Dramas de Guillermo Shakespeare: El Mercader de Venecia, Macbeth, Romeo y Julieta, Otelo. William Shakespeare
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      JÉSSICA.

      No dijo más que adios.

      SYLOCK.

      En el fondo no es malo, pero es perezoso y comilon, y duerme de dia más que un gato montes. No quiero zánganos en mi colmena. Por eso me alegro de que se vaya, y busque otro amo, á quien ayude á gastar en pocos dias su improvisada fortuna. Vé dentro, hija mia. Quizá pueda yo volver pronto. No olvides lo que te he mandado. Cierra puertas y ventanas, que nunca está más segura la joya que cuando bien se guarda: máxima que no debe olvidar ningun hombre honrado.

      (Vase.)

      JÉSSICA.

      Mala ha de ser del todo mi fortuna para que pronto no nos encontremos yo sin padre y tú sin hija.

      (Se va.)

      ESCENA VI.

      GRACIANO y SALARINO, de máscara.

      GRACIANO.

      Á la sombra de esta pared nos ha de encontrar Lorenzo.

      SALARINO.

      Ya es la hora de la cita. Mucho me admira que tarde.

      GRACIANO.

      Sí, porque el alma enamorada cuenta las horas con más presteza que el reloj.

      SALARINO.

      Las palomas de Vénus vuelan con ligereza diez veces mayor cuando van á jurar un nuevo amor, que cuando acuden á mantener la fe jurada.

      GRACIANO.

      Necesario es que así suceda. Nadie se levanta de la mesa del festin con el mismo apetito que cuando se sentó á ella. ¿Qué caballo muestra al fin de la rápida carrera el mismo vigor que al principio? Así son todas las cosas. Más placer se encuentra en el primer instante de la dicha que despues. La nave es en todo semejante al hijo pródigo. Sale altanera del puerto nativo, coronada de alegres banderolas, acariciada por los vientos, y luego torna con el casco roto y las velas hechas pedazos, empobrecida y arruinada por el vendaval.

      (Sale Lorenzo.)

      SALARINO.

      Dejemos esta conversacion. Aquí viene Lorenzo.

      LORENZO.

      Amigos: perdon, si os he hecho esperar tanto. No me echeis la culpa: echádsela á mis bodas. Cuando para lograr esposa, tengais que hacer el papel de ladrones, yo os prometo igual ayuda. Venid: aquí vive mi suegro Sylock. (Llama.)

      (Jéssica disfrazada de paje se asoma á la ventana.)

      JÉSSICA.

      Para mayor seguridad decidme quién sois, aunque me parece que conozco esa voz.

      LORENZO.

      Amor mio, soy Lorenzo, y tu fiel amante.

      JÉSSICA.

      El corazon me dice que eres mi amante Lorenzo. Dime, Lorenzo, ¿y hay alguno, fuera de tí, que sospeche nuestros amores?

      LORENZO.

      Testigos son el cielo y tu mismo amor.

      JÉSSICA.

      Pues mira: toma esta caja, que es preciosa. Bendito sea el oscuro velo de la noche que no te permite verme, porque tengo vergüenza del disfraz con que oculto mi sexo. Pero al amor le pintan ciego, y por eso los amantes no ven las mil locuras á que se arrojan. Si no, el Amor mismo se avergonzaria de verme trocada de tierna doncella en arriscado paje.

      LORENZO.

      Baja: tienes que ser mi paje de antorcha.

      JÉSSICA.

      ¿Y he de descubrir yo misma, por mi mano, mi propia liviandad y ligereza, precisamente cuando me importa más ocultarme?

      LORENZO.

      Bien oculta estarás bajo el disfraz de gallardo paje. Ven pronto, la noche vuela, y nos espera Basanio en su mesa.

      JÉSSICA.

      Cerraré las puertas y recogeré más oro. Pronto estaré contigo.

      (Vase.)

      GRACIANO.

      ¡Á fe mia que es gentil, y no judía!

      LORENZO.

      ¡Maldito sea yo si no la amo! Porque mucho me equivoco, ó es discreta, y ademas es bella, que en esto no me engañan los ojos, y es fiel y me ha dado mil pruebas de constancia. La amaré eternamente por hermosa, discreta y fiel.

      (Sale Jéssica.)

      Al fin viniste. En marcha, compañeros. Ya nos esperan nuestros amigos.

      (Vanse todos menos Graciano.) (Sale Antonio.)

      ANTONIO.

      ¿Quién?

      GRACIANO.

      ¡Señor Antonio!

      ANTONIO.

      ¿Solo estais, Graciano? ¿y los demas? Ya han dado las nueve, y todo el mundo espera. No habrá máscaras esta noche. El viento se ha levantado ya, y puede embarcarse Basanio. Más de veinte recados os he enviado.

      GRACIANO.

      ¿Qué me decis? ¡Oh felicidad! ¡Buen viento! Ya siento ganas de verme embarcado.

      ESCENA VII.

      Quinta de Pórcia en Belmonte.

      PÓRCIA y el PRÍNCIPE DE MARRUECOS.

      PÓRCIA.

      Descorred las cortinas, y enseñad al príncipe los cofres; él elegirá.

      EL PRÍNCIPE.

      El primero es de oro, y en él hay estas palabras: «Quien me elija, ganará lo que muchos desean.» El segundo es de plata, y en él se lee: «Quien me elija, cumplirá sus anhelos.» El tercero es de vil plomo, y en él hay esta sentencia tan dura como el metal: «Quien me elija, tendrá que arriesgarlo todo.» ¿Cómo haré para no equivocarme en la eleccion?

      PÓRCIA.

      En uno de los cofres está mi retrato. Si le encontrais, soy vuestra.

      EL PRÍNCIPE.

      Algun dios me iluminará. Volvamos á leer con atencion los letreros. СКАЧАТЬ