Название: La princesa de papel
Автор: Erin Watt
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Los Royal
isbn: 9788416224616
isbn:
Mientras tanto, Royal me observa como si nunca hubiera visto a una chica. Me doy cuenta de que, al estar cruzada de brazos, tengo el pecho estrujado, así que dejo caer las manos a los costados con torpeza.
—Encantada de conocerlo, señor Royal. —Queda claro para todos los que estamos en la habitación que pienso justo lo contrario.
Mi voz lo saca de su aturdimiento. Camina hacia delante y, antes de moverme, me sostiene la mano derecha entre las suyas.
—Dios mío, eres igual que él —susurra, de forma casi imperceptible. Entonces, como si recordara dónde está, me da un apretón de manos—. Por favor, llámame Callum.
Percibo un tono extraño en sus palabras. Como si le costara pronunciarlas. Tiro de la mano y tengo que esforzarme, porque el tipo raro este no quiere soltarme. Hasta que el señor Thompson no carraspea, Royal no me suelta la mano.
—¿De qué va todo esto? —pregunto. Al ser una chica de diecisiete años en una sala llena de adultos, mi tono está fuera de lugar, pero nadie pestañea.
El señor Thompson se pasa una mano por el pelo. Es evidente que está nervioso.
—No sé cómo decirle esto, así que seré directo. El señor Royal me ha contado que sus padres fallecieron y que ahora él es su tutor legal.
Titubeo. Solo durante un segundo. Lo suficiente como para que la sorpresa se convierta en indignación.
—¡Y una mierda! —digo antes de poder detenerme—. Mi madre me matriculó en el instituto. Tienen su firma en los formularios de ingreso.
El corazón me late a toda velocidad, porque en realidad esa firma es mía. La falsifiqué para mantener el control de mi propia vida. Aunque sea menor de edad, he tenido que ser la adulta de la familia desde los quince años.
Hay que decir a favor del señor Thompson que no me reprende por la palabrota.
—Este informe indica que la declaración del señor Royal es legítima. —El director agita los papeles en las manos.
—¿Sí? Bueno, pues miente. Nunca he visto a este hombre, y si deja que me vaya con él, el próximo informe que verá será el de una chica del instituto George Washington que desapareció en una red de tráfico sexual.
—Tienes razón, no nos hemos visto antes —interrumpe Royal—. Pero eso no cambia la verdad.
—Déjeme ver —me acerco al escritorio de Thompson y le quito los papeles de las manos. Recorro las páginas con la mirada, sin leer con atención lo que está escrito. Hay palabras que me llaman la atención: tutor legal, fallecido y legado, pero no significan nada. Callum Royal es un desconocido. Y punto.
—Si su madre viniera, quizá podríamos aclararlo todo —sugiere el señor Thompson.
—Sí, Ella, trae a tu madre y retiraré mi declaración —añade Royal con suavidad, aunque percibo la dureza de su voz. Sabe algo.
Me giro hacia el director. Él es el eslabón débil aquí.
—Podría hacer esto en la sala de informática del instituto. Ni siquiera necesitaría Photoshop. —Tiro los papeles delante de él. Veo en su mirada que empieza a dudar, así que me aprovecho—. Necesito volver a clase. El semestre acaba de empezar y no quiero quedarme rezagada.
Thompson se relame los labios, inseguro, y yo lo observo con todo el convencimiento de mi corazón. No tengo padre. Y mucho menos un tutor legal. Si lo tuviese, ¿dónde ha estado ese capullo toda mi vida, cuando hemos tenido problemas para llegar a fin de mes o cuando mi madre sufría un dolor horrible por culpa del cáncer? ¿O cuando lloraba en su cama del centro de cuidados paliativos por dejarme sola? ¿Dónde estaba él entonces?
Thompson suspira.
—De acuerdo, Ella. ¿Por qué no regresas a clase? Está claro que el señor Royal y yo tenemos más asuntos que tratar.
Royal se niega.
—Lo que dicen estos papeles es cierto. Me conoce y conoce a mi familia. No se los presentaría si no fuesen verdaderos. ¿Por qué tendría que hacerlo?
—Hay muchos pervertidos por el mundo —respondo con malicia—. Tienen muchas razones para inventarse historias.
Thompson gesticula con la mano.
—Ya basta, Ella. Señor Royal, nos ha pillado a todos por sorpresa. Aclararemos todo esto cuando contactemos con la madre de Ella.
A Royal no le gusta que lo haga esperar y comenta de nuevo lo importante que es y que un Royal nunca mentiría. Una parte de mí espera que lo jure por George Washington y el cerezo. Mientras ambos discuten, yo salgo del despacho.
—Voy al baño, Darlene —miento—. Después volveré a clase.
Se lo cree con facilidad.
—Tómate tu tiempo. Se lo diré a tu profesora.
No voy al baño. No vuelvo a clase. En lugar de eso, me escapo a la parada del autobús y cojo el bus G hasta llegar a la última parada.
Desde allí hay treinta minutos de camino hasta el apartamento alquilado en el que vivo por quinientos dólares al mes. Tiene una habitación, un lóbrego baño y una zona de salón comedor que huele a moho. Pero es barato, y la casera estaba dispuesta a aceptar dinero en efectivo sin constatar mis referencias.
No tengo ni idea de quién es Callum Royal, pero que esté en Kirkwood es una mala noticia. Esos papeles legales no estaban falsificados con Photoshop. Eran de verdad. Pero ni loca dejaría mi vida en manos de un extraño que ha aparecido de la nada.
Mi vida es mía. Yo la vivo. Yo la controlo.
Saco de la mochila los libros de texto que me han costado cientos de dólares y la lleno de ropa, artículos de aseo y lo que queda de mis ahorros, mil dólares. Mierda. Necesito conseguir dinero rápido para marcharme de este sitio. Estoy casi sin fondos. Mudarme aquí me ha costado más de dos mil dólares, entre billetes de autobús y pagar el primer y último mes de alquiler junto con la fianza. Es una lástima perder ese dinero, pero está claro que no puedo quedarme aquí.
Me toca escaparme de nuevo. La misma historia de siempre. Mi madre y yo siempre nos escapábamos. De sus novios, de sus jefes pervertidos, de los servicios sociales, de la pobreza. El centro de cuidados paliativos fue el único lugar en el que nos quedamos durante más tiempo, y eso fue porque estaba muriéndose. Algunas veces creo que el universo ha decidido no permitirme ser feliz.
Me siento en un lateral de la cama e intento no gritar por la frustración que siento y, vale, sí, también por lo asustada que estoy. Me permito cinco minutos de autocompasión y después cojo el teléfono. Que le den al universo.
—Hola, George, he estado pensando en tu oferta para trabajar en Daddy G’s —digo cuando una voz masculina responde la llamada—. Estoy preparada para aceptarla.
Trabajo como bailarina en Miss Candy’s, un club donde me desnudo hasta quedarme en tanga y cubrepezones. Gano bastante dinero, aunque no muchísimo. СКАЧАТЬ