Название: Helter Skelter: La verdadera historia de los crÃmenes de la Familia Manson
Автор: Vincent Bugliosi
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9788494968495
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Un tercer trozo de empuñadura, menor que los otros, se halló después en el porche delantero.
Y uno o más agentes fueron dejando sangre del interior del domicilio en el porche y el camino de delante, con lo que añadieron varias huellas de sangre a las que ya había allí. En un intento de identificar y eliminar las adiciones posteriores, sería necesario hablar con todo el personal que había ido al lugar de los hechos y preguntar a cada uno si llevaba botas, zapatos de suela lisa u ondulada, etcétera.
Granado seguía tomando muestras de sangre. Después, en el laboratorio de la policía, les haría la prueba de Ouchterlony para determinar si la sangre era animal o humana. De ser humana, se aplicarían otras pruebas para establecer el grupo sanguíneo —A, B, AB o O— y el subgrupo. Hay unos treinta subgrupos sanguíneos. No obstante, si la sangre ya está seca cuando se toma la muestra, solo es posible establecer si es de uno de estos tres: M, N o MN. Había sido una noche calurosa, y estaba subiendo la temperatura otra vez. Para cuando Granado se puso manos a la obra, la mayor parte de la sangre, a excepción de los charcos próximos a los cadáveres dentro de la casa, ya se había secado.
Los días siguientes Granado obtendría de la Oficina Forense19 una muestra de sangre de cada una de las víctimas, e intentaría cotejarlas con las muestras que ya había recogido. En un caso de asesinato corriente, la presencia de dos grupos sanguíneos en el lugar del crimen podría indicar que el asesino, además de la víctima, había sido herido, una información que podría ser una pista importante acerca de la identidad del mismo.
Pero aquel no era un asesinato corriente. En vez de un cuerpo, había cinco.
De hecho, había tanta sangre que Granado pasó por alto algunos sitios. En el lado derecho del porche de la puerta principal, si uno se acercaba desde el camino, había varios charcos grandes de sangre. Granado solo tomó una muestra de un sitio, al suponer, como dijo después, que todos tenían la misma sangre. Justo a la derecha del porche, los arbustos parecían rotos, como si alguien hubiera caído a la maleza. Unas manchas de sangre que había allí daban la impresión de confirmarlo. A Granado se le pasaron. Y tampoco tomó muestras de los charcos de sangre en los alrededores de los dos cadáveres del salón, ni de las manchas próximas a los dos cadáveres del césped, al pensar, como declararía después, que eran de las víctimas más cercanas, y que de todos modos obtendría las muestras del coroner.
Granado tomó un total de cuarenta y cinco muestras de sangre. Sin embargo, por algún motivo jamás explicado, no analizó los subgrupos de veintiuna de estas muestras. Si no se hace una semana o dos después de la recogida, la sangre se descompone.
Después, cuando se intentó reconstruir los asesinatos, estas omisiones originarían muchos problemas.
Un poco antes del mediodía llegó William Tennant, todavía con ropa de tenis, que fue acompañado por la policía al otro lado de la verja. Era como si lo condujeran por una pesadilla, pues lo llevaron primero junto a un cadáver y luego junto a otro. No reconoció al joven del automóvil. Pero identificó al hombre del césped como Voytek Frykowski, a la mujer como Abigail Folger, y los dos cadáveres del salón dijo que eran Sharon Tate Polanski y, con indecisión, Jay Sebring. Cuando la policía levantó la toalla ensangrentada, el rostro del hombre estaba tan gravemente contusionado que Tennant no pudo estar seguro. Luego salió fuera y vomitó.
Cuando el fotógrafo de la policía terminó su trabajo, otro agente cogió sábanas del armario de la ropa blanca y cubrió los cadáveres.
