Название: Memorias de Idhún. Saga
Автор: Laura Gallego
Издательство: Bookwire
Жанр: Книги для детей: прочее
Серия: Memorias de Idhún
isbn: 9788467569889
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Batió las alas, tratando de escapar...
... a un lugar, comprendió Jack, un lugar donde el poder destructor de los seis astros no lograse alcanzarlo.
No lo consiguió. También estalló en llamas, igual que los demás.
Jack ahogó un grito y bajó tras él, para socorrerlo...
Tuvo que frenar su descenso bruscamente para no ser engullido por el fuego del cuerpo de la criatura. Un viento huracanado lo llevó lejos, lejos, dando vueltas sobre sí mismo... Cuando quiso darse cuenta, caía en picado sobre el bosque. Le bastó desear detenerse para lograrlo.
Entonces algo rápido y silbante pasó como una flecha junto a él, y Jack se estremeció sin poder evitarlo. Entrevió un cuerpo escamoso entre las nubes y pensó que se trataba de otro dragón; pero cuando la criatura se alzó frente a él se dio cuenta de lo equivocado que estaba.
Era una gigantesca serpiente. Su larguísimo cuerpo ondulante daba la impresión de estar rodeándolo por todas partes; se sostenía en el aire mediante dos enormes alas membranosas, como de murciélago, que parecían cubrir el firmamento. Unos ojos irisados lo miraban desde una cabeza triangular en la que, sin embargo, lo que más destacaba eran unos colmillos letales y una lengua bífida que producía un horrible siseo...
La misma serpiente de sus sueños.
Jack retrocedió con un grito e intentó mirar hacia cualquier otra parte. Fue entonces cuando descubrió que todo el cielo estaba cubierto por las figuras de miles de serpientes aladas, todo un ejército, que se abatían sobre aquel hermoso mundo, ahora envuelto en una luz rojiza que no presagiaba nada bueno.
Jack se dio la vuelta y tropezó de nuevo con la serpiente, y esta vez no pudo dejar de fijarse en sus ojos...
Gritó.
—¡Jack!
Jack abrió los ojos y se incorporó de un salto, muy confuso. Ante él estaban los ojos de la serpiente... no, los ojos de Victoria, que lo miraba preocupada.
—¿Qué... qué ha pasado? –murmuró, aturdido, en cuanto se dio cuenta de que seguía en la sala de las antorchas.
Victoria retrocedió un poco y Jack miró a su alrededor. Sobre la mesa todavía se alzaba aquella extraña esfera de luz, y en ella relucían aún los ojos de la serpiente... Temblando, Jack vio cómo aquella mirada se desvanecía lentamente entre las luces cambiantes.
—Las odio –murmuró, estremeciéndose–. Odio las serpientes.
—Lo has visto –susurró Victoria–. Has visto lo que pasó en Idhún.
Jack se volvió hacia ella.
—¿Quieres decir que eso que he visto era Idhún?
La chica asintió. Se agachó para coger en brazos a la gata, que se ocultaba tras ella, intranquila.
—Tampoco yo lo creía al principio. Me pasó como a ti, que no recordaba nada. Pero después de haber visto lo que tú, tuve una sensación de... familiaridad...
—No pretenderás decirme –interrumpió Jack– que ese lugar, Idhún, es otro... otro mundo. Con dragones, y todo eso.
—Eso es exactamente lo que intento decirte –susurró Victoria–. El Alma te acaba de mostrar algo que sucedió hace tres años: cómo ellos utilizaron la magia de la conjunción de los tres soles y las tres lunas para sus propios fines y lograron que muriesen los dragones y los unicornios, para así poder regresar a Idhún y hacerse con el poder...
—¿Ellos?
—Las serpientes aladas. Los sheks, como se llaman a sí mismos –susurró Victoria, atemorizada–. Ahora nuestro mundo está bajo su tiranía. Las has visto, ¿verdad?
Jack temblaba con violencia.
—No puede ser –susurró–. No puede ser. Había visto antes esas serpientes, las he visto en mis sueños... en mis pesadillas. Pero, ¿cómo es posible?
Victoria desvió la mirada antes de decir, a media voz:
—Algunos hechiceros idhunitas lograron escapar hacia la Tierra justo después de la invasión. Pero las serpientes, por medio de Kirtash, los están asesinando a todos.
Jack se dio cuenta entonces de que estaba escuchándola con atención, turbado, y sacudió la cabeza.
—Espera... ¿has dicho... hechiceros? ¿Quieres decir... magos? Pero...
—Shail es un mago –cortó ella–. Tú lo has visto aparecer y desaparecer en el aire, como si nada. ¿Cómo crees que te salvó de Kirtash? Se teletransportó contigo en sus mismas narices. Llegó con Alsan de Idhún hace tres años, pero está tan fascinado con la tecnología de la Tierra que ha tratado de aprender todo lo que ha podido. ¿Cómo piensas tú que funcionan aquí el ordenador, la luz, los electrodomésticos, si no hay instalación eléctrica?
Jack abrió la boca para replicar, pero se detuvo, perplejo, recordando cómo había buscado interruptores por toda la casa y no los había encontrado.
—Shail trajo todos esos trastos, aunque a Alsan no le hacía gracia. Los hace funcionar mediante la magia. Tenía la teoría de que toda magia es energía canalizada, y la demostró con creces, ya ves.
—Energía canalizada –repitió Jack, estupefacto.
Victoria asintió.
—Los seres humanos de la Tierra han dejado morir la magia, pero en Idhún corre por las venas de muchas criaturas. Y aquí, en Limbhad, tenemos lo mejor de ambos mundos.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Que no te encuentras en tu mundo ahora mismo. Limbhad, en idhunaico antiguo, significa «la Casa en la Frontera». Se halla en una especie de pliegue espacio-temporal entre Idhún y la Tierra. Es pequeño; es un micromundo que se acaba donde terminan esas montañas que puedes ver desde la ventana. Aquí el tiempo está detenido; siempre es de noche. Solo algunos magos idhunitas sabían cómo llegar hasta aquí, por eso es completamente seguro.
Jack se irguió, todavía temblando.
—Esto no puede estar pasando. Seguro que todo es una pesadilla, una alucinación... no es real. Tengo... tengo que volver a casa.
Y, antes de que ella pudiese detenerle, Jack salió de nuevo al balcón, corrió hasta la balaustrada y se subió a ella con decisión.
—¡Espera, no lo hagas, te harás daño! –lo llamó Victoria.
Pero él no hizo caso. Saltó, sin dudarlo, hasta el jardín. Fue una dura caída. Sintió que se torcía el tobillo y luego rodó por el suelo, hiriéndose dolorosamente en el codo. Se levantó a duras penas y miró hacia arriba. Vio a Victoria asomada a la balaustrada, mirándolo preocupada. Le hizo una señal de despedida, con gesto torvo.
Era libre.
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