Pedro Casciaro. Rafael Fiol Mateos
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Название: Pedro Casciaro

Автор: Rafael Fiol Mateos

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Libros sobre el Opus Dei

isbn: 9788432152313

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СКАЧАТЬ sucesos del paso a través de las montañas. Uno de ellos, llevado de su asombro, tal vez imaginándose a sí mismo en situaciones semejantes, le preguntó con ingenuidad: «Pero vuestros padres, ¿qué decían de todo eso?». Y Pedro, sorprendido, respondió: «¿Nuestros padres...? ¡Pero si nos estábamos jugando la vida!»[38].

      Aquellos fugitivos llevaban un año y cuatro meses yendo de un sitio a otro, escondiéndose y, con frecuencia, arriesgando la vida por defender su fe. Estos gestos de Pedro —las misas en Torrelamata, el rosario recogido del suelo del camión o la disyuntiva del monte Aubens— manifiestan bien una faceta de su personalidad. En esos momentos no dudó en ser fiel a Cristo, costara lo que costase. Pienso que esa actitud siguió acompañándolo siempre, aunque de manera ordinaria, en un dar la vida día a día, paso a paso, para servir al Señor y a todos los hombres.

      Al llegar a Andorra comprobaron, una vez más, que Dios los había protegido en aquella aventura que acababan de concluir con éxito: a las pocas horas cayó una gran nevada que los mantuvo bloqueados por varios días. De haberse producido antes, no hubieran podido sobrevivir por la falta de equipo y de refugios. Por fin el 11 de diciembre las carreteras se despejaron y se dirigieron a Lourdes, para agradecer a la Virgen María el éxito de la travesía realizada. Al llegar al santuario, san Josemaría se dispuso a celebrar la Santa Misa. Pedro Casciaro recuerda que el fundador de la Obra le dijo:

      «Supongo que ofrecerás la Misa por la conversión de tu padre y para que el Señor le dé muchos años de vida cristiana». Me quedé profundamente sorprendido: realmente yo no había ofrecido la Misa por esa intención; es más, estaba poco concentrado y con la atonía natural de quien se ha levantado muy temprano y aún se encuentra en ayunas. Me impresionó además que el Padre, precisamente en esos momentos en que con tanto fervor se disponía a dar gracias a Nuestra Señora, y que tantas cosas iba a encomendarle, tuviera el corazón tan grande como para acordarse de mis problemas familiares. Conmovido, le contesté en el mismo tono: lo haré, Padre. Entonces, en voz baja, añadió: «Hazlo, hijo mío; pídelo a la Virgen, y verás qué maravillas te concederá». Y comenzó la Misa[39].

      Apunto un recuerdo de mi bisabuela Mamá Elisa, que era muy bondadosa. Cuando una persona se olvidaba de felicitar a otra, en el cumpleaños o en otros aniversarios, y alguien la disculpaba diciendo «es que se le habrá olvidado», ella matizaba: «Eso es lo malo, que se le olvidó». San Josemaría no olvidaba esos detalles. Era extraordinaria la agudeza y la finura de su cariño. Todos los que lo tratamos, guardamos recuerdos inolvidables de su afecto.

      Enseguida tomaron de nuevo el camino hacia España. El 12 de diciembre, fiesta de nuestra Señora de Guadalupe, llegaron a Fuenterrabía y, al día siguiente, a San Sebastián. San Josemaría aconsejó a Pedro que hiciera una detallada relación escrita, para entregarla a la oficina de información, en la que constaran las acciones de su padre para salvar muchas vidas y para evitar sacrilegios, valiéndose del puesto que ocupaba en la Comisión Provincial de Monumentos Históri­cos y Artísticos de Albacete. También «había logrado esconder en unos almacenes en Albacete y en el pueblo de Fuensanta, ignorados por las masas, muchos vasos sagrados, custodias, imágenes religiosas, etc.». El Padre insis­tió: «Es justo que el día de mañana se sepa el bien que ha hecho tanta gente buena, independientemente de sus opiniones políticas»[40].

      Paco Botella y Pedro Casciaro, después de presentarse a las autoridades militares, fueron destinados al Regimiento de Minadores-Zapadores de Pamplona, adonde llegaron el 17 de diciembre. Aquella primera Navidad en libertad la celebraron en el cuartel, donde recibieron la visita de san Josemaría y de José María Albareda, que comieron con ellos el día 25.