Más allá de la verja, los periodistas y fotógrafos ya se contaban por docenas, y cada pocos minutos llegaban más. Los coches de la policía y de la prensa atestaban a tal extremo Cielo Drive que destacaron a varios agentes para intentar desenmarañarlos. Mientras Tennant se abría paso entre la multitud, agarrándose el estómago y sollozando, los periodistas le lanzaron preguntas: «¿Sharon está muerta? ¿Los han asesinado? ¿Ha avisado alguien a Roman Polanski?». Hizo caso omiso de ellos, pero leyeron las respuestas en su rostro.
No todos los que vieron el lugar de los hechos fueron tan reacios a hablar. «Aquello es como un campo de batalla», dijo a los periodistas el sargento de policía Stanley Klorman con gesto sombrío por la impresión que le había producido lo que había presenciado. Otro agente, no identificado, dijo: «Parecía un ritual». Y este único comentario sirvió de base a una cantidad increíble de conjeturas estrambóticas.
La noticia de los asesinatos se propagó como las ondas expansivas de un terremoto.
«CINCO ASESINATOS EN BEL AIR», decía el titular del primer teletipo de Associated Press. Aunque se envió antes de que se conociera la identidad de las víctimas, informaba correctamente sobre la ubicación de los cadáveres, sobre el hecho de que se habían cortado las líneas telefónicas y sobre la detención de un sospechoso no identificado. Había errores: uno de ellos, muy repetido, que «una víctima tenía una capucha en la cabeza (…)».
El LAPD avisó a los Tate, a John Madden, que a su vez avisó a los padres de Sebring, y a Peter Folger, el padre de Abigail. Los padres de Abigail, socialmente prominentes, estaban separados. Su padre, presidente del consejo de administración de A.J. Folger Coffee Company, vivía en Woodside, y su madre, Inés Mejía Folger, en San Francisco. Sin embargo, la Sra. Folger no estaba en casa, sino en Connecticut, visitando a unos amigos después de un crucero por el Mediterráneo, y el Sr. Folger se puso en contacto con ella allí. No se lo podía creer: había hablado con Abigail hacia las diez de la noche del día anterior. Madre e hija habían planeado volar a San Francisco al día siguiente para verse, y Abigail había hecho una reserva en el vuelo de las diez de la mañana de United.
Al llegar a casa, William Tennant hizo la que fue, para él, la llamada más difícil. No solo era el mánager de Polanski, sino también amigo íntimo suyo. Tennant comprobó el reloj y sumó automáticamente nueve horas para obtener la de Londres. Aunque allí sería tarde por la noche, pensó que Polanski podría estar trabajando todavía, intentando cerrar diversos proyectos cinematográficos antes de regresar a casa el martes siguiente, así que probó en el número de su residencia en Londres. Acertó, Polanski y varios colegas estaban repasando una escena del guion de El día del delfín cuando sonó el teléfono.
Polanski recordaría la conversación de la siguiente manera:
—Roman, ha ocurrido una catástrofe en una casa.
—¿En qué casa?
—En tu casa —y luego, a todo correr—: Sharon está muerta, y Voytek y Gibby y Jay.
—¡No, no, no, no! —Sin duda había un error. Los dos hombres estaban ya llorando, y Tennant reiteró que era verdad. Había ido él mismo a la casa—. ¿Cómo? —preguntó Polanski.
Estaba pensando, dijo después, no en un fuego sino en un desprendimiento de tierra, algo que no era infrecuente en las colinas de Los Ángeles, sobre todo después de fuertes lluvias. A veces casas enteras quedaban sepultadas, lo cual significaba que a lo mejor seguían vivos. Solo entonces le dijo Tennant que los habían asesinado.
Voytek Frykowski, según supo el LAPD, tenía un hijo en Polonia, pero ningún familiar en Estados Unidos. El joven del Rambler siguió sin ser identificado, pero dejó de ser anónimo: lo habían nombrado inidentificado 85.
La noticia se divulgó rápido, y con ella los rumores. Rudi Altobelli, dueño del inmueble de Cielo y mánager de varias personalidades del mundo del espectáculo, estaba en Roma. Una clienta suya, una joven actriz, le llamó por teléfono y le dijo que Sharon y otras cuatro personas habían СКАЧАТЬ