La Regenta. Leopoldo Alas
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Название: La Regenta

Автор: Leopoldo Alas

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 4057664139344

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СКАЧАТЬ lo que quiera ese libraco, yo aseguro, bajo palabra de honor, que el diccionario que tengo en casa pone avena con h.

      Don Frutos iba a protestar, pero Ronzal añadió sin darle tiempo:

      —El que lo niegue me arroja un mentís, duda de mi honor, me tira a la cara un guante, y en tal caso... me tiene a su disposición; ya se sabe cómo se arreglan estas cosas.

      Don Frutos abrió la boca. Foja, desde la puerta, se atrevió a decir:

      —Señor Ronzal, no creo que el señor Redondo, ni nadie, se atreva a dudar de su palabra de usted. Si usted tiene un diccionario en que lleva h la avena, con su pan se lo coma; y aun calculo yo qué diccionario será ese.... Debe de ser el diccionario de Autoridades....

      —Sí señor; es el diccionario del Gobierno....

      —Pues ese es el que manda; y usted tiene razón y don Frutos confunde la avena con la Habana, donde hizo su fortuna....

      Don Frutos se dio por satisfecho. Había comprendido el chiste de la avena que se había de comer el otro y fingió creerse vencido.

      —Señores—dijo—corriente, no se hable más de esto; yo pago la callada.

      Casi siempre pasaba él allí por el más ignorante, y el ver a Ronzal objeto de burla general, le puso muy contento.

      Se quedó en que aquella noche cenarían todos los del corro a costa de don Frutos. ¡Raro desprendimiento en aquel corazón amante de la economía! Ronzal creyó que una vez más se había impuesto a fuerza de energía; ¡y ahora delante de don Álvaro! Aceptó la cena y el papel de vencedor; por más que estaba seguro de que en su casa no había diccionario. Pero ya que Foja lo decía....

      Había cesado la lluvia. Se disolvió la reunión, despidiéndose hasta la noche. Aquellos eran, fuera de Orgaz padre, los ordinarios trasnochadores.

      La cena sería a última hora. Mesía ofreció asistir a pesar de sus muchas ocupaciones.

      ¡Cuánto envidió esta frase Ronzal! Comprendió que todos habían interpretado lo mismo que él aquellas «ocupaciones». Eran ¡ay! cita de amor. «¡Tal vez con la Regenta!» pensó el de Pernueces; y se prometió espiarlos.

      Don Álvaro Mesía, Paco Vegallana y Joaquín Orgaz salieron juntos. El Marquesito comprendió que a don Álvaro le estorbaba Orgaz.

      —Oye, Joaquín, ahora que me acuerdo ¿no sabes lo que pasa?

      —Tú dirás.—Que tienes un rival temible.—¿En qué... plaza?—Tienes razón, olvidaba tus muchas empresas.... Se trata de Obdulia.

      —Hola, hola—dijo Mesía, sonriendo de pura lástima—; ¿con que tiene usted en asedio a la viudita?

      —Sí—dijo Paco—es... el Gran Cerco de Viena.

      Joaquín, a pesar de lo flamenco, se turbó, entre avergonzado y hueco. Sabía positivamente que don Álvaro había sido amante de Obdulia, porque ella se lo había confesado. «¡El único!» según la dama. Pero Orgaz sospechaba que había heredado aquellos amores Paco. Obdulia juraba que no.

      —Pues tu rival es don Saturnino Bermúdez, el descendiente de cien reyes, ya sabes, mi primo, según él.... Ayer creo que hubo un escándalo en la catedral, que el Palomo tuvo que echarlos poco menos que a escobazos: ¿qué creías tú, que Obdulia sólo tenía citas en las carboneras? Pues también en los palacios y en los templos...

      Pauperum tabernas, regumque turres.

      Joaquinito, fingiendo mal buen humor, preguntó:

      —Pero tú ¿cómo sabes todo eso?

      —Es muy sencillo. La señora de Infanzón... ya sabe este quién es.