      Paco y Pedro estaban otra vez juntos y al lado del Padre, en Pamplona, en los días siguientes a la llegada a la llamada «zona nacional». Los demás expedicionarios del paso de los Pirineos se habían incorporado a sus nuevos destinos, propios de tiempo de guerra. El Padre se alojaba en el palacio episcopal, por invitación del arzobispo de Pamplona, don Marcelino Olaechea, buen amigo suyo que le demostraba gran aprecio.

      Por entonces tuvieron que enfrentarse con un enemigo tan pequeño como insidioso: una de las más de tres mil especies de neópteros, llamada ftirápteros o sencillamente piojos. Ya los habían conocido en los bosques de Rialp, en la «cabaña de san Rafael», y desde entonces se habían convertido en “amigos inseparables”. Lo tomaron con buen humor[41] pero les daban una lata tremenda, como rememora Pedro:

      Cuando tiritábamos de frío en el cuartel, teníamos que movernos continuamente, y cuando estábamos en un lugar caliente —en ese caso en el palacio episcopal— los piojos empezaban a picar, por lo que siempre estábamos en movimiento continuo. Comencé entonces a tratar de matar los que pudiera. En ese momento nos sorprendió el Padre. Más que risa, esto le producía pena al Padre. Para animarnos, comentó entonces lo del Cristo de los piojos de santa Teresa[42].

      Se cuenta que hubo una epidemia en el monasterio de San José, en Ávila, hacia el año 1565, y que estos animalitos se instalaron en los hábitos de las monjitas. La santa les sugirió realizar una rogativa a una imagen de Jesucristo crucificado, ubicada en el coro, que llevaron en procesión. Acompañaron sus rezos con pitos, tambores, sonajas y otros instrumentos improvisados que tenían para sus recreaciones. Teresa compuso unos versos, entre piadosos, ingenuos y jocosos, que alternaban varias estrofas y un estribillo. La madre recitaba:

      Pues vinistes a morir,

      no desmayéis;

      y de gente tan cevil[43]

      no temeréis.

      Remedio en Dios hallaréis

      en tanto mal.

      Las monjas contestaban:

      Pues nos dais vestido nuevo,

      Rey celestial,

      librad de la mala gente

      este sayal[44].

      Y así continuaban otras estrofas igualmente joviales. En adelante, cuenta la historia, no hubo más piojos en este monasterio ni en ningún otro Carmelo. Esta es la causa por la que desde entonces se conoce a esta imagen con el nombre de «Cristo de los piojos».

      El 8 de marzo de 1938 Pedro fue a Burgos, ciudad castellana del Cid Campeador. Se instaló en la misma pensión en la que residían el fundador, José María Albareda y Paco Botella, en la calle Santa Clara. A los pocos días se trasladaron a una habitación del pequeño Hotel Sabadell[45]. Pedro fue destinado a la Dirección General de Movilización, Instrucción y Recuperación. Cuando los jefes militares se enteraron de que tenía casi terminada la licenciatura en Ciencias Exactas, lo adscribieron al Gabinete de Cifra, dependiente de la Secretaría del General Orgaz[46], y le encargaron cifrar y descifrar los telegramas que se enviaban y recibían en clave.

      San Josemaría dedicaba mucho tiempo a escribir cartas a los antiguos de Ferraz. Desde que inició el conflicto armado, se había interrumpido la relación con la mayoría. Al poco de atravesar las montañas, cuando pasaron por San Sebastián y por Pamplona, comenzó a elaborar un fichero con las señas de cada uno y a cartearse con ellos. Los que estaban con él lo ayudaban en esta tarea. Cuenta Botella que «desde que estábamos en Santa Clara 51, habíamos conseguido saber de muchos chicos de san Rafael[47]. Ya teníamos la dirección de muchos y se les escribía con regularidad, estábamos haciendo mucho apostolado epistolar. Solamente con escribir a todos ya teníamos las horas libres ocupadas»[48].

      Por entonces, recuerda Casciaro, «se logró establecer contacto y correspondencia con Ignacio [de Landecho]. Ya en el primer número de Noticias que se envió desde Burgos, en de marzo [de 1938], el Padre redactó СКАЧАТЬ