostilidad profunda y duradera (...) no es solo históricamente inexacta, sino que en realidad constituye una caricatura tan grotesca que lo que habría que explicar es cómo ha podido conseguir tal grado de respetabilidad»[32].
Parece claro, por lo tanto, que ha debido de haber un juego de fuerzas poderosas que justifiquen tal arraigo del supuesto conflicto en la mente popular. Y de hecho así es. Al igual que con Galileo, lo que estaba en juego no era simplemente una cuestión sobre los méritos de una teoría científica determinada. De nuevo, el poder institucional tuvo un papel clave. Huxley participaba de una cruzada para asegurar la supremacía de la emergente y nueva clase profesional de científicos en contra de la posición privilegiada de los clérigos, por muy intelectualmente dotados que estuvieran. Quería asegurarse de que fueran los científicos quienes manejaran los mandos del poder. La leyenda de un obispo vencido por un científico profesional se ajustaba a esa cruzada, y fue explotada al máximo.
Sin embargo, es evidente que había algo más en juego. Michael Poole destaca un elemento central de la cruzada de Huxley[33]. Así escribe, «en esta contienda, el concepto de “Naturaleza” se deletreó con una N mayúscula y se reconvirtió. Huxley confería a “Dame Nature” (la dama naturaleza), como él la llamaba, los atributos hasta entonces predicados de Dios, táctica copiada con entusiasmo por muchos desde entonces. Lo extraño de dotar a la naturaleza (entendida como todo lo físico existente) con las facultades de planificación y creación de todos los objetos físicos existentes, pasó inadvertido. “Dame Nature”, al igual que una antigua diosa de la fertilidad, había tomado residencia, abrazando como una madre al naturalismo científico victoriano». Así que un conflicto mítico fue (y sigue siendo) fomentado y descaradamente utilizado como arma de combate —del auténtico combate— entre naturalismo y teísmo.
EL AUTÉNTICO CONFLICTO: NATURALISMO CONTRA TEÍSMO
Llegamos así a uno de los principales temas de este libro: el hecho de que realmente existe un conflicto. Pero no es en absoluto entre la ciencia y la religión. Si así fuera, una lógica elemental dictaría que los científicos serían todos ateos y únicamente los no científicos creerían en Dios, lo que, como se ha visto, simplemente no se da. Más bien, el conflicto real es entre dos cosmovisiones diametralmente opuestas: el naturalismo y el teísmo, que no pueden menos de colisionar.
En aras de una mayor claridad, nótese que el naturalismo se relaciona con el materialismo, pero no se identifica con él, aunque a veces sea muy difícil distinguirlos. The Oxford Companion to Philosophy (guía de Oxford para el estudio de la filosofía) afirma que la complejidad del concepto de materia lleva consigo que «las diversas filosofías materialistas tiendan a sustituir “materia” por nociones como “aquello que pueda estudiarse con los métodos de las ciencias naturales”, identificando así materialismo con naturalismo; aunque sería exagerado decir que las dos perspectivas han coincidido casualmente»[34]. Los materialistas son naturalistas. Pero hay naturalistas que sostienen que la mente y la conciencia se distinguen de la materia, y las consideran fenómenos “emergentes”; es decir, dependientes de la materia, pero situándose a un nivel superior irreducible a las propiedades del nivel material inferior. Incluso hay naturalistas que sostienen que el universo está hecho de pura “realidad mental”. El naturalismo, sin embargo, tiene en común con el materialismo que se opone al sobrenaturalismo, insistiendo en que «el mundo de la naturaleza debería constituir una esfera cerrada sin incursiones exteriores de almas o espíritus, divinos o humanos»[35]. Cualesquiera que sean las diferencias, el materialismo y el naturalismo son, por lo tanto, intrínsecamente ateos.
También hay que hacer notar que el materialismo o naturalismo tiene distintas versiones. Por ejemplo, E. O. Wilson distingue dos. La primera es lo que él llama conductismo político: «Todavía apreciado por los pocos estados marxista-leninistas que quedan, afirma que el cerebro es en gran parte una tabula rasa sin moldura СКАЧАТЬ