La princesa de papel. Erin Watt
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Название: La princesa de papel

Автор: Erin Watt

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Los Royal

isbn: 9788416224616

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СКАЧАТЬ Tiro de la manilla, pero no consigo abrir la maldita puerta.

      Desvío la mirada hacia el conductor. Es muy imprudente, pero no tengo otra opción; me impulso hacia delante y agarro el hombro del conductor. Tiene el cuello del tamaño de mi muslo.

      —¡Dé la vuelta! ¡Tengo que volver!

      Él ni siquiera se encoge. Tiro unas cuantas veces más, pero estoy bastante segura de que, a menos que lo apuñale, y quizá ni siquiera entonces, no hará nada a no ser que Royal se lo ordene.

      Callum no se ha movido ni un centímetro de su sitio tras el asiento del copiloto, y yo me hago a la idea de que no saldré del coche hasta que él lo autorice. Pruebo con la ventana para asegurarme. No se baja.

      —¿Seguro infantil? —murmuro, aunque estoy segura de la respuesta.

      Él asiente ligeramente.

      —Entre otras cosas, pero basta decir que te quedarás en el coche durante el viaje. ¿Buscas esto?

      Mi mochila aterriza en mi regazo. Resisto el deseo de abrirla y comprobar si ha cogido mi dinero y mi carné de identidad. Sin ambos estoy completamente a su merced, pero no quiero revelar nada hasta que descubra su propósito.

      —Mire, señor, no sé lo que quiere, pero es obvio que tiene dinero. Hay muchas prostitutas por ahí que harán lo que quiera y no le causarán los problemas legales que yo sí. Déjeme en el próximo cruce y le prometo que jamás volverá a oír de mí. No iré a la policía. Le diré a George que es un viejo cliente, pero que ya hemos arreglado nuestros asuntos.

      —No busco una prostituta. Estoy aquí por ti. —Después de esa ominosa declaración, Royal se quita la chaqueta del traje y me la ofrece.

      Una parte de mí desearía ser más valiente, pero estar sentada en este lujoso coche con el hombre que he usado como barra para bailar me hace sentir incómoda y expuesta. Daría cualquier cosa por unas bragas de abuela ahora mismo. Me pongo la chaqueta a regañadientes, ignoro el dolor que me causa el corsé y aprieto las solapas contra mi pecho.

      —No tengo nada que quiera. —Está claro que la poca cantidad de dinero que tengo metida en el fondo de mi mochila es como chatarra para este tío. Podríamos cambiar este coche por todos los de Daddy G.

      Royal arquea una ceja en silencioso desacuerdo. Ahora que solo lleva la camisa, veo su reloj. Parece… igual que el mío. Sus ojos siguen mi mirada.

      —Lo has visto antes. —No es una pregunta. Acerca la muñeca a mí. El reloj tiene una correa de cuero negra, manillas de plata y una caja de oro de dieciocho quilates alrededor de la cúpula de cristal. Los números y las manecillas brillan en la oscuridad.

      —No lo he visto en mi vida —miento, con la boca seca.

      —¿De verdad? Es un reloj Oris. Suizo, hecho a mano. Me lo regalaron cuando me gradué del Entrenamiento Básico de Demolición Submarina. Mi mejor amigo, Steve O’Halloran, recibió el mismo reloj cuando también se graduó de allí. En la parte de atrás tiene grabado…

       Non sibi sed patriae.

      Busqué la frase cuando tenía nueve años, después de que mi madre me contara la historia de mi nacimiento. «Lo siento, cariño, pero me acosté con un marinero. Solo me dejó su nombre y este reloj». Y a mí, le recordaba. Ella me revolvía el pelo de broma y me dijo que era lo mejor. Mi corazón se sacude por su ausencia.

      —Significa «No por uno mismo, sino por la patria»; el reloj de Steve desapareció hace dieciocho años. Dijo que lo perdió, pero nunca lo reemplazó. Nunca se puso otro reloj. —Royal deja escapar un bufido—. Lo usaba como excusa para llegar tarde siempre.

      Me pillo a mí misma inclinada hacia delante. Quiero saber más de Steve O’Halloran, qué demonios significa lo de «Entrenamiento Básico de Demolición Submarina» y cómo se conocieron. Entonces, me doy un sopapo mental y vuelvo a apoyarme contra la puerta del coche.

      —Buena historia, tío. ¿Pero qué tiene que ver eso conmigo? —Miro al Goliat del asiento delantero y alzo la voz—. Porque ambos acaban de secuestrar a una menor y estoy bastante segura de que eso es un delito en todo el país.

      Royal es el único que responde.

      —Es delito secuestrar a una persona, sin importar la edad, pero ya que soy tu tutor y tú estabas cometiendo un acto ilegal, estoy en mi derecho de sacarte de las instalaciones.

      Fuerzo una risa burlona.

      —No sé quién se cree que es, pero tengo treinta y cuatro años. —Busco mi carné en la mochila y aparto a un lado el reloj que es idéntico al que tiene Royal en su muñeca izquierda— Mire. Margaret Harper. Edad: treinta y cuatro.

      Él me quita el carné de los dedos.

      —Un metro setenta. Cincuenta y nueve kilos. —Me echa un vistazo—. Parecían cuarenta y cinco, pero sospecho que has perdido peso desde que estás a la fuga.

      ¿A la fuga? ¿Cómo demonios sabe eso?

      Suelta un bufido como si pudiese leer mi expresión.

      —Tengo cinco hijos. No hay truco que no hayan intentado conmigo, y conozco a un adolescente cuando lo veo, incluso debajo de capas de maquillaje.

      Le devuelvo la mirada, seria. Este hombre, sea quien sea, no me sonsacará nada.

      —Tu padre es Steven O’Halloran. —Se corrige a sí mismo—. Era. Tu padre era Steven O’Halloran.

      Giro la cara hacia la ventana para que este desconocido no vea el destello de dolor que cruza mi expresión antes de enterrarlo. Claro que mi padre está muerto. Por supuesto.

      Parece que la garganta se me estrecha y tengo la horrible sensación de que las lágrimas se arremolinan tras mis ojos. Llorar es de niños. Llorar es de débiles. ¿Llorar por un padre que no he conocido? Demuestra una total debilidad.

      Oigo el tintineo de un cristal que choca contra otro por encima del zumbido de la carretera y, después, el sonido familiar del alcohol que llena un vaso. Royal empieza a hablar un momento después.

      —Tu padre y yo éramos los mejores amigos. Crecimos juntos. Fuimos juntos al instituto. Decidimos alistarnos en la marina en un impulso. Con el tiempo, nos unimos a las fuerzas especiales del ejército de los Estados Unidos, pero nuestros padres querían que nos retirásemos pronto, así que, en lugar de volver a servir, nos mudamos a casa para tomar las riendas de nuestros negocios familiares. Construimos aviones, por si te lo preguntabas.

      «Claro que sí», pienso con amargura.

      Ignora mi silencio o lo toma como una aprobación para continuar.

      —Hace cinco meses, Steve falleció durante un accidente de ala delta. Pero antes de irse… es espeluznante, como si hubiera tenido una premonición… —Royal sacude la cabeza—… me dio una carta y dijo que quizá fuese la correspondencia más importante que había recibido. Me dijo que la analizaríamos cuando regresase, pero una semana después, su mujer volvió del viaje y me contó que Steve había muerto. Me olvidé de la carta para encargarme de las… complicaciones con respecto a su fallecimiento y a su viuda.

      ¿Complicaciones? ¿A qué se СКАЧАТЬ