Название: Cien años después
Автор: Alberto Vazquez-Figueroa
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Novelas
isbn: 9788418263156
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–¡Joder!
–¿Te atizo un coscorrón?
–Lo siento. Continúa.
–Los marineros reconocieron que se habían alimentado del cuerpo del oficial ya que cuando este se encontraba a punto de fallecer les ordenó que aprovecharan su cadáver puesto que de ese modo continuaría protegiéndolos incluso más allá de la muerte.
Aurelia hizo un gesto como para intentar decir algo pero se lo pensó mejor y cerró la boca.
–Así estás más guapa. Lo que en un principio se suponía que iba a ser un juicio discreto trascendió debido a las contradictorias conclusiones que podían extraerse dependiendo del modo en que se enfocaran los hechos. Si se demostraba que los marineros habían matado al oficial, se trataría de un caso de asesinato castigado con la muerte, pero si el oficial había muerto a causa de sus heridas y los supervivientes se habían limitado a obedecerle alimentándose de un cuerpo que de otro modo hubiera acabado devorado por los peces, el caso ofrecería unos visos muy diferentes. Se planteaba un dilema legal y moral: los jueces debían determinar si, tal como aseguraba el fiscal, los marineros merecían la horca y el desgraciado oficial era una pobre víctima destinada al olvido, o, tal como afirmaba el abogado defensor, los reos eran meros subordinados de un heroico militar que merecía ser condecorado por su increíble capacidad de sacrificio.
–Yo hubiera creído a los marineros.
–Pero tú no estabas allí ni eres quien para juzgar.
–Eso también es verdad. ¿Qué decidieron?
–Aún hay más; la esposa del difunto quiso conocer a los acusados con el fin de sacar sus propias conclusiones ya que consideraba que tras quince años de matrimonio era quien mejor podía saber si cuanto aseguraban que su marido había hecho respondía o no a la realidad de su forma de ser. Hablaron largamente y cuando al fin le preguntaron su opinión, respondió que no era quien para juzgar.
–No me parece lógico; si sabía algo tendría que haberlo dicho.
–Cuando crees que sabes algo pero no estás seguro, lo lógico y razonable es mantenerte al margen. Sin duda aquella pobre mujer no quería sentirse culpable por la ejecución de dos inocentes, pero tampoco quería sentirse culpable por la liberación de dos asesinos.
–Visto así…
–Así es como ella debió verlo. Los votos continuaron divididos y las posiciones irreconciliables, por lo que se llegó a una decisión: el único juez capaz de dictar sentencia era Dios y por lo tanto debía ser él quien tuviera la última palabra.
–¿Y Dios qué dijo?
–Dios nunca dice nada, pequeña, pero en caso de duda la ley obliga a sentenciar a favor de los reos por muy graves que sean sus delitos.
–¿Los dejaron en libertad?
–Eso ya no lo sé.
–¡Pues vaya una mierda de historia!
–No quiero que creas que esto tan solo se trata de una historia de la que nadie conoce el final; debes considerarla como un abanico cerrado que parece blanco y negro o azul y rojo, pero firme y compacto. Sin embargo, a medida que se va desplegando, te obliga a cambiar de idea, te lleva de aquí para y allá y acabas asegurando que es amarillo o verde, aunque al final descubres que se trata de una puesta de sol en Acapulco.
–Todo eso está muy bien como metáfora, pero yo hubiera preferido saber que les dejaron libres.
–También yo.
–¿Y qué tiene que ver toda esta historia con nosotros?
–Mucho, porque tampoco nos han dejado elección.
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