Название: Viajes por Filipinas: De Manila á Marianas
Автор: Juan Alvarez Guerra
Издательство: Bookwire
Жанр: Путеводители
isbn: 4057664146557
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El yo cuidado, en el lenguaje filipino, es la síntesis de la filosofía, es el extracto del refinamiento del yo y el no yo de Hegel y Krausse aplicado á la India. Yo cuidado lo dice todo unas veces, y otras no dice nada; ora es un consuelo, ora una amenaza, ora un asentimiento, ora una esperanza, ora un recuerdo, ora una súplica, en fin, es todo, lo encierra todo, lo expresa todo en el vocabulario del indio siempre parco en el decir. Increpad á un indio sobre el no cumplimiento de sus deberes, y si á la última frase de la filípica os contesta con un yo cuidado, aquella frase es la atrición completa de la enmienda. Despertadle los celos, hacedle entrever que su babay escucha amoroso cundiman, alza el cogon ó descorre las conchas á significativas enfrentadas, y si le oís murmurar yo cuidado, veréis en aquellas palabras estereotipado el paroxismo de los celos. Llevad á su inteligencia el hilo de una aventurilla y el yo cuidado en este caso envuelve toda la argucia buscona de la histórica época de capa y espada. Que una mestiza de corto y airoso tapis, pintarrajeada saya y sombreada camisa de piña, entrelace su hermoso pelo con sampaguitas en el característico pusod, que lleve á sus ojos esa dulce languidez llamada matang-mapungay, propia solo de las hijas del Oriente, que formule un deseo á su ñol y el yo cuidado en este caso es la realización completa del mas exigente capricho.
El yo cuidado tiene tanta latitud, dice tanto, es aplicable á tantas cosas, afirma y niega tantas otras, que es imposible darle su verdadero valor. Es una frase propia de Filipinas imposible de traducir en su práctica significación en ninguno otro país.
Yo cuidado, nos había dicho el matandá; así que ya no tuvimos que hacer nada en la seguridad de encontrarlo todo hecho. El guía sabía queríamos ir al volcán; la sola concepción de este deseo y el yo cuidado, bastan para comprender que lo dispondría todo, yéndonos en tal confianza á acostar, al tiempo que la hermosa y clara luna nos anunciaba que aun cuando tuviéramos que caminar de noche su plateado disco nos enviaría luz y alegría.
Escaso fué el reposo, pues aún no alumbraba la aurora cuando fuimos despertados. El despertar para madrugar siempre modifica en el ánimo los proyectos del día anterior. Una noche de insomnio robustece las ideas, las penas ó las alegrías, como por el contrario, las horas en que las sombras baten su beleño sobre nosotros entregándonos al reposo, modifican, alientan, consuelan el espíritu.
El bueno de Oñate, que hay que despertarlo á tiro de fusil, se volvió del otro lado, pidiendo le dejaran de volcán, de Sungay y de expediciones; Ordóñez, acostumbrado á desechar la pereza en la ruda campaña del marino, puso los huesos en punta, y yo le grité á Oñate en todos los tonos:—¡Vamos! ¡arriba! la laguna nos espera!—dando por resultado el que el interpelado tras un largo bostezo se incorporara en la cama.
Listos y provistos de todo, dimos un cariñoso adiós al Padre, y montados en los ligeros caballos del país, tomamos el camino del vecino Sungay, á la hora en que los primeros ecos de la campana del convento despertaban al pueblo de Silam, llamando á los indios á la oración de la mañana. Confiados al guía y al notable instinto de los caballos, tras algunos dilatados campos de palay y varios grupos de calumpang, desapareció todo camino ante la compacta barrera de cogonales que se extendía á nuestra vista. Con harta dificultad y no menos precauciones por el temor de encontrar algún carabao cimarrón, caminamos por espacio de una hora valiéndonos de la voz para no perdernos, puesto que nos tapaban completamente los penachos del cogon. Tras un trayecto que nos fué sumamente difícil de correr, se aclaró la maleza dejando el habla al ponernos á la vista; pocos pasos más y los cascos de nuestros pequeños caballos pisarían las faldas del Sungay, cuyas crestas las envolvía las densas brumas de la mañana.