      —Sí—dijo Mesía—la de Palomares....

      —Esa, fue a la catedral con Obdulia, las acompañó el arqueólogo, y en la capilla de las reliquias, en los sótanos, en la bóveda, en todas partes creo que se daban unos... apretones.... La Infanzón se lo contó a mamá que se moría de risa; la lugareña estaba furiosa.... Hoy mi madre, para divertirse—ya sabes lo que a la pobre le gustan estas cosas—quería ver a Obdulia y a don Saturno juntos, en casa, a ver qué cara ponían, aludiendo mamá a lo de ayer. La llamó, pero Obdulia se disculpó diciendo que esta tarde tenía que pasarla en casa de Visitación para hacer las empanadas de la merienda... ya sabes, la de la tertulia de la otra....

      —Sí, ya sé.—Con que allí las tienes, con los brazos al aire... y... ya sabes... en fin, que está el horno para pasteles.

      —En honor de la verdad—observó Mesía—la viuda está apetitosa en tales circunstancias. Yo la he visto en casa de este, con su gran mandil blanco, su falda bajera ceñida al cuerpo, la pantorrilla un poco al aire y los brazos un todo al fresco... colorada, excitadota....

      El flamenco tragó saliva.—Es la mujer X—dijo sin poder contenerse—. ¿Y él?—añadió.

      —¿Quién?—El sabihondo ese...—¡Ah! ¿don Saturnino? Pues tampoco fue a casa. Contestó muy fino en una esquela perfumada, como todas las suyas, que parecen de cocotte de sacristía....

      —¿Qué contestó?

      —Que estaba en cama y que hiciera mamá el favor de mandarle la receta de aquella purga tan eficaz que ella conoce. El pobre Bermúdez sería feliz, dado que te desbanque, si no fueran esas irregularidades de las vías digestivas. Joaquín siguió algunos minutos hablando de aquellas bromas y se despidió.

      —¡Pobre diablo!—dijo Mesía.

      —Es pesado como un plomo. Callaron. Vegallana miraba de soslayo a su amigo de vez en cuando. Don Álvaro iba pensativo. Aquel silencio era de esos que preceden a confidencias interesantes de dos amigos íntimos.

      Aquella amistad era como la de un padre joven y un hijo que le trata como a un camarada respetable y de más seso. Pero además Paco veía en su Mesía un héroe. Ni el ser heredero del título más envidiable de Vetusta, ni su buena figura, ni su partido con las mujeres, envanecían a Paco tanto como su intimidad con don Álvaro. Cuarenta años y alguno más contaba el presidente del Casino, de veinticinco a veintiséis el futuro Marqués y a pesar de esta diferencia en la edad congeniaban, tenían los mismos gustos, las mismas ideas, porque Vegallana procuraba imitar en ideas y gustos a su ídolo. No le imitaba en el vestir, ni en las maneras, porque discretamente, al notar algunos conatos de ello, don Álvaro le había hecho comprender que tales imitaciones eran ridículas y cursis. Burlándose de Trabuco había apartado a Paco, que tenía instintos de verdadero elegante, de tales propósitos. Y así era el Marquesito original, vestía a la moda, según la entendía su sastre de Madrid, que le tomaba en serio, que le cuidaba, como a parroquiano inteligente y de mérito. No exageraba ni por ajustar demasiado la ropa ni por dejarla muy holgada, ni se excedía en los picos de los cuellos, ni en las alas de los sombreros.

      Procuraba tener estilo indumentario para no parecerse a cualquier figurín. No creía en los sastres de Vetusta y ni unas trabillas compraba en su tierra. Nadie era sastre en su patria. En verano prefería los sombreros blancos, los chalecos claros y las corbatas alegres. La esencia del vestir bien estaba en la pulcritud y la corrección, y el peligro en la exageración adocenada. Era blanco, sonrosado, pero sin rastro de afeminamiento, СКАЧАТЬ