Dimos unos momentos de descanso á los caballos, arreglando lo mejor posible nuestro equipo, empapado en el agua que nos había regalado el rocío que la humedad de la noche depositó en las hojas del cogon.
Trabajosamente y confiados en un todo al instinto de los caballos, principiamos la ascensión del famoso monte. Las afiladas hojas de la fresa silvestre y las entrelazadas ramas de las guayabas, obligaron más de una vez á que se hiciera uso de la cuchilla para dejarnos paso en aquellos estrechos desfiladeros apenas hollados por humana planta.
El Sungay, con sus innumerables precipicios, sus estrechas cortadas revestidas de musgos y helechos, su vegetación virgen, los panoramas que se admiran desde sus pintorescas mesetas, el rumor de arroyos y cascadas que lo salpican, los indescriptibles y misteriosos ruidos que produce el bosque en la hoja que oscila, el ave que cruza, el agua que gime, la guija que rueda, el insecto que zumba y los miles de millones de seres que componen el impenetrable mundo de lo infinitamente pequeño, con sus cantos, su lenguaje y su idioma, tan impenetrable como lo son los profundos misterios de los océanos de luz donde giran las creaciones de lo infinitamente grande, compendian uno de los sitios más bellísimos de la perla del Oriente.
Un amanecer contemplado desde una de las alturas de Sungay es indescriptible. Las tintas que proyecta el sol naciente en las nubes y los cambiantes que se suceden en los horizontes de verdura, poseen una riqueza de luz y una fuerza de colores tan potente, que á ser posible trasladarlas al lienzo se creería el sueño de un artista.
De hondonada en hondonada; y de precipicio en precipicio, dieron las cabalgaduras con nuestros huesos en el término de la ascensión. Nos encontrábamos en la línea que divide las provincias de Cavite y Batangas. La división de estas provincias la deciden la dirección de las corrientes que se deslizan por las pendientes del Sungay.
A la vista teníamos la laguna, viendo elevarse perezosamente del cráter del volcán columnas de espeso y blanco humo.
A la falda del Sungay se extendían diseminadas las casas de Talisay, adonde llegamos á cosa de las diez de la mañana.
Talisay es un pintoresco pueblo de poco vecindario, este es sumamente dulce y cariñoso; hay una pequeña iglesia de cogon y una casa parroquial habitada por un cura indígena. Tan luego supo el cura nuestra llegada, nos hizo ir á su casa, en donde nos sirvió un almuerzo bastante bueno, dadas las condiciones del pueblo; no tuvimos pan, pero al que lleva algún tiempo en Filipinas esto no es obstáculo, pues cual el hijo del país, sabe sustituirlo con el arroz cocido llamado morisqueta.
Desde las conchas de la casa del Padre se veían perfectamente los menores detalles de la laguna y del volcán.
El día estaba bastante entoldado, y el calor no mortificaba como de ordinario.
A los postres se nos presentó la capitana Ramona, viuda de un Gobernadorcillo.
La capitana Ramona es un verdadero personaje en la provincia de Batangas, tiene fama de ser sumamente afecta á los españoles y posee toda la melosidad y cariño de la raza del Oriente. Sabe tocar el arpa y canta con voz gangosa y pausada alguna que otra canción de moros y cristianos, de aquellas que la tradición ha venido conservando desde las gargantas de los que acompañaron á Legaspi.
La capitana Ramona quiere al castila como á los misterios y encantos de que están impregnados sus bosques. El cariño al español alguna que otra vez (pues frágiles somos), se ha convertido en pasión más ó menos intensa, según cuentan crónicas de pasados tiempos.
Sea de esto lo que quiera, es lo cierto que la capitana ya es vieja y vive solo de recuerdos. Muchos conserva gratos, mas uno, según me contó muy bajito el Padre, viene de cuando en cuando á nublar todo el hermoso panorama de su juventud. Cuéntase, por más que cuento no sea, que años ya muy pasados, un alto funcionario, animado de nuestros mismos deseos de ver el volcán, llegó al pueblo de Talisay. Por aquel entonces, la hoy vieja Ramona СКАЧАТЬ